El aborto: una herida moral y social
Alicia Ruffé*.- El aborto se presenta en el debate público como un “derecho” incuestionable, una bandera de libertad y autonomía individual. Sin embargo, más allá de los eslóganes, se trata de un acto que plantea una de las contradicciones éticas más profundas de nuestro tiempo: la negación del derecho a la vida al ser más vulnerable e indefenso, el ser humano en gestación.
El valor de la vida humana
Desde la concepción, existe una vida distinta de la madre: con un código genético propio, con un desarrollo biológico autónomo y con la potencialidad de convertirse en un ser humano plenamente desarrollado. Negar la humanidad del embrión o del feto es caer en la misma lógica histórica con la que se han justificado graves injusticias: reducir a ciertos seres humanos a una categoría de “no-personas” para despojarlos de derechos básicos.
La pregunta es clara: si la vida humana merece respeto en cualquier etapa, ¿cómo justificar su eliminación en el vientre materno?
El aborto y la contradicción del progreso
Vivimos en sociedades que proclaman la defensa de los derechos humanos, la inclusión y la igualdad. Sin embargo, en nombre de esa misma modernidad se legitima el aborto, que significa eliminar la vida de los más frágiles. ¿Cómo hablar de justicia social mientras se normaliza un acto que impide siquiera el derecho a nacer?
El progreso auténtico no puede medirse por la capacidad de decidir sobre la muerte de otros, sino por el compromiso con la protección de los más vulnerables.
Consecuencias invisibles
El aborto no solo termina con una vida; deja cicatrices profundas en las mujeres, que con frecuencia experimentan culpa, dolor emocional y vacío existencial. También erosiona el tejido social al acostumbrarnos a relativizar lo irrenunciable: la dignidad de toda vida humana.
En lugar de ofrecer apoyo integral —acompañamiento médico, psicológico, social y económico—, muchas sociedades empujan a la mujer hacia la “solución rápida” del aborto, que en realidad no soluciona nada, sino que añade sufrimiento.
El aborto es, en el fondo, un fracaso colectivo. Fracaso de la cultura que prefiere descartar en lugar de acoger; fracaso del Estado que no brinda alternativas reales a las mujeres en dificultad; fracaso de la sociedad que olvida que la vida no es un derecho relativo ni negociable, sino la base de todos los demás.
Ser verdaderamente críticos con el aborto no es un ejercicio ideológico, sino un acto de coherencia ética: la vida humana debe ser defendida siempre, desde su inicio hasta su fin natural.
*Ex profesora en la Sorbona











