Álvaro Galán.- Hablar del narcotráfico en Marruecos es entrar en un terreno incómodo, donde lo económico, lo político y lo social se entrelazan en un silencio cómplice. Oficialmente, el país lucha contra el tráfico de drogas, pero Marruecos sigue siendo el mayor productor mundial de resina de cannabis. Un negocio multimillonario que sostiene regiones enteras, genera riqueza clandestina y expone una paradoja nacional: ¿cómo puede un Estado perseguir con una mano lo que tolera con la otra?

El cannabis como motor económico oculto

En el Rif, una de las zonas más empobrecidas y marginadas del país, el kif (cannabis) no es un crimen, sino un modo de vida. Miles de familias sobreviven gracias a este cultivo que ha convertido a Marruecos en epicentro mundial del hachís. El Estado, durante décadas, hizo la vista gorda: la economía informal servía para apaciguar a regiones históricamente rebeldes y olvidadas por el desarrollo.

Narcotráfico y política: ¿doble discurso?

El discurso oficial habla de represión y cooperación internacional contra las mafias. Pero es imposible sostener que un negocio de semejante magnitud sobreviva sin estructuras de protección política y policial. Cada kilo que cruza el Mediterráneo rumbo a Europa lleva detrás una cadena de complicidades que rara vez se investigan. Cuando caen grandes alijos, el espectáculo mediático se vende como una victoria; pero el flujo nunca se detiene.

Europa, el cliente fiel

España, Francia y el resto de Europa son los grandes consumidores. Sin su demanda insaciable, el narcotráfico marroquí no tendría el peso que tiene. Bruselas condena el tráfico, pero la realidad es que la Unión Europea necesita a Marruecos como gendarme migratorio y socio estratégico. La droga se convierte así en un tabú diplomático: todos lo saben, pero pocos lo dicen.

¿Legalización como solución o perpetuación del problema?

En 2021, Marruecos aprobó el uso legal del cannabis con fines médicos e industriales. Una medida que suena a modernización, pero que muchos interpretan como un intento de blanquear un negocio histórico y, de paso, monopolizarlo en beneficio de grandes corporaciones cercanas al poder, dejando a los pequeños agricultores otra vez en la precariedad.

Una herida abierta

El narcotráfico en Marruecos no es un simple delito: es un síntoma de un modelo económico desigual y de un Estado que oscila entre la represión y la complicidad.

El silencio internacional, las contradicciones internas y la falta de alternativas para los campesinos del Rif hacen que la pregunta siga abierta: ¿es el narcotráfico en Marruecos una lacra nacional… o un secreto bien administrado por quienes se benefician del sistema?

El reino alauí presume de modernización, de megaproyectos y de cooperación internacional, pero en las sombras se sostiene sobre un negocio que enriquece a muchos y condena a otros a la miseria: el narcotráfico. Marruecos no solo es el mayor productor de hachís del planeta, sino que parece haber convertido ese estatus en un elemento de estabilidad política, un secreto a voces que se tolera porque conviene.

Un Estado que mira hacia otro lado

En el Rif, los campesinos cultivan kif como si fuera trigo. No porque lo deseen, sino porque no tienen otra alternativa. ¿Quién les dio esa “libertad”? El Estado mismo, que durante décadas utilizó el cannabis como válvula de escape para contener una región históricamente rebelde y marginada. ¿Y ahora pretende vendernos el cuento de la lucha antidroga? Es un insulto a la inteligencia.

El narco como pacto social encubierto

Cada barco cargado de hachís que cruza el Mediterráneo no es solo fruto del crimen organizado: es el reflejo de un pacto no escrito entre poder, policía y mafias. ¿De verdad alguien cree que semejante maquinaria multimillonaria puede funcionar sin protección de arriba? En Marruecos, el campesino es criminalizado mientras los peces gordos siguen intocables.

Europa, hipócrita y adicta

España, Francia, Italia… Europa finge escandalizarse, pero nunca corta la adicción. Se llenan la boca con discursos de cooperación antidroga, mientras sus jóvenes siguen siendo los principales clientes. Bruselas condena con una mano y con la otra estrecha acuerdos millonarios con Rabat para que haga de gendarme migratorio. La droga, como la inmigración, es moneda de cambio.

¿Legalización? ¿O monopolio del poder?

La legalización del cannabis con fines médicos fue presentada como un paso “histórico”. Mentira. Lo que busca el Estado es blanquear el negocio y apropiárselo. Los campesinos del Rif, que arriesgaron todo cultivando en la ilegalidad, ahora quedan fuera, mientras grandes empresas cercanas al poder se preparan para quedarse con la tajada. Otra estafa más disfrazada de modernidad.

El silencio cómplice

El narcotráfico en Marruecos no es un problema criminal: es un problema político. Es la hipocresía institucionalizada. Mientras tanto, los agricultores siguen siendo los chivos expiatorios, los jóvenes mueren en pateras huyendo de la miseria y los verdaderos beneficiarios celebran en sus palacios y mansiones.

El día que Marruecos y Europa dejen de fingir, habrá que reconocer una verdad incómoda: el hachís no es solo un negocio ilegal; es un pilar oculto del sistema. Y la pregunta que queda es brutal: ¿quién tiene más interés en que siga fluyendo, los narcos… o los gobiernos?