Hanan Alcalde: Entre el activismo propalestino de performance y la teatralidad
Borja Herrero.- Hanan Alcalde se ha erigido como una de las figuras más mediáticas del activismo pro-palestino en España, pero detrás de su imagen de compromiso se esconden contradicciones difíciles de ignorar. Su participación en la Flotilla Sumud y su constante exposición en redes sociales no solo muestran su militancia; también dejan al descubierto un activismo que a menudo parece más espectáculo que convicción.
Mientras denuncia opresión, autoritarismo y desigualdades con un lenguaje estridente, Alcalde exhibe su vida familiar y participa en contenidos virales que rozan lo trivial. Bailes, sonrisas y poses para la cámara durante misiones humanitarias serias generan la sensación de que su activismo está medido más por la repercusión mediática que por un verdadero compromiso con la causa que dice defender. “Bailar no mata, lo que mata son las bombas israelíes”, declaró, intentando justificar lo que muchos perciben como un espectáculo vacío en medio de tragedias humanas.
Esta teatralidad se agrava al confrontar su discurso feminista interseccional y religioso con su comportamiento público. Se presenta como defensora de la modestia y de la coherencia cultural, pero su vida mediática expuesta y el uso constante de estrategias virales para autopromoción muestran una doble moral flagrante. La pregunta es inevitable: ¿defiende derechos humanos o su propio branding personal?
Su lenguaje extremo contra políticos e instituciones —acusándolos de fascismo o autoritarismo— también revela otra contradicción. Mientras acusa a otros de manipulación y populismo, su propia retórica exagerada refleja los mismos vicios que critica, erosionando la credibilidad de sus denuncias. La radicalidad performativa reemplaza al activismo efectivo y medido, transformando causas graves en una especie de espectáculo dramático para consumo público.
Hanan Alcalde encarna un activismo que se debate entre el compromiso real y la necesidad de notoriedad mediática. Su defensa de Palestina y los derechos humanos es innegable en el discurso, pero su estilo de comunicación, su exposición constante y su teatralidad cuestionan la integridad moral que debería acompañar a cualquier activista serio. Lo que emerge es una figura cuya imagen pública contradice sus valores proclamados, y cuyo activismo corre el riesgo de convertirse en una mera performance, vacía de la coherencia ética que exige la causa que dice representar.
Hanan Alcalde se presenta como un estandarte de la justicia social: feminista interseccional, madre comprometida, trabajadora social y musulmana orgullosa de su fe. Una figura que en apariencia encarna la diversidad y la lucha contra la discriminación. Pero al revisar con cuidado la forma en que articula su identidad religiosa, su vida personal y su activismo, aparecen grietas profundas que ponen en cuestión la coherencia moral de su relato.
Religión como bandera y contradicción
Alcalde defiende el pañuelo como símbolo de libertad, mientras denuncia la islamofobia y reclama respeto a todas las creencias. Sin embargo, no parece reconocer la contradicción de presentar su fe como sinónimo de emancipación cuando, en muchos contextos, se utiliza como instrumento de sumisión. El dilema es evidente: ¿cómo se puede exigir respeto absoluto a la religión propia mientras se minimiza la opresión que esas mismas estructuras han generado —y aún generan— sobre millones de mujeres? La defensa de la libertad se convierte en un escudo selectivo, útil solo cuando sirve a su narrativa.
Vida personal convertida en argumento político
Hanan Alcalde habla constantemente de su papel como madre, como mujer trabajadora, como hija de una cultura que ha sufrido discriminación. Pero su vida privada, que ella misma exhibe como aval moral, queda atrapada en una contradicción peligrosa: por un lado, presenta su maternidad como prueba de fortaleza y ejemplo de resiliencia; por otro, utiliza ese mismo rol para proyectarse como víctima de un sistema que no reconoce sus esfuerzos. Oscila entre el empoderamiento y la victimización, sin asumir que ambas posturas no pueden convivir sin tensar la coherencia del discurso.
Activismo en tono absoluto
Su activismo denuncia con dureza bancos, jueces, fondos buitre, medios de comunicación y grupos de ultraderecha. Su relato es siempre el mismo: un sistema corrupto frente a un pueblo oprimido. Pero ahí surge otra contradicción: mientras exige tolerancia y pluralidad para sí misma, no la concede a quienes piensan distinto. La retórica del respeto mutuo se convierte, en sus palabras, en un arma de un solo filo. Reclama derechos universales mientras niega legitimidad a toda voz que cuestione sus convicciones. ¿No es esa la misma lógica excluyente que dice combatir?
El dilema moral
La figura de Hanan Alcalde encarna la paradoja del activismo contemporáneo: el uso constante de la identidad personal como escudo moral, el blindaje de la religión como dogma intocable y la crítica absoluta a un sistema al que nunca parece proponer alternativas concretas. Su discurso es combativo, sí; pero su coherencia moral, frágil. Exigir libertad mientras se abrazan símbolos que también representan control; reivindicar resiliencia mientras se cultiva el victimismo; reclamar pluralidad mientras se practica la exclusión. Esas son las grietas que convierten su relato en un ejercicio de contradicción más que en un ejemplo de coherencia.












A esta vividora, le importan una mierda Gaza y los palestinos. Su fin es mediatizarse y lo esta consiguiendo, dice que tuvieron que detenerse porque había olas de hasta 3 metros. En mi tierra en la costa de la muerte las olas de 4 a 5 metros son cotidianas, y hay barcos más pequeños que salen a pescar todos los días con ese oleaje, solo excusas porque a palestina, nunca llegara esa flotilla de bailarines zurdos.
Bien dicho templario. Pero esta soplapollas quién es?. Yo no tenía ni tengo ni idea. Ni quiero tenerla. Uno de esos desechos televisivos no?.
En fin que me da iguá. Quien sea esta tipa.