Dónde nos lleva la violencia que jalea Pedro Sánchez
Antonio Naranjo.- Pedro Sánchez dio el pésame a ETA, vía Bildu y en el Senado, cuando un terrorista se mató a sí mismo, que es mejor que lo que hicieron sus amigos con cientos de personas. También califica de «delito de odio» discutir sus leyes más delirantes (la transgénero, sin ir más lejos), tilda de negacionista e instigador de la violencia de género a todo aquel que discuta su legislación al respecto, que no la causa.
Y en general convierte todo episodio violento, repugnante, indigno pero también residual contra un inmigrante, un gay o una mujer en una prueba de cargo contra partidos perfectamente democráticos y, aún más, contra sus millones de votantes, aislados en ese merecido purgatorio protegido por un muro.
Es decir, Sánchez ve violencia donde no la hay, o es ejercida por borregos que no se representan ni a sí mismos, pero la tapa, la jalea, la perdona o la aprovecha cuando sí responde a un movimiento estructurado.
Su propia Presidencia existe por el apoyo de partidos y dirigentes violentos de distinta intensidad, a los que ha indultado, amnistiado, blanqueado y promocionado: todo el separatismo en en sí mismo violento, porque enfrenta a la sociedad, defiende métodos ilegales para lograr sus objetivos, coacciona, censura y destierra al disidente y, en ocasiones, llega al asesinato.
Y el populismo de extrema izquierda también lo es: considera legítimos regímenes totalitarios, antiguos o en vigor; animaliza al adversario bajo la categoría inhumana de fascista que le coloca en una diana (hoy ha sido Charlie Kirk, mañana ya veremos) y justifica las barricadas, el fuego, los pasamontañas y los linchamientos a policías por la supuesta bondad de las causas que heroicamente defiende frente a tanto monstruo, conspirador o golpista de derechas.
Todo eso lo ha comprado Sánchez, seguramente sin mucha convicción, pero con su habitual impulso utilitario y amoral: si necesitara a José Bretón o a Ana Julia Quezada para gobernar, ya encontraría el argumento para hacerlo, exigiendo que todo el mundo suscribiera su brillante apuesta por inutilizar a los psicópatas por el método de integrarles en una mayoría social enternecedora.
Estamos viendo en directo varias cosas, pues. La primera, los fuegos artificiales desesperados de un tipo que es carne de banquillo y ya tiene en él a su esposa, a su hermano y a sus máximos sicarios: probó con la dana, luego con los incendios forestales y ahora con la Vuelta a España.
Pero hay algo más. El choque social, el enfrentamiento civil, la tensión institucionalizada vista en las últimas horas en un ensayo del caos que pretende imponer para no perder y que él u otros como él intentarán mantener cuando pierdan. No es nada nuevo. El viejo frentepopulismo ya lo hizo, con el trágico resultado por todos conocido. A ver cómo encuentra la democracia la manera de frenar a este peligro público sin caer en su trampa, claro, pero también sin poner la otra mejilla.
Posdata. En otra entrañable demostración de valores, Almodóvar, García Montero, Miguel Ríos y otros sensibles artistas van a leer los nombres de los niños muertos en Gaza. Es plausible, aunque llega algo tarde: los pobres llevan muriendo décadas por Hamás. Pero nunca es tarde si la dicha es buena. A ver cuándo leen en voz alta los asesinados por ETA que, por lo que sea, no han tenido tiempo hasta hoy.











