La España incendiada a vista de pájaro de Sánchez

La imagen de Sánchez, viviendo en el privilegio y el lujo y viajando en su avión Falcon como un sátrapa triunfador, mientras destruye España, es todo un símbolo del desastre español
Francisco Rosell.- Al cabo de diez días de la oleada de incendios forestales que triplica la superficie arrasada en 2024, con tres difuntos y menoscabo de ingentes bienes, e informado tal vez del asunto por una gacetilla del «Diario del Pueblo» chino -único rotativo que su mayordomía le deposita junto al desayuno para no perturbar su despertar-, el Gran Timonel Sánchez se ha conmovido con el infortunio de sus súbditos. Con una abnegación que los anales elevarán al alto pináculo que merece, se ha arriesgado a actuar este fin de semana. Así, el viernes telefoneó a algunos presidentes autonómicos para recordarles que, «si necesitan ayudan, que la pidan», y el sábado emplazó al fotógrafo para que lo inmortalizara fachendoso ante el ordenador dizque presidiendo Centro de Coordinación Operativo (CECOP) al que su ministro Marlaska (antes Grande) se incorporó cuando el olor a chamusquina del fuego de Tres Cantos invadía su despacho vacío.
Finalmente, este domingo, echando quizá de menos el Falcon, sobrevoló parte de la España quemada sin adelantar donde pondría el pie para que no le dieran la de Paiporta a galgo de tal postín. En Orense, hízose presente y alehop sacó de la chistera el pichón de un Pacto contra la Emergencia Climática y de los Grandes Expresos Internacionales para seguir fundiéndose el presupuesto sin evaluaciones ni control. Pero nada tan conmovedor como oír al gobernante del muro y la polarización predicar, como si diera el sermón de Misa de 12, que hay que dejar fuera la lucha partidista y las cuestiones ideológicas.
Sin duda, no hay mejor manera de observar la España en llamas que hacerlo a vista de pájaro, y más siendo el primer presidente que no puede pisar la calle y vive encapsulado en una burbuja frente a la incómoda realidad y a quienes la sufren. Para dar la cara ante la justa indignación de los damnificados, están Feijóo o Mañueco -«Valientes, que sois unos valientes, ¿por qué no vais a la Valduerna?»-, o hasta Felipe VI y Mazón en Valencia, mientras él huye como rata por tirante. Eso sí, con cada desdicha redobla su poder como hizo en la gota fría para adueñarse de RTVE y enriquecer a sus amigos con el usufructo de la cadena estatal sin rascarse su bolsillo para proveerse del canal que apetecían. Que el progrerío subvencionado no está para sofocar fuegos ni para achicar agua, que dijo la portavoz de Sumar, Aina Vidal.
Si con la Dana de Valencia el PSOE pidió cinco días sin declaraciones en una tregua-trampa para que luego Sánchez volcara sus responsabilidades en Mazón, quien cayó como un primo en el trile, otro tanto ahora con una devastación forestal en la que Feijóo ha vuelto a exigir -como el que clama en el desierto- el estado de emergencia. Pero, lejos de contender con los desastres nacionales como si no fueran su cometido, Sánchez se sirve de las desgracias -muchas infligidas por su incompetencia- para destruir al adversario. Él no está para gobernar -¡qué ordinariez!- , sino para mandar.
No en vano, ¿en qué país cabe tal desentendimiento de un Gobierno? Pues en el que un Ejecutivo que, como reveló la foto publicada por error con las notas de la ministra de Igualdad, Ana Redondo, sobre la estrategia con la Dana, dicta la consigna de que «es nuestro momento», ya que «tenemos un plan». Como aquel de 2002 contra el PP por el siniestro del petrolero Prestige en Galicia y que pareció que Aznar y Fraga hubieran echado a pique aquella chatarra flotante con su tóxica mercancía. Todo ello con la cooperación de televisiones con sus uvas de la ira de aquella Nochevieja y que luego, con el COVID, decidieron que era de mal gusto aludir a la pandemia en la última medianoche de 2020.
Pero lo importante es cómo se halle Sánchez empeñado en exteriorizar su «yo estoy bien, yo estoy bien» o su «todavía no he almorzado», y sobre todo su relación con el prófugo Puigdemont con el que le gestiona cita el comisionista Zapatero. Son las consecuencias de que el designio español esté marcado por dos masacres islamistas: la de Madrid del 11-M de 2004 y la de Barcelona de hizo ayer ocho años. Si la primera propició la inopinada victoria de Zapatero poniendo en solfa la España de la Transición, la segunda aceleró el «procés» con un paracaidista Puigdemont que aterrizó de rebote en la Generalitat al vetar la CUP a Artur Mas. Aquel atentado del 17-A de 2017, saldado con 16 muertos y 131 heridos, de una célula yihadista que buscaba volar la Sagrada Familia y el Nou Camp, pero que modificó su plan al explotar la guarida donde preparaban los artefactos y donde fallecieron dos terroristas, propulsó una ofensiva segregacionista contra la islamofobia y a favor de separarse de una España incapaz de proteger a su población cuando la competencia era autonómica. El espontáneo grito «No tinc por» («No tengo miedo») contra el terrorismo se usó como eslogan de una arremetida separatista con encerrona incluida contra el Rey y contra Rajoy en la multitudinaria marcha de días después.
En ese contexto, se registraron sendos encuentros entre el jefe de la oposición Sánchez y el hoy fugado de Waterloo a quien hoy le debe La Moncloa. Uno, informal, en el suquet del cineasta y político Pere Portabella, y otro oficial en la Generalitat. En el último, Puigdemont le sugirió a Sánchez una moción de censura contra Rajoy en la que dispondría de sus escaños si accedía a una consulta de autodeterminación. Aunque encontró prematuro el plan, al quedar tres años de legislatura y estar pendiente de Podemos, Sánchez ofreció reformar la Constitución para reconocer a Cataluña como la nación que pensaba que era.
Hoy, al cabo de ocho años, «el pastelero loco de Amer» constituye la primera preocupación de un Sánchez que sólo cree en el Estado de sí mismo. Baste reparar en su tuit de pésame por la muerte de un barón crítico como Javier Lambán, expresidente socialista de Aragón, sin aludir a su común militancia. Su frialdad de autómata (y de autócrata) contrasta con sus condolencias en el Congreso a sus socias bilduetarras al suicidarse un preso de ETA. Debió molestarle lo que sentenció Lambán a modo de testamento: «Nadie por encima de nadie, nadie con más privilegios que nadie», cuando él creyérase Luis XIV y su «L’État, cést moi».
En esta encrucijada, no es que España arda, es que se halla en un estado crítico en el que, parafraseando a Ortega, habría que exclamar: ¡Españoles, vuestro Estado no existe, ¡reconstruirlo con otras manos! Un Estado desaparecido en los territorios que dominan sus aliados soberanistas y evadido de las catástrofes nacionales reducido a armazón saqueable por quienes, fingiéndose servidores públicos, hacen un uso privado de las funciones públicas merced a una corrupción que tiene su origen en la gran mentira de la que hace carrera «Noverdad» Sánchez. Sea dicho en este Día de la Liberación Fiscal en el que el contribuyente deja de trabajar en exclusiva para pagar impuestos y que este año se ha demorado 16 jornadas con respecto a 2024. Habrá que ver cuánto se posterga en 2026 con las ocurrencias y concesiones de Sánchez.











