Lo que les espera a Ábalos y a Sánchez
Antonio Naranjo.- José Luis Ábalos no ha entrado en prisión, pero importa poco: es una cuestión de tiempo que acabe en ella, junto a Santos Cerdán y Koldo, para empezar. Nunca se había visto un cúmulo tal de pruebas, gráficas, audiovisuales y materiales de una trama delictiva endémica, transversal, múltiple y alojada en el poder que, entre otras inmundicias, ha caído en parte por el recelo entre todos ellos: uno se guardó pruebas de las complicidades entre todos, pensando que fuera escudo y ha sido lanza para cada uno de los golfos.
Tan listo Koldo y al final se ha dejado el DNI en la escena del crimen, incriminándose a sí mismo, a su manada corrupta y al jefe de la tribu, Pedro Sánchez, que está comprobando en sus propias carnes el sentido del concepto ‘karma’ y de justicia poética: de algún modo, todo lo que él ha hecho le está volviendo, tal vez multiplicado exponencialmente.
La película siciliana que estamos viendo tiene muchos episodios, a cual más sangrante y garbancero, pero hay dos más escondidos que merecen una pausa y alguna pregunta. Si los soldados se rebozaban en lupanares, marisquería y fajos de billetes, ¿qué no han podido hacer sus generales?
Porque nos deslumbra la falta de estética y de ética de Puteros Reunidos y la soez trama de mordidas descaradas vendiendo mascarillas o contratos públicos a cambiar de chistorras y gambas o tratando como ganado a señoritas en apuros o sin escrúpulos, pero detrás se adivina algo más que ha de descifrarse algún día: las relaciones con Venezuela, China o Marruecos; la invasión gubernamental del mundo empresarial y los volantazos geopolíticos del Gobierno dan para mucho más que un sobre y un pisito de alquiler.
Y la otra es más mundana. Sánchez ha subido los impuestos como nadie, hoy en la España progresista un matrimonio con formación y dos sueldos vive peor que un obrero currante durante el franquismo o un funcionario medio en los albores de la democracia: el sistema fiscal y feudal implantado provoca el empobrecimiento general, ataca su capacidad de vivir en libertad y, a la vez, engorda las arcas de un Estado voraz, dispuesto a llenarse los bolsillos para generar una sociedad clientelar, subsidiada y dependiente de un sátrapa que intercambia votos por pagas con dinero ajeno.
Mientras Ábalos llenaba cajones de «lechugas», reservaba meretrices como si fuera una mesa en un restaurante o se asociaba con empresas creadas para comisionar en administraciones socialistas, con el desdoro añadido de hacerlo en una España confinada y en la UCI; la presión fiscal se lleva el 60% de los ingresos de un español medio; la vivienda es un lujo inaccesible; las calles se llenan de chusma impune y el intervencionismo en todos los órdenes de la vida roza la categoría de una distopía de Huxley: nos ponen tapones molestos en las botellas de agua, nos obligan a hablar con el estúpido lenguaje inclusivo, nos llaman fachas, ultras, homófobos o racistas por no cacarear los mantras de gentuza que luego explotaba sexualmente a extranjeros por dos duros y nos intentan encerrar en un universo ficticio, liberticida y guerracivilista ajeno por completo a la actitud natural del español medio, que es la de vivir y dejar vivir.
A Ábalos lo condenarán, pero en esa cárcel imaginaria que construye una sociedad, cuando se siente secuestrada por un inmoral con ínfulas, ya está ingresado Pedro Sánchez, con su esposa, su hermano, sus pretorianos y su fiscal general dando vueltas en el mismo patio penitenciario. Por eso Sánchez es tan peligroso: no pelea ya por mantenerse en el poder, lo necesita para no terminar en el Tribunal Supremo y de ahí, tal vez, con su amigo Santos, el «arquitecto» de su propia vida.












