Gaza para tapar las vergüenzas
Mayte Alcaraz.- La gran pregunta que hay que hacerse es cuál es el nivel de tolerancia con la incoherencia que puede soportar un ser humano. Todos podemos caer por la pendiente de la incongruencia, pero debemos mantener nuestras contradicciones detrás de un dique aceptable moralmente. Algunos lo intentamos. No obstante, lo mío se reduce a mi propia aceptación porque normalmente solo me afecta a mí, ya que acostumbro a no predicar sobre qué está bien y qué está mal en el desempeño privado de cada uno, no dicto qué tiene que hacer cada quisque en el ámbito de la moral o con su economía o con sus decisiones vitales. Por eso, evito maximalismos o imposiciones éticas. Qué menos que exigirle ese ejercicio a aquellas personas que tienen una dimensión pública y, máxime, a los políticos que, en teoría, trabajan a nuestras órdenes y remuneramos con nuestros impuestos.
Pues no. Habitualmente la pyme que conforman Pablo Iglesias e Irene Montero llamada Podemos es una mina inacabable de aquello tan de las abuelas: dime de qué presumes y te diré de lo que careces. En general, esta pareja presume de un grado de moralidad inalcanzable para los mortales que intentamos no tomar el pelo al respetable. Ellos hacen el viaje completo: mienten, dan lecciones, afean a los demás sus acciones, predican lo que hay que hacer y terminan haciendo lo contrario, es decir, justo aquello que atacaban mientras mentían. La vuelta al mundo en 80 trolas se llama eso. La pareja antisistema que se compró una mansión en la sierra madrileña ha decidido llevar a dos de sus hijos a un colegio privado situado en uno de los municipios más ricos de la Comunidad de Madrid.
Nada habría que objetar si no fuera porque el padre sentenció: «Lo que vosotros estáis defendiendo es que los ricos puedan llevar a sus niños a unos colegios muy especiales para no mezclarse con la gente pobre y que encima los pobres se lo paguen. O sea, es que es una puñetera vergüenza, Margallo» (se dirigía al exministro de Exteriores del PP). A estas alturas no sabemos si Iglesias es uno de esos ricos, si la gente pobre le da asco y solo la quiere para que paguen el colegio privado de sus niños o si la puñetera vergüenza no será él mismo, su prédica embustera y la falsedad con que ha intentado engañar a todos, aunque solo haya engañado a su parroquia.
Usaron la escuela pública como argumento intelectual, como echaron pestes contra los que vivían en «zonas ricas», reduciendo al capitalismo más feroz la vecindad en barrios o municipios que no fueran, puso por ejemplo Iglesias, el distrito de Vallecas. Sus sermones se han venido abajo por el peso de su propio comportamiento. Es tal la tomadura de pelo de Sánchez e Iglesias a los votantes que un día los creyeron que hasta nos haría reír esta última traición de Irene y Pablo a los ¿principios? si no fuera porque estos mismos que destruyen códigos morales –casoplones en la sierra, escuela privada, Falcon, prostitutas, acosadores– son los que usan todo lo que está en su mano –incluso nuestra seguridad y buen nombre– para tapar sus vergüenzas.
Hoy es el humo gazatí detrás del cual hay un rosario de suciedad inabarcable: corrupción familiar y política, derrotas parlamentarias, deterioro institucional. Pero esa espesa cortina solo servirá hasta el próximo informe de la UCO, que quién sabe si puede apuntar a financiación ilegal en Ferraz. Pero para entonces España ya habrá hecho un ridículo internacional, roto relaciones con Israel, habrá puesto en peligro nuestra protección e Inteligencia que depende en gran parte de la tecnología judía y, sobre todo, no habrá evitado la muerte de un solo niño palestino. Eso sí, mientras estamos tan entretenidos Zapatero habrá ido a rendir pleitesía a Puigdemont, las empresas tendrán que arrostrar el catalán en los usos comerciales fuera de Cataluña, Illa y Junqueras tendrán su cupo insolidario, Otegi seguirá comandando a los borrokas bendecido por Sánchez y para Netanyahu solo seremos un Estado gamberro dirigido por un señor con un ego incontrolado que ha perdido todas las batallas salvo las de la propaganda. El 23-J le sirvió para seguir en Moncloa.












