El Chernóbil de Pedro Sánchez
Ramón Pérez-Maura.- El tiempo libre que nos da el verano me ha permitido volver a ver una de las series televisivas que más me han impresionado y que ya elogié encendidamente cuando la vi por primera vez hace poco más de un lustro, en junio de 2019. Se trata de Chernobyl, la serie de cinco capítulos de una hora que recoge la tragedia que acaeció en la central nuclear ucraniana de esa localidad.
El 21 de junio de 2019 publiqué en ABC una columna titulada Las mentiras de Chernóbil en el que explicaba que Putin quiere borrar esta historia porque «él asume todo lo que hizo el régimen soviético» y explicaba lo que cuenta la serie. El estallido de una central nuclear modelo RBMK de una tecnología patética –no pudo ser obsoleta porque nunca fue de vanguardia– y carente de la cúpula de seguridad que tenían todas las centrales nucleares de Occidente. Y es que la Unión Soviética estaba fundada en la mentira y la prueba es que en 1987 cifró en 37 los muertos que en realidad fueron unas 90.000 personas. Pero la cifra no se cambió nunca hasta el día de hoy. Eso es Putin.
No se me ha olvidado que un relevante colega de ABC, Juan Manuel de Prada, replicó a mi artículo diciendo que «no cabe duda de que las series se han convertido en el libro de los que no leen, que son legión y se han subido al machito». En fin, como demostré al buen amigo de Putin, para defender los intereses del tirano era menos malo ver la serie de HBO que leer el libro en que está basado, Voces de Chernóbil. Crónica del futuro (Debolsillo. Barcelona 2015) de la premio Nobel de Literatura bielorrusa Svetlana Alexievich. Les dejo un párrafo del libro, nada más, tomado de la página 115 de la edición citada. Recoge el testimonio coral de 17 soldados que aparecen mencionados con nombre, apellido y función «… Llegamos a la central misma. Nos dieron una bata blanca y un gorrito. Una mascarilla de gasa. Limpiamos el territorio. Un día trabajábamos abajo escarbando restos, y otro arriba, sobre el techo del reactor. En todas partes con una pala. A los que se subían al techo los llamaban ‘cigüeñas’.
Los robots no lo aguantaban; las máquinas se volvían locas. Nosotros, en cambio, trabajábamos. Sucedía que te brotaba sangre de los oídos, de la nariz. Te picaba la garganta. Te lloraban los ojos. Te llegaba un ruido monótono y constante a los oídos. Tenías ganas de beber, pero no tenías apetito. Se había prohibido la gimnasia matutina para no respirar radioactividad en vano. Y marchábamos al trabajo en camiones descubiertos (…)».
¿Qué provocó esta inmensa tragedia? Pues el mismo tipo de decisiones equivocadas que cometió el Gobierno de Pedro Sánchez el pasado 28 de abril. Sí, gracias a Dios en España sólo hubo cinco muertos. Pero como ocurrió en Chernóbil, estaban probando a reducir el uso de la energía nuclear, en nuestro caso para demostrar que podíamos funcionar sin ella y sólo con energías renovables. La prueba de Chernóbil costó la vida a decenas de miles de personas. La española sólo supuso dejar un país paralizado. Poca cosa por comparación. Pero exactamente igual que en la Unión Soviética, se ha demostrado que la mentira es la principal fuerza que mueve al sanchismo.
Señor presidente del Gobierno, ya comprendo que en su entrevista del pasado lunes con Pepa Bueno no estaba para responder a cosas que considera borradas y con las que ningún periodista afín le va a molestar. Pero si no va a responder sobre ellas, al menos recuerde un principio que es válido desde Arquímides de Siracusa, allá por el año 250 antes de Cristo: los experimentos, con gaseosa. Por el bien de todos.












