En defensa de Olona frente a una reportera sanchista de TVE
Olona acudía a la Universidad Carlos III de Madrid para dar una charla sobre inmigración y seguridad, un tema que en el clima político actual es muy sensible. En democracias, los actores políticos tienen no sólo el derecho, sino el deber, de defender sus ideas públicamente, incluso si esas ideas molestan o generan confrontaciones. La prensa está para preguntar, pero también para asumir que las respuestas pueden ser duras cuando los temas son polémicos.
La reportera le pregunta: “Si la escrachan, ¿se volverá a lanzar encima de los manifestantes?”, aludiendo a un incidente pasado en Granada. Esa pregunta es claramente provocativa: implica que Olona podría comportarse de manera confrontacional, lo que no solo pone en duda su forma de actuar, sino su carácter. Frente a eso, una respuesta airada puede comprenderse como defensa ante acusaciones implícitas. si se considera que la reportera está utilizando afirmaciones que Olona o sus seguidores podrían percibir como parciales o sesgadas (“manipulación informativa”, “opinión sincronizada”), Olona podría sentir que está siendo atacada no solo como persona, sino como símbolo político.
Olona acusó a RTVE de ser una “televisión prostituida” y de estar entregada a un “equipo de opinión sincronizada”. Si bien es una expresión fuerte, para quien la defienda puede argumentarse que ella percibe que los medios públicos no ejercen su deber de objetividad, sino que alinean sus preguntas con discursos que ella estima adversos. En ese sentido, su respuesta puede verse como una exigencia de contención y de evitar ese sesgo.
No todas las respuestas duras o subidas de tono son necesariamente impropias. En el teatro político, especialmente para figuras de oposición o posicionamientos controversiales, utilizar un lenguaje fuerte puede ser una estrategia legítima para desmarcarse, generar visibilidad, y dejar claro dónde se posicionan. Si uno considera que ya hay una historia de confrontaciones, de cuestionamientos previos, Olona podría interpretarlo como una acumulación de provocaciones.
Un argumento de defensa podría ser que la prensa tiene también responsabilidad ética: la de no recurrir al sensacionalismo, a las provocaciones innecesarias o a preguntas que apelan más al show que al esclarecimiento. Preguntas que referencian incidentes pasados pueden ser legítimas, pero cuando se formulan de manera sugestiva o con intención de confrontar directamente, pueden esperarse respuestas defensivas o emociones.
Si la periodista lanza preguntas que luego se convierten en acusaciones implícitas, o si hay un tono provocativo, quien está siendo entrevistado tiene el derecho de sentirse atacado y, en consecuencia, de responder de forma fuerte.











