Han pasado más de doce años desde que ETA anunciara el final definitivo de su actividad terrorista, pero las escenas de violencia callejera no han desaparecido del todo en el País Vasco.

En los últimos meses, diversos municipios han registrado incidentes que recuerdan aquellos años en los que el “kale borroka” formaba parte del paisaje nocturno de muchas ciudades vascas.

Contenedores ardiendo, pintadas amenazantes contra partidos políticos y ataques a patrullas policiales han vuelto a despertar la preocupación entre vecinos y autoridades. Aunque los incidentes son esporádicos, su carga simbólica es enorme: demuestran que aún subsiste un núcleo de radicalismo dispuesto a recurrir a la violencia como forma de expresión política.

Las fuerzas de seguridad apuntan a grupos juveniles desorganizados, inspirados por el viejo discurso abertzale radical. “No son estructuras como las de hace veinte años, pero mantienen el mismo lenguaje y el mismo desprecio por las reglas democráticas”, señalan fuentes policiales. Algunos de los arrestados en los últimos altercados apenas superan los veinte años, lo que plantea un interrogante inquietante: ¿por qué una generación que ha crecido sin ETA reproduce sus métodos?

Expertos en convivencia apuntan a , la influencia de ciertos discursos políticos que aún presentan a la violencia como una respuesta legítima frente al “Estado opresor”. “Mientras se mantenga la ambigüedad moral, habrá jóvenes que lo vean como una forma de resistencia”, advierte un sociólogo de la UPV/EHU.

La persistencia de la violencia en el País Vasco muestra que la paz no es solo la ausencia de armas, sino también la superación de las mentalidades que las justificaron.