Los que gritan por Gaza callan ante Yemen: la doble moral del activismo propalestino
Álvaro Galán.- La causa palestina ocupa un lugar central en el activismo global, especialmente en sectores del mundo árabe, musulmán y en parte de la izquierda internacional. Nadie duda de que el problema palestino merece atención. Sin embargo, este énfasis exclusivo contrasta con el silencio —a veces ensordecedor— frente a atrocidades igualmente graves en otros países de mayoría árabe o musulmana. Esta selectividad genera la acusación de doble moral: se denuncia con vehemencia la opresión cuando el victimario es Israel o un aliado occidental, pero se relativiza o ignora cuando los responsables son gobiernos árabes o movimientos afines.
El caso paradigmático de Yemen
Yemen vive desde 2014 una de las peores catástrofes humanitarias del mundo: cientos de miles de muertos directos e indirectos, hambre masiva, bombardeos sobre civiles y un colapso sanitario total.
La coalición liderada por Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos, con apoyo occidental, ha cometido masacres contra población civil.
Los hutíes, apoyados por Irán, también son responsables de represión y abusos.
Sin embargo, salvo campañas aisladas de ONG, el nivel de solidaridad global —y en particular de grupos que se movilizan masivamente por Palestina— ha sido marginal. No hay marchas multitudinarias, ni semanas enteras de tendencia en redes, ni presión sostenida en universidades o parlamentos occidentales.
Siria: silencio selectivo
La guerra civil siria, iniciada en 2011, ha dejado más de 500.000 muertos y millones de refugiados. El régimen de Bashar al-Assad utilizó armas químicas, bombardeos indiscriminados y asedios prolongados contra su propia población.
Muchos de los sectores propalestinos que denuncian con razón la ocupación israelí guardaron silencio frente a Assad y sus aliados (Irán y Hezbollah), quizá por compartir enemigos comunes con Israel y EE.UU., o por temor a debilitar la narrativa de “resistencia”.
Irak y la violencia sectaria
Tras la invasión de 2003, Irak se sumió en una espiral de violencia entre milicias chiíes y comunidades suníes, con limpieza étnica, desplazamientos masivos y decenas de miles de muertos.
De nuevo, la indignación que generan las operaciones militares israelíes rara vez se vio reflejada ante estas atrocidades cometidas por actores árabes o musulmanes.
¿Por qué ocurre este desequilibrio Algunas claves:
Palestina ofrece un relato sencillo: un pueblo ocupado frente a un Estado poderoso respaldado por Occidente. Yemen, Siria o Irak, en cambio, presentan escenarios con múltiples culpables, alianzas cambiantes y responsabilidades compartidas.
Palestina es un símbolo panárabe e islámico que trasciende fronteras. Otros conflictos, aunque más mortíferos, no generan la misma carga identitaria o emocional.
Cálculo político
Criticar a Israel es relativamente “seguro” dentro de ciertos círculos políticos y académicos. Criticar a regímenes árabes o a Irán puede resultar incómodo, porque se arriesga a fracturar alianzas o cuestionar figuras que también se presentan como parte de la “resistencia”.
Viralidad mediática
Gaza produce imágenes inmediatas y fácilmente comunicables (niños bajo escombros, bombardeos urbanos). En Yemen o Siria, la censura, el acceso limitado y la dispersión geográfica reducen el impacto mediático.
Consecuencias de la doble moral
Deslegitimación moral: cuando se condena selectivamente, se transmite la idea de que los derechos humanos importan solo en ciertos contextos.
Olvido de víctimas: millones de árabes en Yemen, Siria o Irak quedan relegados al silencio internacional.
Instrumentalización de causas justas: la causa palestina corre el riesgo de ser percibida no como un compromiso universal con la justicia, sino como una bandera política dependiente de intereses ideológicos.
Una verdadera ética de solidaridad debería condenar con igual fuerza los crímenes, vengan de Israel, de regímenes árabes, de milicias islamistas o de potencias extranjeras, visibilizar tragedias silenciadas como Yemen o Darfur y construir una narrativa basada en principios universales de dignidad y justicia, y no en afinidades políticas coyunturales.
La causa palestina merece toda la atención y solidaridad. Pero para ser coherente, esa solidaridad debe extenderse también a otros pueblos árabes y musulmanes masacrados por sus propios gobiernos o por conflictos regionales. Solo así los movimientos podrán reivindicar con legitimidad que defienden los derechos humanos universales, y no solo banderas políticas selectivas.












