Las contradicciones del progresismo
Ignacio Sánchez Cámara.- Entiendo aquí por progresismo la cultura quizá hoy dominante en Occidente, pero en ningún caso hegemónica, pues se enfrenta a una fuerte, aunque minoritaria, oposición. Me refiero a esa amalgama de neocomunismo, populismo, izquierdismo radical, ideología de género, en general al movimiento woke. No hay inconveniente en llamarlo «progresismo», dado que es una denominación que les gusta, aunque su filosofía, si es que existe tal cosa, poco tiene que ver con el progreso humano y más bien destruye sus bases intelectuales. En realidad, se trata de una rebelión contra la cultura clásica europea. Muchas de sus ideas son buenas, pero han enloquecido (Chesterton).
No me voy a ocupar de sus aciertos y errores, sino a exponer algunas de sus contradicciones culturales. En 1976 el sociólogo estadounidense Daniel Bell publicó el libro Las contradicciones culturales del capitalismo. En él sostenía que el capitalismo generaba una cultura hostil a sus propios principios y valores. Cabría sugerir que algo parecido puede ocurrir con el progresismo, que tiende a generar una cultura desintegradora, destructiva. T. S. Eliot se refirió a esta verdad con la expresión «la disociación de la sensibilidad».
La primera de sus contradicciones y fuente de la mayoría de las demás es su rechazo de los ideales de la ilustración. La razón es sustituida por el emotivismo. El ideal de la autonomía y la autorrealización conduce a contradicciones y paradojas. Un ejemplo de esto se encuentra en la posición hacia la maternidad subrogada (vientres de alquiler). Unos la aceptan como muestra de la libertad de las mujeres. Otros la rechazan como manifestación de su cosificación. No parece que la dignidad de la mujer se encuentre bien fundamentada en el progresismo. En realidad, no lo está la dignidad de la persona en general. Esto se manifiesta también en la existencia de, al menos, dos feminismos con posiciones enfrentadas e irreconciliables. Para uno, se trata de lograr la equiparación no solo legal con el varón. Para el otro, el varón es el enemigo y a la lucha de clases ha seguido la guerra de sexos. Pero surge aquí otra contradicción con la ideología de género. Pues si no hay sexos sino géneros, y los géneros no son naturales, sino construcciones sociales, si uno elige libremente el género que tiene, entonces desaparece la distinción entre varón y mujer, lo que no es muy alentador para los movimientos feministas.
La clave se encuentra en la imposibilidad de fundamentar la dignidad del hombre, pues ésta solo puede basarse en Dios o, de modo derivado, en la razón, y el progresismo rechaza ambos. Así se llega a la curiosa situación en la que se «crean» (o se «conceden» por el Estado) más y más nuevos derechos, pero sin fundamento.
Otra contradicción se manifiesta en la coexistencia de un hedonismo que reduce el bien moral al placer con una exaltación de la solidaridad. Todo parece conducir a una especie de humanitarismo antihumanista. La filantropía moderna no nace del amor cristiano, sino de su degradación y negación. Tampoco saben muy bien qué hacer con la vida humana, ya que a la vez que es declarada objeto de protección, es negada y destruida mediante la aceptación del aborto y la eutanasia como derechos. La devoción por la naturaleza coexiste con su negación o alejamiento de ella, por ejemplo, al negar la distinción natural entre el varón y la mujer o la singularidad humana frente al resto de los animales. También se da una incoherencia entre la asunción de formas de relativismo cultural y moral y la defensa de valores con validez universal y casi absoluta. Por ejemplo, un defensor del derecho al aborto libre no puede considerarse como un relativista, sino como un dogmático.
La raíz de las contradicciones de esta sociedad en proceso reversible de desintegración moral se encuentra en su negación de lo Absoluto, de lo sagrado, en suma, de Dios. No debemos dejar de mostrar sus incongruencias y errores, pero con la confianza de que en sus propias contradicciones quizá se encuentre una de las causas decisivas de su fracaso final.
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