Cataluña: entre la autocomplacencia y la decadencia moral
Óscar Bermán.- Cataluña, durante décadas exhibida como el motor económico y cultural de España, atraviesa hoy una crisis que va más allá de lo político. No es solo una disputa sobre banderas o competencias; es un problema de fondo, una degradación de la vida pública que amenaza con enquistar a la sociedad en una dinámica de división, victimismo y parálisis.
Política convertida en espectáculo
Desde 2017, la política catalana vive instalada en la confrontación permanente. El Parlament funciona más como un teatro de gesticulaciones simbólicas que como una cámara de soluciones. Mientras los índices de pobreza aumentan, los precios de la vivienda alcanzan cifras inasumibles y los jóvenes huyen de Cataluña por falta de oportunidades, los partidos siguen dedicados a enzarzarse en la eterna cuestión nacional. El resultado es una política inútil, incapaz de responder a los problemas reales de los ciudadanos.
Identidad como arma, no como puente
Cataluña siempre se ha enorgullecido de su pluralidad. Sin embargo, la identidad se ha convertido en un campo de batalla. El catalán, que debería ser un patrimonio compartido, es manipulado como un instrumento político. Las denuncias de discriminación en la escuela o en la administración no pueden despacharse como exageraciones: reflejan una voluntad de trazar fronteras culturales. Una sociedad que presume de tolerancia ha normalizado dinámicas excluyentes que contradicen sus propios valores democráticos.
Riqueza de escaparate, pobreza real
Barcelona vende al mundo una imagen cosmopolita y vibrante, pero detrás del escaparate se esconde una realidad mucho menos glamurosa. Cataluña concentra el 19% del PIB español, pero también presenta desigualdades crecientes, barrios donde la pobreza se cronifica y un mercado laboral que condena a miles a la precariedad. El mito del “modelo catalán” suena hueco cuando la mitad de sus jóvenes no puede acceder a una vivienda digna.
Comparaciones incómodas
En regiones como Baviera o Lombardía, las tensiones identitarias existen, pero no bloquean la gestión cotidiana. Cataluña, en cambio, parece incapaz de superar su obsesión con el conflicto territorial. La política catalana se ha convertido en una máquina de alimentar agravios en lugar de resolver problemas, una anomalía que deja a la sociedad atrapada en un bucle improductivo.
Una sociedad que normaliza la fractura
La mayor señal de alarma no está en la economía ni en las instituciones, sino en la esfera social. La fractura identitaria ha penetrado tanto en la vida cotidiana que muchos catalanes ya no conciben al vecino como conciudadano, sino como adversario. Esta normalización de la división es un síntoma grave: cuando una sociedad se habitúa a vivir en el enfrentamiento, pierde la capacidad de reconocerse a sí misma en valores compartidos.
*Ex concejal en Palafols Barcelona) y ex miembro de la ejecutiva regional del PP en Cataluña.













Cataluña era la locomotora económica de España. Hoy es el furgón donde viajan los que no tienen billete
Soy un charnego procedente de una comunidad de lengua castellana. Pasé la década de los noventa en Cataluña, cuyo idioma aprendí, hasta tal punto que al irme tenía los títulos de profesor de catalán, corrector, traductor e intérprete.
Recuerdo que en 1990 la Generalitat autorizó un libro de texto de ciencias sociales para octavo de EGB. En la portada se veía en la parte izquierda un tren en marcha hacia una Yugoslavia con sus diferentes repúblicas. En la parte superior se veía una enorme bandera catalana.
Al año siguiente cambiaron la portada.
Y QUIEN QUIERA ENTENDER QUE ENTIENDA