Libertad de expresión: cuando dos curas molestan
“La libertad no puede vivir sino al amparo de un principio fuerte, permanente. Cuando los principios cambian con los vaivenes de la opinión, sólo hay libertad para los acordes con la mayoría. Las minorías están llamadas a sufrir y callar” (José Antonio Primo de Rivera)
La libertad no se mendiga, se defiende. Hoy escribo estas líneas no como militante de ningún partido, sino como ciudadano que se sabe heredero de un derecho sagrado: poder hablar, pensar y vivir sin miedo. Esa libertad, que durante generaciones costó tanto conquistar, hoy está en peligro. Y cuando la libertad se tambalea, defenderla deja de ser una opción para convertirse en una obligación. Porque el silencio nunca fue neutral: callar ante la injusticia es hacerse cómplice de ella.
La Real Academia Española recoge varias definiciones de libertad, y la última es especialmente reveladora: “En los sistemas democráticos, derecho de valor superior que asegura la libre determinación de las personas”.
Dentro de ese marco, la libertad de expresión está recogida en la Constitución Española, artículo 20, que reconoce el derecho de todos a “expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción”.
El próximo 1 de octubre, el padre Custodio Ballester y el padre Jesús Calvo, así como el periodista Armando Robles, tendrán que sentarse en el banquillo acusados de un presunto delito de odio por sus críticas al Islam. La Fiscalía se agarra al artículo 510.1.a del Código Penal, que castiga con penas de prisión a quien “incite al odio o discriminación por motivos de religión o creencias”.
Pero lo que dijeron estos sacerdotes no fue un llamamiento al odio, sino una opinión personal que puede compartirse o no, pero que entra de lleno en la libertad de expresión que la Constitución protege.
Lo grave aquí no es solo el juicio, sino la doble vara de medir. Cuando en televisión se ridiculiza a la Virgen del Rocío, a Cristo o al mismo Dios, nadie mueve un dedo. Eso entra dentro de la “libertad de expresión”. Ahora bien, si dos sacerdotes opinan sobre el Islam, inmediatamente se les acusa de delito de odio y se les trata como a delincuentes.
Y aquí viene la pregunta: ¿por qué esta diferencia?
Es imposible ignorar la contradicción. Vox lleva años lanzando mensajes mucho más duros contra el islamismo y la inmigración ilegal de mayoría musulmana. En cada mitin hablan de que “no se integran”, de que “imponen su cultura”, de que “hay delincuencia asociada a la inmigración”. Y, hasta el día de hoy, ningún fiscal les ha aplicado el artículo 510.1.a.
Entonces, ¿qué pasa? ¿Que si lo dice un político en campaña es “discurso político” y si lo dice un sacerdote en su tiempo libre es “delito de odio”? Esa incoherencia mina la confianza en la justicia. Y lo más decepcionante: ni siquiera Vox, que presume de “decir lo que otros callan”, ha movido un dedo para defender a estos curas que, en esencia, dijeron lo mismo que ellos pero con mesura.
Por si fuera poco, el caso ha pasado casi desapercibido en los medios de comunicación. Solo Carlos Herrera, desde los micrófonos de la Cadena COPE, se ha hecho eco de la situación del padre Custodio y del padre Calvo. Ni grandes titulares en prensa, ni debates en televisión.
Y sin embargo, estoy seguro de una cosa: si en vez de un juicio por opiniones sobre el Islam, se tratara de un escándalo sexual relacionado con sacerdotes, la noticia abriría todos los telediarios y ocuparía horas de tertulias en televisión. Ese contraste es dolorosamente revelador.
Como demócrata convencido, quiero decirlo con claridad: mi apoyo total al padre Custodio y al padre Calvo. No son delincuentes. Son ciudadanos que, en su libertad individual, expresaron una opinión. Y criminalizar eso es una amenaza no solo para ellos, sino para todos los que creemos que la democracia se basa en poder opinar sin miedo.
Si mofarse del cristianismo en prime time es libertad de expresión, entonces opinar que el Islam no admite diálogo también debería serlo. La libertad no se defiende a medias, ni solo cuando interesa políticamente.
Hoy persiguen a dos sacerdotes y a un periodista libre. Mañana puede ser cualquiera de nosotros.











