Hundir el Open Arms
Antonio Naranjo.- Santiago Abascal ha copado todos los titulares por defender en público la confiscación y el hundimiento del Open Arms, el barco encargado de auxiliar a los inmigrantes en el mar que, por voluntad propia, se ha situado junto a las Islas Canarias.
No es una frase precisamente florentina y, en general en la vida, hay que intentar decir las cosas sin provocar más estragos que los que se pretende evitar, pero significa lo que significa y no lo que han dicho que significa. El líder de Vox no ha defendido bombardear un barco con sus pasajeros y tripulación dentro, sino capturarlo y, una vez logrado eso, desguazarlo en un astillero: básicamente es lo que se hacer con las naves capturadas en alta mar por dedicarse a actividades ilegales o, simplemente, con las que solo sirven ya para chatarra.
Todos los debates pueden y deben librarse, aunque mucho de ellos quedan sepultados por el ruido o retenidos en el silencio, en el primer caso convertidos en meras excusas para que las trincheras políticas se disparen con metralleta, sin saber muy bien para qué y sin preocuparse por el problema de fondo; y en el segundo para evitar la cancelación o por miedo a las consecuencias.
Y una sociedad pierde mucho cuando no discute sobre todo y limita el debate público a la algarada o la idealización del fenómeno, algo que se ve especialmente en asuntos como el de la inmigración: parece que estamos a punto de convertirnos en una República Islámica o que, al contrario, aquí solo vienen seres de luz, bebés hambrientos o víctimas de guerras lejanas que, en muy poco tiempo, se encargarán de sostener el Estado de Bienestar con su esfuerzo laboral y también de rejuvenecer la envejecida pirámide poblacional española con sus inyecciones reproductivas.
Y no. Ningún fenómeno complejo puede analizarse como un todo, de manera que en casos como el de la inmigración o bien haya que situarse ovinamente en el espacio de los paladines de la barra libre o, en su defecto, en el de los promotores hiperventilados del candado absoluto. Quien le diga esto le está engañando, como también lo hace, por ejemplo, quien sostenga que la culpa de los bárbaros incendios forestales es en exclusiva del Gobierno o quien señale solo a las comunidades autónomas, cuando en realidad todos tienen su cuota de responsabilidad y todos han fallado clamorosamente.
Con el Open Arms, y con la inmigración en general, pasa lo mismo: nadie con dos dedos de frente y un corazón sano puede sostener que lo mejor que puede hacerse con el barco es bombardearlo, sin más; pero nadie con esos mismos atributos puede renunciar a saber si esa nave, u otras como ella, son la coartada de las mafias del tráfico de seres humanos para disfrazar un negocio infame de vocación humanitaria.
No lo hundamos de antemano, vale. ¿Pero podemos preguntarnos si hay alguna ONG que, lejos de dar un servicio impagable, forma parte de una industria siniestra que sangra en origen a los inmigrantes, aboca a la muerte a muchos de ellos, financia incluso al fundamentalismo y finalmente los disemina en España sin ningún plan de integración, como meros bultos al peso para facturar millonadas?
¿Podemos preguntarnos si, además de acoger a niños y asilados, como hace cualquier país decente, estamos manteniendo a falsos menores, falsos represaliados y falsas víctimas cuyo origen es la compra de un billete a un mafioso, coordinado con barcos nodriza ? ¿Podemos debatir sin maximalismos sobre qué políticas de bloqueo en el mar o en aeropuertos son razonables antes de que lleguen masivamente seres humanos que no pueden ser atendidos o de devolución si ya han llegado? ¿Podemos preguntarnos si es razonable meter a chavales sanos venidos en barco en un hotel y a víctimas de incendios forestales, de 80 años, en un polideportivo con una colchoneta? ¿O discutir sobre las políticas de integración que, bajo la coartada de la excepción cultural, ignoran la legislación vigente, devalúan la democracia y tienen un impacto en el repunte de la delincuencia grave?
Podemos y debemos, en fin, plantear un debate nacional decente, que permita separar la inmigración regulada de la descontrolada y no meta en el mismo saco todo o a todos, bien para condenarles, bien para asumirles, que son las dos posturas alocadas del momento, ambas ajenas a la realidad de un fenómenos compuesto por muchos fenómenos distintos, unos con efectos positivos, otros con consecuencias devastadoras. Toda Europa se hace esas preguntas. Y si la política no da respuestas concretas solventes, lo harán otros por ella con consecuencias imprevisibles. Ya llega tarde, pero aún está a tiempo.











