El toreo se enfrenta a un reto mayúsculo: reconciliarse con su público a través de la transparencia y la meritocracia
AD.- En el mundo del toreo, donde tradición y arte deberían marcar el compás, existen dinámicas internas que generan malestar entre aficionados y profesionales. Dos de las más señaladas son la forma en que se seleccionan los carteles de las grandes ferias y el favoritismo hacia determinadas ganaderías. Ambos fenómenos ponen en duda la transparencia de un sector que vive bajo la lupa de la opinión pública.
Carteles que no siempre premian el mérito
En teoría, los toreros que triunfan en plazas importantes deberían ver recompensado su esfuerzo con nuevas contrataciones. La realidad es distinta. La confección de carteles responde, en muchos casos, a intereses empresariales y acuerdos de despacho. Existen apoderados y grupos que concentran poder en varias plazas, imponiendo a sus representados en los carteles y cerrando la puerta a quienes no forman parte de ese círculo.
“Paquetes” de toreros, contratos cruzados o exclusiones deliberadas hacen que jóvenes promesas o matadores en plena forma se vean fuera de las ferias más relevantes. El resultado: el escalafón taurino no siempre refleja lo que ocurre en el ruedo, sino la capacidad de negociación de quienes mueven los hilos.
Ganaderías de confianza… y de conveniencia
Algo similar ocurre con la elección del ganado. Aunque la bravura y la regularidad deberían ser criterios fundamentales, la balanza suele inclinarse hacia las llamadas “ganaderías de confianza”. Estas, incluso en épocas de baja forma, mantienen presencia en ferias de prestigio gracias a su influencia y a la seguridad que ofrecen a las figuras.
Las ganaderías duras o de encastes minoritarios, que plantean más riesgo y mayor emoción, son marginadas en beneficio de hierros considerados más “cómodos” para el lucimiento. Esta tendencia no solo empobrece el espectáculo, también reduce la diversidad genética del toro de lidia.
Un público cada vez más crítico
Estas prácticas tienen consecuencias palpables. El aficionado percibe carteles repetidos, falta de oportunidades para toreros con méritos sobrados y un ganado que muchas veces no está a la altura del mito del toro bravo. La desafección aumenta cuando la sensación de “amaño” sustituye a la épica que debería caracterizar cada tarde.
El toreo, como manifestación cultural, se enfrenta a un reto mayúsculo: reconciliarse con su público a través de la transparencia y la meritocracia. De lo contrario, la sospecha seguirá oscureciendo la grandeza de un espectáculo que, más allá de debates éticos, necesita credibilidad para sobrevivir.











