Ay, Paqui, Paqui
Mayte Alcaraz.- Las mujeres de nuestros corruptos son damas aguerridas. Defienden la cosa nostra con vehemencia, a gritos si es necesario, porque saben sacar el genio que llevan dentro cuando ven caerse el tinglado, bien alimentado por los ingresos robados a las arcas públicas por parte de sus abnegados hombres. Les va mucho en ello: por eso se ponen como se ponen. Estas esposas tienen especial inquina a los periodistas, porque son esos señores largones que desenmascaran el negociete familiar del que viven. Si por ellas fuera, los plumillas serían mandados a centros de reeducación social, donde se les enseñe un primer y único mandamiento: no tocarás el bolsillo de los corruptos.
Las cónyuges de los mangantes, cuando estos son acorralados por la justicia, han convertido sus invectivas contra la prensa en un género en sí mismo. El género lo inauguró Marta Ferrusola con aquel «a la mierda» que le dedicó a una cámara de televisión cuando un reportero le preguntó por la comparecencia de su marido tras destaparse la mafia familiar que tenía montada su molt honorable. La mujer de Pujol lo hizo en catalán, como manda el buen nacionalismo, pero su intención era universal: reprochar a la prensa su osadía de meter las narices en los bajos fondos domésticos.
Alumnas aventajadas de Marta, la de los misales, han sido Isabel Pantoja y Maite Zaldívar, ellas despistadas mujeres de Julián Muñoz, que encontraban dinero de origen desconocido en sus cuentas corrientes, pero nunca se preguntaban de dónde lo sacaba su pareja. Aquí cabe recordar también a Ana Mato que veía un coche de lujo en su garaje y creía que habían nacido allí por generación espontánea. Los gananciales son una buena razón para la amnesia.
Pero mi arrabalera preferida es Paqui. Así, sin apellidos. Como la conocían, las dependientas de El Corte Inglés, entre las que era una más. Su tarjeta pagada por la trama, que dirigían al alimón Cerdán y Ábalos, era un salvoconducto infalible. Por eso se quejaban el compinche de su marido, Antxón Alonso, y su mujer, sobre los gastos del matrimonio: «La Paqui. Que la conocen todas las vendedoras de El Corte Inglés. Y encima no son nada discretos. Gastar y gastar». Francisca es socialista, engrosó la candidatura de su partido para las elecciones en Noáin, en un puesto simbólico, y se casó hace unos años con un virtuoso del trinque al que ella, como Pedro, llaman siempre Santi.
La mujer de Santos Cerdán se enfadó mucho cuando una periodista llamó a su puerta para preguntar por los tejemanejes de su pareja. «¡Me ca… en la p… de oros, dame tu DNI!», «¡estoy hasta los c… ya de la prensa, y de este p… país!, gritó en el rellano de su escalera. Menudo escándalo montaron entonces en Ferraz: que si todo formaba parte del acoso de la «ultraderecha» contra la familia de un hombre honrado, que si no había que consentirlo, que si nadie respeta ya nada. De entonces datan las quemaduras de primer grado sufridas en decenas de manos de los miembros del Consejo de Ministros y de la Ejecutiva socialista, todas ellas achicharradas por el honor del Santo de Paqui.
Tras conocer el penúltimo informe de la UCO –queda uno patrimonial de la pareja al que debemos aguardar pertrechados de palomitas– ya sabemos que el ático que doña Paqui defendía numantinamente, cuyo pago hubiera supuesto el 60% del sueldo de Cerdán en el Parlamento (incluso la pensión de la propia Paqui, que ronda los 600 euros por un accidente que tuvo, no hubiera servido ni para pagar la comunidad de vecinos), no lo sufragaba el matrimonio progresista sino una trama criminal a la que alimentaban las adjudicaciones del Gobierno de Pedro Sánchez. Es decir, el ático lo pagábamos todos nosotros. En la calle Hilarión Eslava teníamos una magnífica vivienda y no lo sabíamos. A su inauguración fue la cúpula del partido y del Gobierno y nadie vio nada raro: Santi era un austero socialista, nos vendían. Lo de gastar y gastar lo hemos tenido que conocer gracias a la Guardia Civil.
Pero la suerte de la socialista consorte no quedaba ahí. El propio Antxón la contrató por 1.900 euros mensuales que cobró sin trabajar. Ahora que tiene a su marido en casa, no sabemos por cuánto tiempo, seguro que medita en su retiro navarro de Milagro sobre aquellas veladas pasadas en Moncloa cuando el matrimonio Sánchez-Gómez los invitaban a cenar para solidarizarse con la «cacería» a la que estaban sometidos. Lo peor es que en El Corte Inglés van a echar de menos a Paqui…











