Ignacio Andrade.- El PSOE nació proclamando la defensa de los trabajadores y la justicia social. Más de un siglo después, ese discurso suena vacío frente a una realidad incontestable: el partido que prometió servir al pueblo se ha convertido en una maquinaria de poder desconectada de la sociedad real, sostenida por el clientelismo, la propaganda y la manipulación institucional. Su historia reciente es la de una organización que, al perder la referencia moral, ha terminado confundiendo el interés del partido con el interés del país.

Cinismo político como marca identitaria

El socialismo español alcanzó su cénit con Felipe González, impulsando una cierta modernización económica. Pero aquel progreso tuvo un precio ético: corrupción estructural, abusos de poder y una deriva autoritaria que se justificaba en nombre de la estabilidad. Los casos Filesa, los fondos reservados o los GAL no fueron errores aislados, sino síntomas de una cultura política que situó el poder por encima de la ley y la moral.

Andalucía: el laboratorio del clientelismo

Durante casi cuatro décadas, el PSOE convirtió Andalucía en su feudo político. Allí levantó un sistema de dependencia institucional basado en las subvenciones y el control ideológico de los recursos públicos. Los ERE fraudulentos fueron solo la punta del iceberg de una estructura diseñada para perpetuar el dominio socialista, disfrazando de “progreso” lo que en realidad fue una forma de control social y de empobrecimiento moral.

La izquierda moralista y la incoherencia institucional

En las últimas décadas, el PSOE ha pretendido erigirse en juez moral de la política española. Se presenta como garante de los derechos y la democracia mientras ataca, con arrogancia ideológica, a todo aquel que discrepa de su visión del mundo. Sin embargo, su discurso de “superioridad moral” contrasta con una práctica constante de manipulación de instituciones, medios de comunicación y poderes del Estado.

Bajo el barniz del feminismo o del progresismo, el PSOE ha desarrollado una política sectaria, centrada en dividir a la sociedad entre “buenos” y “malos”, “progresistas” y “reaccionarios”, mientras ignora los problemas reales: el paro, la inseguridad y la pérdida de cohesión nacional.

Del obrero al burócrata

El PSOE ya no representa al trabajador ni a la clase media. Hoy es el partido del burócrata, del cargo público, del beneficiario del sistema que ellos mismos han creado. Su base social depende cada vez más de la subvención y menos del mérito o el esfuerzo. En lugar de promover la cultura del trabajo, fomenta la dependencia y la resignación. Es el socialismo institucionalizado: cómodo, subvencionado y sin ideales.

Un problema moral

La corrupción socialista no es solo económica, sino profundamente moral. El partido ha degradado el sentido de la política, reduciéndola a una lucha por el poder, sin principios ni autocrítica. La palabra “socialismo” se ha convertido en una marca vacía, un instrumento al servicio de quienes viven del Estado mientras proclaman hablar en nombre del pueblo.

El PSOE hoy es el ejemplo más claro de cómo el poder corrompe cuando no se ejerce con límites morales. Su deriva frentista, su desprecio por la unidad nacional y su connivencia con el populismo y el separatismo han terminado de vaciar de contenido su viejo relato.

España necesita una política con valores, no una izquierda atrapada en su propio cinismo. El socialismo que un día prometió libertad y justicia hoy solo ofrece control, corrupción y decadencia.