La central nuclear de Almaraz es imprescindible
Juan María de Andrés.- Ya es hora de decirlo sin rodeos: la central nuclear de Almaraz es imprescindible, y quienes exigen su cierre inmediato sin aportar alternativas reales están jugando con el bienestar energético, económico y social de todo un país. La central de Almaraz, a menudo envuelta en debates encendidos, merece ser evaluada desde la razón y los datos, no desde el temor ni los eslóganes. Su continuidad no solo es defendible: es estratégica.
La planta de Almaraz ha demostrado durante décadas una fiabilidad operativa notable, proporcionando energía estable y libre de emisiones directas de CO₂. En un país que aspira a descarbonizar su economía sin comprometer la seguridad de suministro, esta combinación es un activo difícil de ignorar. Mientras las energías renovables continúan expandiéndose —con avances admirables pero intermitencias inevitables— la nuclear sigue ejerciendo un papel de respaldo sólido, capaz de garantizar que la electricidad llegue a hogares e industrias incluso en los momentos de menor generación eólica o solar.
Además, Almaraz sostiene miles de empleos directos e indirectos, contribuyendo al desarrollo de una comarca que depende en gran medida de esta infraestructura. Su cierre abrupto significaría un golpe socioeconómico profundo para Extremadura. Mantener su actividad, acompañada de inversiones continuas en actualización tecnológica y seguridad, permitiría una transición justa que no deje atrás a las comunidades.
Los avances en seguridad y gestión de residuos, junto con el escrutinio regulatorio europeo —uno de los más estrictos del mundo— ofrecen garantías adicionales. La experiencia acumulada por el personal técnico y la modernización constante de sus sistemas convierten a Almaraz en una instalación capaz de operar de forma segura y eficiente durante más años.
Defender Almaraz no significa renunciar a un futuro renovable; significa asegurar que ese futuro sea estable, realista y económicamente equilibrado. España necesita todas las herramientas disponibles para cumplir sus metas climáticas y, entre ellas, la energía nuclear sigue siendo un pilar esencial.
En tiempos de transición, la prudencia es virtud. Y la prudencia, hoy, aconseja que Almaraz continúe generando energía limpia mientras el país consolida un modelo renovable robusto y autosuficiente. Ignorar este hecho sería renunciar a una parte crucial de la solución.
Porque mientras algunos repiten consignas vacías, Almaraz garantiza electricidad limpia, constante y segura, incluso cuando el viento no sopla o el sol desaparece. ¿Quién asumirá ese vacío el día después de su cierre? ¿Los mismos que se oponen a todo y no proponen nada? La realidad es contundente: hoy por hoy, sin Almaraz, España sería más vulnerable, más dependiente y más contaminante.
Pero el debate no se queda en la energía. La comarca que rodea la central vive, literalmente, amenazada por discursos que ignoran sus necesidades. Miles de empleos de calidad están en juego. ¿Qué se les ofrece a esas familias? Proyectos vagos, promesas abstractas y “transiciones” que jamás llegan. Almaraz no es solo una central: es el motor económico de una región que no merece ser sacrificada por postureo político.
Quienes atacan a Almaraz hablan de riesgo; quienes la defienden hablan de hechos: décadas de funcionamiento impecable, supervisión internacional rigurosa y actualizaciones constantes. Es más seguro lo que ocurre dentro de la planta que muchas de las improvisaciones que se hacen fuera de ella.
Mantener Almaraz abierta no es capricho: es sensatez. Es defender una energía que no emite CO₂, que aporta estabilidad al sistema eléctrico y que protege a miles de familias. Cerrar por cerrar es un lujo ideológico que España no puede permitirse.
A veces, la valentía consiste en sostener la verdad aunque moleste. Y la verdad es esta: Almaraz es parte de la solución, no del problema. Ignorarlo es un acto de ceguera voluntaria que acabará pagándose caro.











