La vanidad también viste sotana
La reciente absolución del padre Custodio Ballester ha desatado una auténtica ola de felicitaciones, la mia incluida. Medios afines, asociaciones, fieles y seguidores han celebrado con entusiasmo lo que muchos consideraban una injusticia. No faltan las alabanzas, los mensajes de apoyo, las entrevistas y los homenajes. Y, por supuesto, el propio Custodio ha sabido recoger con gusto esos parabienes.
Sin embargo, hay un detalle que chirría. En medio de tanto aplauso, apenas se menciona a quienes compartieron con él el mismo banquillo: el padre Jesús Calvo y el director de Alerta Digital, Armando Robles. Ambos pasaron por idéntico proceso, ambos soportaron la incertidumbre, la exposición mediática y el peso de unas acusaciones que pudieron haber acabado muy distinto. Pero hoy, cuando todo parece alegría y reivindicación, su nombre apenas asoma.
Es aquí donde conviene recordar algo que no suele decirse: la vanidad también es pecado, padre. Y aunque la absolución sea motivo de alivio, el olvido de los compañeros de causa no se justifica. No es justo que quienes te defendieron en cuerpo y alma, desde la primera línea mediática, queden relegados ahora a un discreto segundo plano.
Alerta Digital, su director y sus colaboradores fueron un pilar fundamental en la defensa pública de Custodio. Se movilizaron, informaron, denunciaron la desproporción de la acusación y asumieron riesgos que otros evitaron. Hoy, que la sentencia les da la razón a todos, sorprende que el sacerdote más visible del caso no tenga unas palabras de reconocimiento hacia quienes compartieron con él la misma cruz.
No se trata de negar méritos ni de empañar una alegría legítima. Se trata de recordar que la humildad es la virtud que separa el testimonio cristiano del simple espectáculo. Celebrar la absolución está bien; hacerlo olvidando a quienes caminaron contigo, no tanto.
La justicia ha hablado y el tiempo pondrá cada cosa en su sitio. Pero que no se diga que el agradecimiento fue selectivo ni que la victoria se convirtió en vanagloria. Porque, al final, lo que distingue al buen pastor no es cuántos le aplauden, sino cuántos reconoce a su lado cuando se apagan los aplausos.
Le deseo lo mejor, padre Custodio, sinceramente. Pero también le deseo memoria y gratitud. Porque la vanidad pasa, y el olvido pesa más que la condena que nunca llegó.











