La ruta del Peugeot: destino, la cárcel
Mayte Alcaraz.- Los avatares del periodismo político me llevaron a hacerle una entrevista a Pedro Sánchez el 7 de julio de 2014, en plenas primarias para suceder a Rubalcaba. Primarias que terminó ganando a Madina y Pérez Tapias, pero ya entonces entre sospechas de pucherazo. Me cité con él en la puerta del Congreso, donde llegó con su jefe de prensa y un escolta. Apareció en su famoso Peugeot 407 diésel, que compró en 2005; pero finalmente viajamos en un Ssangyong negro, más confortable que el utilitario. Fuimos camino de Mérida, donde el entrevistado tenía un acto político. De esa campaña sobre la que charlamos, la UCO tiene una anotación: Cerdán le escribió a Koldo un mensaje que decía: «Cuando termine apuntas como que han votado esos dos que te faltan sin que te vea nadie y metes dos papeletas». «Ok», contestó el «último aizkolari», socialista.
Todavía no estaba en la pomada Ábalos, que se sumaría después, pero sí los amigos navarros Santos y Koldo. La investigación policial revela que el portero de burdeles ya cobró sus primeras mordidas en noviembre de 2016, en el bar Franky, que se encuentra frente al palacio de justicia de Pamplona. Ya estaba en marcha el proyecto de una mina de potasa, que fue el primer nexo entre Acciona y Santos. Luego el Gobierno adjudicaría a la trama una obra en La Rioja, tras excluir una oferta mejor. Pero según sostiene Pedro, reconvertido en amante traicionado, todo eso ocurría ante sus mismas narices y él no detectó que en su buga iba el hampa con exceso de colesterina.
Ese coche con el que vino a mi encuentro Sánchez en 2014, que aquel día quedó aparcado en las proximidades de la Carrera de San Jerónimo, volvería a tener trabajo dos años después, cuando el socialista fue defenestrado por los barones de su partido, que se negaban a pactar en los caseríos, en un convulso Comité Federal. Entonces ya trasladó de pueblo en pueblo a cuatro personas: el propio Sánchez, Santos Cerdán, el fornido chófer y la incorporación estelar de José Luis Ábalos, el único dirigente territorial socialista que se puso de su parte frente al aparato de Ferraz. Hubo ocasiones en que también se apuntaba «el quinto pasajero», Paco Salazar, hoy acusado de acoso a compañeras y rehabilitado por Sánchez como asesor externo. «A partir del lunes cojo mi coche para recorrer de nuevo todos los rincones de España y escuchar a aquellos que no han sido escuchados, los militantes y los votantes de izquierdas de nuestro país». Así renunciaba Sánchez a su acta de diputado el 29 de octubre de 2016. Comenzaba la «reconquista». Así se inició el sanchismo. No con la moción de censura de junio de 2018. Fue mucho antes.
La banda desgastó la tapicería del utilitario de tanto usarla. Partieron de tierras valencianas, el pueblo del ya recluso de Soto. En su casa más de una vez se alojó el «jefe», quien en su libro Manual de Resistencia relató que durante la carrera por las primarias en 2017 «hay varias personas que van fortaleciendo sus vínculos conmigo: vamos creando una complicidad muy especial». Eran sus amigos, su núcleo de confianza, la banda fundacional del sanchismo. De Koldo incluso contó que «una vecina del edificio donde se custodiaban los avales le ofreció su baño para que se duchara porque él no quería dejarlos sin vigilar ni un solo momento». En esa particular ruta del bacalao, el bacalao lo partía Pedro y los otros tres se lo comían y no dejaban ni las raspas.
El líder socialista vendió ese viaje como si hubiera tenido algo de épica. Una trola más. Por lo menos, los demás usuarios del coche nunca aspiraron a hazaña alguna ni a ser nada que no fueran: un grupete bañado en testosterona y vino barato, émulos de Torrente, ansiosos de pasta, poder y de hacer un reparto solidario de la riqueza. Empezando por ellos mismos. Solo Pedro podía elegirlos a ellos y solo ellos podían elegir a Pedro. Los cuatro se juramentaron – todos para uno y uno para todos- limpiar de corruptos peperos y de socialdemócratas felipistas el país. Santos, un electricista navarro que terminó de líder socialista en su tierra blanqueando etarras, fue el que trajo a Koldo a Madrid, primero para que trapicheara con los avales pedristas y, tras la moción de censura, para que escoltara a Ábalos en el Ministerio. El compañero de celda del hoy diputado del grupo mixto terminó «cuidándole», como Ábalos explicó en los albores del caso. Ese día en el que dijo que no sabía nada que estaban investigando al bueno de Koldo y ahora reconoce que esa información, vía la Fiscalía, se la dio el propio titular de la Moncloa incumpliendo su labor de respetar el secreto del sumario.
Tanto le cuidó que le procuraba dinero en efectivo que le daban en Ferraz, catálogos para elegir, bajo pago, compañía femenina, y se ocupaba de presionar a ministros y presidentes autonómicos –Francina, Ángel Víctor– para que atendieran a la empresa de Víctor de Aldama, en sus aspiraciones por recibir dinero público a cambio de su material sanitario defectuoso. Hasta 53 millones se adjudicaron y la UCO cree que los nuevos habitantes de Soto del Real se metieron en el bolsillo más de tres. Mordidas por los servicios prestados. Pero nada de eso se hablaba en el coche.
Entre Jose y Koldo se produjo un flechazo: los clubes de lucecitas unen más que unos gananciales. Así que los cuatro viajeros se hicieron uña y carne. Todos sabían que, si apretaban el acelerador y conseguían restituir al señorito, su vida estaría solucionada. La banda pasó horas y horas en un cuatro plazas, con conversaciones que seguramente no discurrían por la teoría del eterno retorno de Nietzsche ni por la del buen viaje de Rousseau, pero aquella intimidad no le dio a Su Sanchidad para descubrir que chapoteaba en una charca pestilente, llena de ranas corruptas. Así que cuando las urnas escondidas tras los biombos y el dinero del «pitufeo» –Koldo, dixit– llenando las arcas del candidato, acabaron con el PSOE de la transición, solo era cuestión de tiempo que los tres mosqueteros se cobraran los servicios prestados.
Montaron una farsa para echar a Rajoy de la Moncloa, bajo el argumento de un párrafo en una sentencia de la Gürtel, que fue anulado por el Tribunal Supremo dos años después de la moción de censura. Ábalos, es decir, el hampa defendió esa moción en uno de los monumentos más impresionantes a la impostura pública, Koldo se preparaba, para ser el escolta del ministro y secretario de Organización socialista y Santos, ya por aquellas fechas, según la UCO, pasaba el cepillo a Acciona a cambio de obra pública. Así que, con el BOE y el presupuesto del Ministerio del gasto en sus manos, era solo cuestión de tiempo que el hoy exministro encarcelado desplegara sus encantos delincuenciales. Dos años después de convertirse en el socialista más poderoso detrás del presidente, se reunió en Barajas con una tirana venezolana, a pesar de que estaba prohibida su paso por territorio Schengen. Allí fue Koldo con él y Aldama. El mismo comisionista que montó una tapadera con Javier Hidalgo para patrocinar un chiringuito de la mujer del capitán del peugeot, en el que también viajó frecuentemente Begoña Gómez. Parece que ahora Ábalos recupera la memoria sobre esas gestiones que el juez Juan Carlos Peinado quiso investigar, pero que la Audiencia Provincial le prohibió.
Llegó el día en el que el número dos de Sánchez en Ferraz decidió no reflexionar más sobre los trascendentes temas filosóficos que les ocupaban en el peugeot y se volcó en la dolce vita, pagada con dinero público: prostitutas, viajes sufragados con chistorras, sobrinas enchufadas, fiestuquis en los Paradores y pasta, mucha pasta. En sobres que recogía Koldo en Ferraz. Para llegar a la Moncloa, la banda había canjeado presos asesinos por votos y no era cuestión de desperdiciar la oportunidad que les brindaba tamaño oprobio para la nación. Los tres viajeros habían trapicheado con avales, ganado las primarias con dinero de los rendimientos de la sauna familiar del aspirante y allegado votos de proetarras y forajidos para su investidura. Así que el escándalo de las mascarillas y la trama del 2 % eran la misma cosa que la banda del utilitario francés, la quintaesencia de la corrupción política y moral. Lo que no sabían ninguno de los peones pedristas es que uno de ellos, el más desenvuelto y acostumbrado al hampa, estaba grabándolo todo: hasta sus micciones. Hoy la Policía judicial echa horas extras para escuchar los audios que recogen el detritus del sanchismo.
Ahora podemos pensar que el todavía presidente del Gobierno lo sabía todo y se hizo el tonto; o que era tonto porque nunca supo nada. Quizá la tesis más correcta, a juzgar por lo cortito de escrúpulos que está el narciso monclovita, es que lo supo todo, pero creyó que no era para tanto, que eran «sus chicos» y tenía que recompensarles por llevarle a la cumbre del poder. Y, además, qué importaba mientras él, el cuarto pasajero, no perdiera la poltrona que no ganó en las urnas. En esas sigue estando hoy.
Ahora, la ruta del Peugeot acaba de cerrar el círculo con la entrada de Ábalos y Koldo en villa candado, ocho días después de que la abandonara momentáneamente Santos. Que, si vuelve, enviará instancias, junto a los otros dos, para que le traigan al cuarto viajero y que les sirva para echar un mus de parejas: así podrán echar órdagos y hablar de chicas. Aquel desvencijado diésel, con sus tramposos ocupantes, tenía un destino escrito: la cárcel.











