Los españoles somos indignas ratas de laboratorio
Los españoles son ratas de laboratorio que todos contemplan para ver cuánta injusticia y abuso resisten sin rebelarse.
El gobierno de Sánchez somete a la cobarde sociedad española a todo tipo de abusos y desmanes, sin que sus víctimas lo echen del poder y ni siquiera protesten.
Contemplar a esa España que conmovió al mundo por su bravura en el pasado, esclavizada, esquilmada y gobernada sin justicia ni decencia por tribus rojas degeneradas y crueles es un espectáculo bochornoso que debería analizarse en las universidades y think tankns del planeta para que nunca más pueda ocurrir tanta degradación de la civilización humana.
Un país entero convertido en un experimento sociológico a gran escala, donde se prueba hasta qué punto una sociedad puede ser humillada, expoliada y gobernada contra su voluntad sin que se produzca una reacción mínimamente digna.
El laboratorio español es distinto del cubano porque en España las ratas son sometidas y castradas sin violencia, sin hambre, sin represión brutal, sin torturas ni derramamiento de sangre.
El español es un experimento mas avanzado y sofisticado, que impone la tiranía mediante el control mediático, el adoctrinamiento, la mentira, la arbitrariedad, el desprecio a la Constitución, el estímulo del fanatismo, el miedo, el odio, la división y el uso pervertido del dinero, del poder y de las instituciones doblegadas.
El Gobierno de Pedro Sánchez no gobierna: experimenta. Sube impuestos hasta niveles confiscatorios mientras perdona cientos de millones a quienes le votan en Cataluña y el País Vasco; mantiene en la cárcel a personas por delitos de opinión mientras amnistía a quienes intentaron romper el país; entrega la política migratoria a mafias y ONGs, convirtiendo barrios enteros en zonas sin ley; utiliza el Boletín Oficial del Estado como arma política para comprar medios de comunicación y silenciar a la oposición; y todo ello con la impunidad que da saber que la sociedad española, en su inmensa mayoría, no va a hacer absolutamente nada porque ha sido castrada.
Lo más grave no es que nos roben, nos mientan y nos pisoteen. Lo peor es que lo aceptamos.
El español medio prefiere seguir pagando la luz más cara de Europa, ver cómo sus hijas comparten vestuario con hombres biológicos en los colegios, como la delincuencia toma las calles o cómo sus impuestos financian chiringuitos ideológicos y propaganda gubernamental, antes que salir a protestar de forma masiva y sostenida.
Prefiere mirar para otro lado cuando el presidente del Gobierno miente descaradamente en el Congreso, cuando la Fiscalía General del Estado actúa como abogada de La Moncloa o cuando se utiliza el CIS como agencia de marketing del PSOE.
Esta sumisión colectiva, en la que participan por desgracia desde el monarca a los militares y muchos profesionales del periodismo, el derecho y la cultura, tiene algo de hipnosis. Es como si el miedo a ser señalado como “facha” pesara más que el miedo a perder el país. Es como si la comodidad de seguir cobrando la nómina a final de mes fuera más importante que la dignidad de vivir en un Estado de derecho.
Lo más trágico es el contraste con nuestra propia historia. El mundo aún recuerda la España que resistió dos años en solitario contra la invasión napoleónica, la que plantó cara a medio planeta en América, la que se mantuvo durante casi tres siglos como primera potencia mundial y la que derrotó a los invasores musulmanes, a los masones y a los comunistas.
Aquella España ya no existe. En su lugar hay una sociedad aborregada que se conforma con protestar en WhatsApp y votar cada cuatro años a los mismos que la esquilman, como si cambiar el color del látigo fuera a hacer que duela menos.
Este espectáculo debería estudiarse en las universidades y los think tanks del mundo entero. No ya como caso de mal gobierno –eso lo hay en muchos sitios–, sino como caso extremo de colapso moral colectivo. ¿Cómo es posible que un pueblo que fue capaz de lo sublime se haya convertido en el hazmerreír de Occidente? ¿Qué punto de inflexión hizo que prefiriéramos la servidumbre voluntaria a la molestia de ser libres? Mientras tanto, el experimento sigue.
Cada día se aprieta un poco más la tuerca para ver hasta dónde aguanta la rata española. Y la rata, en lugar de morder la mano que la tortura, se limita a cambiar de canal.
El de la España castrada y sometida a una banda de corruptos es un espectáculo bochornoso. Pero sobre todo, es una advertencia al mundo entero, porque si esto le ha pasado a España, le puede pasar a cualquiera.











