La Malagueta entra en éxtasis con David de Miranda: El onubense desnudó el alma para jugarse la vida sin red en una tarde épica (Video)
La cuadrilla del Búcaro / LR. – A toro pasado, sigo todavía anestesiado por la épica actuación de David de Miranda con los Victorianos en Málaga. (Ver vídeo íntegro de la histórica corrida en La Malagueta)
El onubense tiró la moneda al aire, olvidando el cuerpo, desnudando el alma para jugarse la vida sin red, en un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, de cercanías, sin espacios, damasista, ojediano, con un valor seco que helaba la sangre, sin adornos florales, muy de verdad, intenso y descarnado.
Dos orejas de manual, de torero que reivindica un lugar preferente en el falso Olimpo de las figuras. En el sexto, rozando la tragedia, se volvió a poner, dejando claro que la apuesta iba en serio. Tarde para no olvidar.
Un cartel que era el de Roca Rey
David de Miranda completaba un cartel que era el de Roca, y en principio Cayetano, que luego resultó ser Escribano. De Miranda se llevó un tarde poniéndonos en la asfixia con un tercero que acudió al paso, que no humilló ni un poco y nunca jamás, que era descarado de pitones y con el que David derrochó la verdad y la entrega sin pensarse, sin pensar en nada más que en cumplir la vocación loca esta de parar el tiempo y poner la vida al servicio de la tauromaquia en un lugar y minuto concreto. (Mientras el resto de los mortales nos aferramos a la vida como sea).
Es difícil describir la complejidad de ese engranaje que acabó siendo perfecto, porque lo cierto es que el toro de Victoriano del Río no iba, no servía, también lo es que respondía a los toques. Y con esa bala en la recámara, David se fue con todo, aguantó e incluso diría que gozó cuando el toro se le paraba y le dejaba los pitones en la barriga, en el pecho, en la cara, segundos eternos… Tenebrosos… ¿Quién dijo miedo? Se crecía el torero y la magia de lo indescriptible.
Tanta plaza, tanto ruedo, tanta gente y esa sutileza resuelta en un inverosímil espacio repleto de soledad. Un fantasma, un mal sueño, un emocionante entuerto que De Miranda logró perfeccionar a cada pase y de donde no había logró rescatar elevadas dosis de emoción, los muletazos y el milagro de meter la mano, con el parapeto de los pitones de un toro que no humillaba, y las dos orejas que esta vez el presidente soltó a la vez sin rechistar. ¿Para qué perder el tiempo?











