Incendios sin llamas
Juan Van-Halen.- Al menos el 35 % de nuestros incendios fueron provocados. Junto a estos implacables fuegos padecemos incendios políticos. El Rey visitó la UME, en Torrejón, acompañado por Robles, desaparecida en combate. Buscando no quedarse atrás, Sánchez viajó fugazmente a algunas comunidades. Se encapsuló. Sólo habló con autoridades. Huía de abucheos; los recibió. Soñaba con la tumbona de su palacio estival. Le evitan por esos mundos, pero le adora Almodóvar. Los cómicos favorecidos siempre saldrán más baratos que Puigdemont.
Insisto en algo nada baladí. No entiendo la supuesta aplicación del artículo 64 de la Constitución a las visitas del Rey, y menos a catástrofes. Basta leer su texto; se refiere a otro tipo de actos. La Constitución no podía prever una España en manos de sus enemigos ni un Gobierno tan débil y entreguista. Ahora se anuncia que los Reyes visitarán las zonas afectadas. Previsiblemente se reunirán con ciudadanos que viven el calvario de sus tierras calcinadas, sus casas destruidas, sus animales muertos, y no pocos la tragedia de empezar de cero. Alguien recodará que Sánchez viajó antes a la tragedia, pero los Reyes hablarán con la gente. El Rey ha ganado el pulso. Si lo hubo. Paiporta y su galgo están demasiado cercanos.
La utilización del dolor por el Gobierno es un incendio sin llamas. Quiere hacer en las comunidades afectadas, gobernadas por el PP, lo mismo que en Valencia, y con sus presidentes como con Mazón. El Gobierno tardó nueve días en dar la cara. Y otra vez el «si quieren algo que lo pidan». Pero a lo que piden, oídos sordos. Que se apañen las comunidades, como si el Gobierno no fuese el responsable máximo de la ayuda o el abandono. Se inhibe por cobardía o estrategia culpable.
Manipular tragedias no es nuevo en la izquierda. Manipuló los atentados del 11-M que residenciaron a Zapatero en Moncloa, antes impensable. Pablo Iglesias, años después, reconoció haber organizado el acoso a la sede del PP. Se acusó a Aznar por atribuir inicialmente los atentados a ETA; lo hizo antes el PNV, pero eso se olvida. Era lo que entonces pensábamos todos. Dirigentes socialistas brindaron aquella noche por su éxito; olvidaron a casi doscientas muertos y dos mil heridos.
El aprovechamiento partidista de una catástrofe sólo sorprende a los ingenuos o a los palmeros. Lo vimos en la dana. Ahora manipulan los incendios. En Castilla y León y Galicia hubo movilizaciones nada espontáneas, no precisamente masivas, convocadas por «colectivos sociales», con pancartas impresas e iguales; lo clásico. En Galicia apareció Yoli en carne mortal, morena de verde luna. Exigieron dimisiones no al Gobierno sino a sus comunidades. Como en su día en Valencia. El País lo destacó y ciertos digitales caseros hicieron de eco.
Es exigible una investigación pública de las causas de los incendios. ¿Quiénes los provocaron? Con nombres y relaciones políticas si las hubiese. Hay muchos detenidos. ¿Qué pasará con ellos? Nunca llegamos a saberlo. No son sólo unos locos. Partimos de la presión a los ganaderos cuyos animales limpiaban los montes. Los memoecologistas achacan los fuegos al cambio climático, pero en Orense encontraron un artefacto incendiario. Con tantos focos, buscando donde causarían más daño y con una aparente coordinación, nada es casual. Ahora no se trata de cumplir un trámite.
Deben aumentarse las inversiones y renovar la gestión forestal. El Tribunal de Cuentas informó al Gobierno sobre la pésima administración de los recursos contra incendios forestales. El 93 % del presupuesto forestal, de 91 millones, lo acapara el Estado. Se complementa con 6,3 millones para las comunidades.
Nunca creí en las casualidades. Estoy con León Bloy: «No existe la casualidad, porque la casualidad es la providencia de los imbéciles y los imbéciles no tienen providencia». Como el número de imbéciles es enorme, y no menor el de políticos con poder capaces de aprovecharse del dolor ajeno, me gana la sospecha. Veo, por ejemplo, la risa incontenida de Marisú; las circunstancias no merecen sus aspavientos. Sobre la risa de Puente no opino; no me fijo en nuestro faltón de cabecera. Es el único político, además ministro, que hizo chanzas de los incendios, del dolor de la gente. Ya le recompensará su «puto amo». Pero la Constitución está ahí. Y el Rey.











