Sánchez, atrapado en su propio laberinto de poder: España como daño colateral
La política española ha vivido muchas etapas convulsas, pero pocas tan marcadas por el inmovilismo personal como la actual negativa de Pedro Sánchez a abandonar el poder. Su permanencia, pese al desgaste institucional y social acumulado, refleja un problema más profundo que va más allá de un simple debate partidista: la confusión entre liderazgo y apego al cargo.
Sánchez ha construido su relato alrededor de la idea de “resistencia”, pero lo que en su día pudo interpretarse como determinación hoy se percibe como una obsesiva necesidad de mantenerse en Moncloa a cualquier precio. El presidente insiste en convertir cada crítica en un ataque a la democracia, cada cuestionamiento en un intento de “derrocarle”, y cada revés en un motivo para redoblar su presencia. Ese marco narrativo, repetido incansablemente, ha terminado por desgastar la credibilidad del propio Ejecutivo.
Mientras tanto, la erosión institucional continúa. La crispación política crece, los consensos se alejan y el país avanza con una inestabilidad que no deja de aumentar. La negativa de Sánchez a contemplar siquiera un relevo ordenado dentro de su propio partido —algo habitual en democracias maduras cuando un liderazgo se agota— demuestra hasta qué punto el proyecto político ha quedado reducido a su figura personal.
En vez de reconocer el deterioro y permitir que una nueva etapa aporte oxígeno, el PSOE se ve obligado a orbitar en torno a la supervivencia de un solo dirigente. Y ahí yace el problema: un país no puede quedar subordinado al interés de un líder que interpreta las instituciones como extensión de su propio relato.
La política no consiste en resistir por resistir; consiste en saber cuándo dar un paso atrás para permitir que el país siga adelante. Sánchez, sin embargo, ha elegido blindarse en una fortaleza narrativa, ignorando que la responsabilidad de un presidente no es aferrarse al poder, sino garantizar estabilidad, confianza y cohesión.
España necesita liderazgo, sí. Pero un liderazgo que piense en el país antes que en sí mismo.











