Hablar de la historia reciente del PSOE es hablar de  corrupción. El partido que se presenta como garante de la democracia española carga con un historial de escándalos que mina su credibilidad cada vez que saca pecho de “ética” o de “regeneración”.

El felipismo y la caída de la inocencia

Los años de Felipe González fueron la gran esperanza socialista. Sin embargo, tras la euforia inicial, llegaron los golpes: Filesa, Malesa y Time-Export revelaron un sistema de financiación ilegal; Alfonso Guerra quedó marcado por los favores de su hermano; y los GAL dejaron la imagen de un gobierno que se permitió jugar con las mismas armas que los terroristas. Aquel PSOE, que había llegado como símbolo de cambio, terminó expulsado del poder en 1996, ahogado en escándalos y con la etiqueta de partido corrompido.

Andalucía, el feudo manchado

Pero si hay un capítulo especialmente grave en la historia socialista, ese es el caso de los ERE en Andalucía. Durante más de una década, dinero público destinado a los trabajadores se desvió para alimentar una red clientelar y corrupta. Los nombres de dos expresidentes de la Junta, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, quedaron grabados en la historia judicial española. Para muchos, este caso fue la prueba definitiva de que la corrupción no era un accidente en el PSOE, sino un modo de gobernar en sus feudos más sólidos.

Sánchez y la doble moral

Pedro Sánchez llegó a la Moncloa denunciando la corrupción del Partido Popular. La moción de censura que tumbó a Rajoy se construyó sobre esa premisa. Sin embargo, el PSOE nunca hizo una autocrítica seria sobre sus propios casos. El discurso de Sánchez contra la corrupción suena hueco cuando su partido aún arrastra condenas y sombras del pasado. Y mientras tanto, se refugia en el “y tú más” con el PP, en lugar de abordar una limpieza real.

La corrupción en el PSOE ha sido estructural. Financiación irregular, redes clientelares, favores a amigos y un uso abusivo de las instituciones han formado parte de su forma de hacer política.

El precio de la impunidad

El gran problema es la falta de responsabilidad política. Condenas judiciales ha habido, pero dimisiones claras y regeneración interna, pocas o ninguna. Y mientras la ciudadanía se acostumbra a ver la corrupción como algo inevitable, los partidos siguen jugando al mismo juego.

El PSOE, que presume de ser “motor democrático”, arrastra demasiados cadáveres en el armario. Y mientras no haga una catarsis real —algo que parece improbable—, cada vez que hable de regeneración seguirá sonando a ironía.