España, un país en riesgo de quiebra, que para Sánchez, sin embargo, va como un cohete
Un Pedro Sánchez en estado puro, sin mácula de realidad, nos describió ayer un país, España, que si no ha alcanzado la plena felicidad es por los palos en las ruedas que pone la oposición a la intachable labor gubernamental, un hito en la historia democrática reciente que él, por supuesto, desde su liderazgo planifica y ejecuta.
Nada tenemos que argüir al contenido de un balance cuya publicación no tiene otro objetivo que la laudatio de la acción de gobierno, pero sí nos atreveríamos a sugerir que cargar tanto la mano contra Alberto Núñez Feijóo puede llevar a la opinión pública a otorgar al presidente de los populares una influencia tan determinante sobre la gestión del Ejecutivo que llevaría a replantearnos la verdadera relación de fuerzas.
Pero no hay tal. Si bien es un hecho contrastado que Sánchez carece de las herramientas necesarias para sacar adelante un programa político coherente, no es tanto la oposición del centro derecha como sus socios de investidura los verdaderos responsables. O dicho de otra forma, los males del sanchismo, que, de rebote, sufre la ciudadanía, son inherentes a la misma conformación de una mayoría parlamentaria entre partidos con intereses diversos y agendas propias, no necesariamente alineadas con las necesidades del conjunto de los españoles. De ahí, que ni siquiera el más cándido de los voluntarismos pueda esquivar la realidad de que España padece unos desequilibrios sociales y económicos que no se explican desde los buenos resultados de las grandes empresas del Ibex, sino desde los datos contrastados del deterioro de las cuentas públicas.
Presumía, anteayer, Pedro Sánchez de la reducción del 2,8 por ciento de la billonaria deuda pública, que se sitúa en el 103,2 por ciento del PIB, pero ocultando cuidadosamente que el pago de los intereses de esa deuda no deja de crecer y ya está por encima de los 42.000 millones de euros anuales, es decir, el 2,4 por ciento del PIB. Un déficit desaforado que, sin embargo, se produce simultáneamente al crecimiento de la presión fiscal, que ha pasado con el sanchismo de una ratio del PIB del 33,5 por ciento al 36,7 por ciento, el triple de lo que han crecido de media los impuestos en la OCDE.
Pero, sin duda, el monumento a la incoherencia de este Gobierno está la jactancia con que se apropia de un supuesto renacimiento económico y financiero, y, al mismo tiempo, presume de haber ampliado el escudo social con las nuevas prestaciones por desempleo, los subsidios y el Ingreso Mínimo Vital, que, entre las alharacas de los propagandistas de La Moncloa, no dejan de crecer en número de usuarios.
Es de un cinismo atroz vender las maravillas de una España que va como un cohete, cuando cada vez hay más trabajadores que necesitan ayuda pública para llegar a fin de mes, atrapados en un mercado de la vivienda infernal. Pero Sánchez puede estar tranquilo. La culpa siempre es del PP.











