Cuando la vejez se tiñe de deshonor hablamos de Tezanos
Hay quienes llegan a la vejez arrastrando los mismos vicios que nunca se atrevieron a enfrentar, pero amplificados por décadas de sectarismo. No hay nada más lamentable que un anciano que, en vez de cosechar respeto y prepararse para el juicio ante Dios, cultiva ruina moral; alguien que confunde canas con inmunidad y tiempo vivido con derecho a pisotear la decencia.
Desde su llegada a la Presidencia del CIS, Tezanos impulsó cambios metodológicos que, lejos de fortalecer la transparencia, generaron sospechas. Variaciones bruscas en la manera de ponderar el voto, estimaciones que sistemáticamente favorecían al partido en el Gobierno y decisiones poco explicadas alimentaron la idea de que el CIS había dejado de ser un árbitro neutral para convertirse en un actor más en el tablero político.
Tezanos ha convertido la última etapa de su vida en un escaparate grotesco de degradación. Su comparecencia ante la Comisión del Senado fue una exhibición de cinismo tal que hacía evidente su desprecio por la verdad.
Genuino arquetipo de la hediondez moral que define al sanchismo, Tezanos alcanza el climax orwelliano al subvertir el valor de los datos reales para suplantarlos por el relato oficial, ofreciendo una realidad demoscópica fraudulenta. Cada mentira suya en el Senado, su fingida impostura indignada, llevaba tics psicopáticos, como si la verdad fuera un enemigo que debe ser desterrado. Sanchismo en vena.
El de Tezanos en el Senado fue uno de los mayores casos de desvergüenza e indecencia que se recuerdan. Ello constata que no estamos hablando de personas normales, sino de amorales que han elegido la soberbia como compañera, la mentira como escudo y la manipulación como última arma para seguir ejerciendo un poder que no merecen.
Nada inspira más repulsa que quien pretende envolver su deshonor manipulando la verdad a sabiendas de su prevaricadora actitud.
El deshonor en la vejez tiene un impacto especial porque representa una derrota total. Quien llega anciano y sigue actuando con la vileza de Tezanos no es víctima del tiempo: es cómplice de su propia decadencia.
La vejez no borra las fallas. Las amplifica.
Y en ciertos casos, expone sin piedad aquello que la juventud logró ocultar:
una existencia construida sobre la falta de integridad, el sectarismo y un desprecio absoluto por la decencia.
Al final, hay quienes envejecen con honor… y hay quienes simplemente envejecen. Es el caso de este miserable.
Lo trágico —y lo inexcusable— es cuando el tiempo solo sirve para revelar la verdad que siempre estuvo ahí: la ruina moral de alguien que nunca quiso ser mejor.











