La banda de La Mareta y un Greco con la basura del viernes
Francisco Rosell.- Cuando un pope sanchista falsifica un título académico que no se impartiría hasta años después en el campus que teóricamente lo otorgó, adulterando desde el epígrafe del Rey hasta la firma de la ministra, y la titular de Universidades, Diana Morant, salta a escudar al impostor por ser un conmilitón con el que se siente en deuda, es que la corrupción no sólo se asume con la naturalidad de la nicotina por el empedernido fumador, sino que ésta ya la carcome todo. «¡No voy a renunciar a él!» y «El partido estará a tu lado», pregona la jabata sobre el estafador José María Ángel Batalla, comisionado de Sánchez para la dana de Valencia, aplicando «pro domo sua» lo declarado por «el galgo de Paiporta» para avalar –a modo de aviso a los jueces– al imputado fiscal general tras sentarle en el banquillo el Tribunal Supremo por revelar secretos de la pareja de la presidenta madrileña Ayuso buscando acabar con esta rival de su amo. Sin ambages, el sanchismo se arroga la brutalidad peronista: «Al amigo, todo; al enemigo, ni justicia».
A este respecto, Sánchez empuja a los españoles a la vida de mentira y podredumbre merced a la cual es presidente tras plagiar su tesis doctoral y adulterar las primarias por las que llegó y regresó a la secretaría general del PSOE para luego comprarle su estancia en la Moncloa al prófugo Puigdemont a cambio de autoamnistiarle. Después de convertir el PSOE en una secta, Sánchez edifica un régimen cautivo de sus embustes que lo falsea todo en pro de su impunidad. En su «delirium tremens», el sanchismo proclama a los presuntos delincuentes Batalla y García Ortiz instituciones dentro de un proceso infeccioso que mueve al escándalo de las cancillerías y prensa occidentales.
Por ello, el presidente «cuatro estaciones» del vídeo propagandístico que sus turiferarios confeccionaron al modo de Franco, ese hombre, de José Luis Sáenz de Heredia, ya no desayuna con The Economist u otras cabeceras anglosajonas. Como se exhibía dándose pisto y despreciando a las aborígenes, a la par que tomaba café como un lord junto a Begoña Gómez. Hoy, por contra, debe leer prensa china que le da menos quebraderos de cabeza, mientras posa como un rajá con los sátrapas del Grupo de Puebla siguiendo la tutela del comisionado/comisionista Zapatero. No en vano, la habitualmente contenida prensa occidental lo equipara con el capo norteamericano «Don Teflón», lo amortiza como un «pato cojo» y le insta a convocar urnas con un resultado predecible en quien certifica como el envilecimiento conduce, mediante el desacato de las leyes, al despotismo tiránico.
En este sentido, pocas frases tan elocuentes de esta degeneración liberticida del sanchismo como la gorjeada el viernes por su adalid Salvador Illa, presidente de la Generalitat, quien arguyó en Shanghái, a propósito de la aplicación a Puigdemont de la ley de amnistía aprobada por las Cortes, que, «en una democracia, la última palabra la tienen los ciudadanos y no los jueces». Estos sepultureros de Montesquieu olvidan que sólo hay libertad donde el individuo no está sometido a un único poder, sino que existen otros como el ejecutivo, el legislativo y el judicial independientes entre sí. Dicho lo cual, el barón de Secondat ponderaba que, en puridad, el judicial era bastante más que un poder político. Al encarnar la supremacía del Derecho, representaba a la autoridad misma.
Dado como Don Illa, por su cuenta y riesgo, lamina la separación de poderes consustancial a una democracia representativa, hay que maliciarse lo peor sobre la tenida que mantendrá en el Palacio de la Mareta con Sánchez y con Zapatero como embrión de una recauchutada «banda del Peugeot» que busca un punto de mayor sofisticación tras la desarticulación de los Cerdán, Ábalos y Koldo, pero sin renunciar a su objetivo, y a la que cabría añadir a José Blanco con su lobby de intereses engarzados al zapaterismo y el sanchismo. Rememorando aquella otra «la banda de los cuatro» de tiempos de Mao, compuesta por su viuda y tres de sus colaboradores, la cuadrilla de La Mareta reunida en comandita puede agudizar la deriva autocrática, así como el copernicano giro geoestratégico que orbita alrededor de la dictadura comunista china. Por medio de Huawei –«China tiene ambición», es su traducción–, que reporta por ley al Partido Comunista Chino, cuyos dirigentes hacen empalidecer al «Gran Hermano» que Orwell traza en su distopía 1984, ya controla tecnológicamente puntos sensibles de la seguridad española, pese a las advertencias del CNI.
Con una corrupción sanchista, cuyas ramificaciones se extienden como una fronda, todas las triquiñuelas son pocas. Por eso, un gabinete que alardea de transparencia, pero practica la «tramparencia», se vale de la estrategia de los «viernes de la basura» para tapar sus trapos sucios y enjuagues. En la serie El ala oeste de la Casa Blanca, lo describe meridianamente un asesor presidencial: «Todas las historias que tenemos que dar a la prensa y de las que no estamos orgullosos las damos juntas los viernes». Al ser inquirido por qué los viernes, replica: «Nadie lee el periódico los sábados».
Así, «Noverdad» Sánchez ha aprovechado el primer viernes de agosto –con los españoles en caravana de vacaciones– para sacar con la basura de esa jornada el Greco que retrata –como si lo hubiera hecho el mismísimo pintor renacentista– la alarmante pudrición de una España a la que el Grupo de Estados Contra la Corrupción (GRECO) apercibe al Gobierno de que no ha satisfecho ninguna de las 19 encomiendas de 2019. Pese a conocer el dictamen desde junio, Sánchez lo aplazó a esta fecha baldía tras vanagloriarse de su lucha contra la corrupción en su balance de fin de curso. Con una España por debajo de países como Ruanda en este campo, este órgano del Consejo de Europa lanza esta andanada por la falta de «resultados tangibles» en lo que hace a lobbies, aforamientos o dependencia de la Oficina de Conflictos de Intereses.
A pesar de este socavamiento de los pilares democráticos, Sánchez se enseñorea del Palacio de La Mareta, construido por el rey Hussein de Jordania en Lanzarote y regalado a don Juan Carlos en 1989. Como prueba de la hemiplejia moral española, mientras el Emérito sufre pena de destierro fija discontinua hace cinco años forzado por el Gobierno a raíz de descubrimientos periodísticos jaleados por La Moncloa sobre una sociedad offshore del Emérito vinculada a una donación de 65 millones de euros de Arabia Saudí, Sánchez orea la suya, la de su familia y la de su partido, en esas mismas instancias palaciegas donadas al Patrimonio Nacional por un transterrado real que este 22 de noviembre cumplirá el 50º aniversario de su entronización. Es lo que acaece cuando la mentira al por mayor logra que nadie crea en nada sin diferenciar la verdad de la mendacidad ni el bien y el mal. Con la ciudanía reducida a rebaño, la banda de La Mareta propiciará nuevos desmanes para aferrarse al machito.












