La humillación del Gobierno ante Puigdemont: una rendición política inaceptable
La reciente reunión en Bruselas entre Salvador Illa, presidente de la Generalitat, y Carles Puigdemont ha sido interpretada por muchos como otro capítulo en la serie de concesiones del Gobierno de Pedro Sánchez al independentismo catalán. Lo que algunos denominan una “normalización del diálogo”, otros lo ven como una claudicación y una humillación política.
Una humillación simbólica y política
Para Vox, este encuentro representa una “humillación nacional” dirigida por el Ejecutivo, al enviar a Illa como “su lacayo a recibir órdenes” en vez de exigir responsabilidad judicial a quien aún mantiene una orden de detención.
El simbolismo es claro: un expresidente fugado, con causas pendientes en la Justicia, sentado en una misma mesa con un dirigente institucional.
Críticas desde el PP: “humillación insoportable”
El Partido Popular ha sido especialmente virulento en sus críticas. Alberto Núñez Feijóo ha acusado a Sánchez de permitir una “humillación insoportable” al no detener a Puigdemont tras su reaparición en Barcelona, lo que, según él, degrada la imagen del Estado.
Esta crítica, surgida en agosto de 2024, fue acompañada por llamadas a la dimisión del presidente y cuestionamientos sobre la autoridad del Ejecutivo
¿Una humillación que trasciende la política?
También desde el ámbito interno del PSOE se han escuchado críticas profundas. El exdirigente socialista Nicolás Redondo acusó al Gobierno de haberse dejado “secuestrar por un prófugo”, describiendo esta etapa de la legislatura como uno de “los episodios más bochornosos de la España contemporánea”.
¿Qué está en juego realmente? En primer lugar la autoridad institucional, ya que sentarse a negociar con Puigdemont, con una orden de detención vigente, potencia la idea de una justicia selectiva.
Asimismo, la dependencia política en Junts y mediadores debilita la percepción de soberanía del Ejecutivo. Las concesiones pueden erosionar la defensa del Estado de derecho y generar precedentes peligrosos.
Y por si fuera poco, la presencia de figuras como Puigdemont en actos públicos sin consecuencias judiciales proyecta una España débil ante los ojos europeos.
Una derrota política con consecuencias duraderas
Lejos de ser un simple gesto de diálogo, la cumbre con Puigdemont en Bruselas es un signo de debilidad que muchos sectores del espectro político —incluso algunos internos al PSOE— interpretan como una rendición. No se trata ya de soberanía perdida, sino de la deslegitimación de las instituciones. La humillación no es un titular más: es un eco que resuena más allá de los muros de La Moncloa, y deja una marca difícil de borrar.












El Mentiroso hace todo lo que sea para seguir en el poder, sea mucho o poco poder, ¡pero poder! ¿Qué humilla y desprecia a los españoles… qué españoles? Hay una tonta frase que dicen muchos, “sentir vergúenza ajena”; ¿pero qué vergüenza puede sentir un español por un mentiroso, sea presidente o limpiador de letrinas: cada uno carga persona personalmente con sus vergüenza no con las familiares o ajenas. Otra frase tonta escrita y repetida por “intelectuales”: “Me duele España”; pero nadie conoce a un médico que dianostique y recete contra ese “dolor”. Otra frase, “sentir indignación ajena”. Hecho real ocurrido… Leer más »
Miralo al Illa parece que le suplica que le de la mano y el profugo pasando totalmente de el como diciendo aqui mando yo
Españistán ya es una mierda, no es ni siquiera respetada por quienes ostentan los máximos poderes de las instituciones, que religiosamente (y por coj…..s) mantenemos todos, al menos los que pagamos, Los mantenidos, ya es otra cosa, esos viven como las cucarachas, chupando lo que cae. Pais, como diría Borges
Que verguenza,y que nula dignidad. ni tan siquiera desde un “cargo”, supuestamente digno, se mantiene la figura respetuosa como estampa ante el fugado.