España: donde la inflación se normaliza y el ciudadano se acostumbra
Juan María de Andrés.- La inflación en España se ha convertido en ese invitado pesado que nadie ha invitado, pero que el Gobierno insiste en presentarnos como un conocido lejano al que “hay que tener paciencia”. Los precios suben, los bolsillos se vacían y, mientras tanto, los discursos oficiales se llenan de optimismo… del tipo que solo se puede permitir quien no hace la compra cada semana.
“Todo está controlado”, pero el ciudadano no lo nota
En la calle, la sensación es otra: los alimentos parecen artículos de lujo, el alquiler compite en atletismo con el salario, y llenar el depósito empieza a ser casi un acto de fe. Entre titulares tranquilizadores y gráficos muy coloridos, la realidad sigue siendo la misma: el poder adquisitivo baja más rápido que las promesas.
Eso sí, siempre nos queda el consuelo de escuchar que la inflación “se modera”. Es posible, pero se modera como se modera una tormenta: cuando ya te ha empapado por completo.
Culpables globales, soluciones locales que nunca llegan
La narrativa oficial apunta a factores internacionales: tensiones geopolíticas, mercados globales, desequilibrios energéticos. Correcto. Pero, curiosamente, otros países parecen gestionar mejor estas mismas causas. En España, en cambio, seguimos atrapados en trámites eternos, volatilidad regulatoria y una estructura de precios que siempre encuentra un motivo nuevo para subir, pero ninguno para bajar.
Una paradoja: cuando el coste de las materias primas sube, los precios se ajustan en días. Cuando bajan, se ajustan… algún día.
Energía: la eterna excusa que sigue siendo un negocio redondo… para algunos
El mercado eléctrico español es casi una novela de misterio. Tarifas imprevisibles, picos repentinos, ajustes que nadie comprende y beneficios que siempre parecen caer del lado correcto. La dependencia energética se utiliza como argumento técnico, pero se disimula lo evidente: un sistema pensado para que el ciudadano pague demasiado por algo tan básico como encender la luz.
Sube la energía, sube todo. Menos las explicaciones, que permanecen sospechosamente constantes.
La mayor ironía es cómo se ha conseguido que el ciudadano vea la inflación como un fenómeno natural, casi biológico, como si fuese el polen o la lluvia. Pero no: la inflación no es inevitable. Es el resultado de políticas, decisiones y prioridades que rara vez coinciden con las del ciudadano medio.
Mientras tanto, se nos pide “paciencia”, “prudencia” y, por supuesto, “confianza”. Lo único que no se nos pide es opinión.











