La estrofa 505 del Libro de Buen amor. Reconstrucción del arquetipo
Por Alberto González Fernández de Valderrama.- Esta estrofa pertenece a un episodio que un copista tituló «Enxienplo de la propiedat que el dinero ha», pero que en realidad forma parte de otro mucho más amplio que recoge la conversación entre el Arcipreste y un supuesto dios llamado Don Amor al que ha invocado para reprocharle el sufrimiento que le causa por no concederle sus favores a la hora de conquistar a las mujeres que ama. Pero Don amor se le aparece y, actuando a la defensiva, acusa al Arcipreste de ser el responsable de sus propios fracasos por no haber estudiado las enseñanzas del escritor romano Ovidio (autor del Ars Amatoria) y de su discípulo Pánfilo (el joven protagonista de una obra anónima en versos latinos del siglo XII que se atribuía erróneamente a Ovidio). Así que Don Amor le instruye debidamente dándole sabios consejos para que tenga éxito en sus aventuras amorosas y previniéndole con una serie de enxienplos sobre algunas peculiaridades del carácter femenino como su desprecio a los hombres perezosos, su condición ladina y su fervor hacia el dinero. Pero respecto de este último tema Don Amor no se centra exclusivamente en las mujeres sino que expone toda una cosmovisión sobre la sociedad de su época que no deja títere con cabeza. El dinero aparece convertido en un mágico talismán capaz de comprar cuantas cosas mundanas puede codiciar el ser humano, como los lujos y placeres, los títulos y honores, el poder, la libertad y el favor de la justicia; pero Don Amor también aprovecha su discurso, a lo largo de nueve estrofas, para satirizar al clero de su época por su desmedido afán por el dinero, haciendo alusiones a los graves males que aquejaban a la Iglesia Católica y que en el siglo XVI denunciará Lutero dando lugar a la Reforma Protestante, como la avaricia, la simonía (compraventa de cargos eclesiásticos) y la venta de indulgencias. Una sola estrofa lo podría resumir: «Si tuvieres dineros, avrás consolaçión,/placer e alegría e del Papa raçión;/ comprarás Paraíso, ganarás salvación:/ do son muchos dineros, es mucha bendiçión» (est. 492). Todo ello le conducirá a Don Amor a indicar al Arcipreste que esos mismos poderes milagrosos del dinero surten también gran efecto a la hora de atraerse el favor amoroso de las mujeres más recalcitrantes, por lo que, si se carece de él, debe aparentarse que se tiene o que se puede conseguir fácilmente: «Quien no tiene miel en la orça, téngala en la boca; / mercader que esto faze, bien vende e bien troca.» (vss. 514 cd). A estos consejos le seguirán otros no menos útiles: si al amante le falla alguna cualidad deberá suplirla con muchas otras para vencer la inicial obstinación de la mujer amada, pues «si una cosa sola a la mujer non muda / muchas cosas juntadas fazerte han ayuda;» (vss. 516ab); y será también importante no mostrarse tímido o pusilánime con ella («Prueva fazer ligerezas e fazer valentía:», v. 518a) y ser perseverante («non canses de seguirla, vençerás su porfía.», v.518d). Pocas dudas interpretativas presentan estas estrofas en comparación con las de otros episodios del Libro.
No obstante, esta nitidez general queda ligeramente enturbiada cuando nos enfrentamos a la lectura de la estrofa 505, perteneciente a ese conjunto centrado en satirizar la avidez de los religiosos hacia el dinero, que contiene una expresión extravagante (dar de la ceja) a la que ningún crítico o editor ha sabido encontrar una explicación realmente convincente, al no haber comprendido que se encontraba ante una corrupción del texto original y que era necesario encontrarle una alternativa razonable antes que aceptarla en su literalidad. Así dice la estrofa según el ms. G, que con alguna leve corrección ortográfica reproduce Blecua en su edición (1998):
“Comoquier que los frailes non toman los dineros, (505)
bien les dan de la çeja do son sus parçioneros;
luego los toman prestos sus omes despenseros:
pues que se dizen pobres, ¿qué quieren thessoreros?
Pero antes de analizarla es preciso explicar que en el otro manuscrito en que nos ha llegado, el ms. S, esta estrofa recoge una diferente lectura y se encuentra en distinta posición dentro del conjunto en que se integra. He tenido ocasión de pronunciarme en numerosas ocasiones sobre el valor filológico de cada uno de estos manuscritos y creo necesario repetir aquí que el ms. G, a pesar de sus errores involuntarios, es el más fidedigno al texto original que escribió el Arcipreste, mientras que el ms. S -muy posterior- es la obra de un manipulador totalmente consciente de su felonía, más interesado en ofrecer al lector un producto dotado de buena letra y fácil lectura antes que fiel a su texto de referencia. Y es precisamente el escriba del ms. S el principal causante de la confusión que ha llevado a editores y críticos a no encontrar la clave para desentrañar el significado del verso, al alterar el orden de esta estrofa en el episodio. Si bien en el ms. G parece deducirse, sin gran esfuerzo, que la estrofa 505 se refiere en general a la aparente hipocresía de los religiosos, que predican la pobreza haciendo ascos al dinero pero que luego lo reciben con avidez de quienes tienen el encargo directo de recaudarlo, en las dos estrofas siguientes, y esta vez de un modo diáfano, se entra de lleno en otro tema distinto, que es el de la herencia de los moribundos, por la que todos los religiosos parecen pelearse. Pero el copista del ms. S, no entendiendo bien la estrofa 505 (por culpa de la expresión “dar de la ceja”, de la palabra “parcioneros” y, en general, de su extraña sintaxis) decidió alterar su orden incorporándola entre las dos que se referían al tema hereditario. Y no contento con ello, intercambió entre sí los dos primeros hemistiquios de las estrofas 505 y 506 del ms. G, con alguna pequeña modificación para acomodar ambas estrofas a su personal gusto. Así, si los dos primeros versos de estas dos estrofas son, según el ms. G (copio literalmente):
«Como quier que los frayres non toman los dineros» (v. 505a)
«Monges, clérigos e fraires, que aman a Dios servir» (v. 506a)
en el ms. S aparecen con esta lectura:
«Como quier que los frayles e clérigos dyzen que aman a Dios servir» (v. 506a)
«Monges, fraires e clérigos, non toman los dineros» (v. 505a)
Solo con fijarse en la exorbitante hipermetría del primero de los versos reseñados, tal cual se muestra en el ms. S -21 sílabas métricas en vez de 14- , podemos comprender que el Arcipreste jamás pudo cometer tal torpeza compositiva. Así que para poder entender cabalmente el significado de la estrofa 505 desecharemos todas las manipulaciones contenidas en este manuscrito, centrándonos únicamente en el texto y orden que ofrece el ms. G. En consecuencia, entendemos claramente que nada tiene que ver esta estrofa con el tema hereditario.
El primer editor queglosó el verso 505b fue Cejador (1913),quien se dejó llevar por el desorden y confusión del ms. S, anotando, en línea con su habituales salidas de tono: «Guiñan el ojo a sus parçioneros, a los que participan de la herencia, como dicen las Cortes: contra ellos se enfadan, les ponen ceño, porque no contaron con sus Reverencias privilegiadas para arramblar con todos los bienes mostrencos y no mostrencos. Parçionero, como parcial y parcero o aparcero, de partiarius, aparciar, tener parte».
Corominas (1967) no pone en duda la autenticidad de la expresión “dar de la ceja”, que define como ‘hacer una leve señal con la ceja’, aunque discrepa de que parcionero tenga relación con los titulares de una herencia y considera, por el contrario, que se trata de un sinónimo de despenseros (o ‘mayordomos de convento’), a pesar de que éstos son mencionados en el siguiente verso como personas totalmente distintas de los parcioneros. Sorprende que acepte esta interpretación incongruente que introduce en la estrofa un sustantivo ajeno al campo semántico de la organización administrativa de la Iglesia Católica, que desentona claramente con su contexto y cuya naturaleza concreta no se detalla en la estrofa para que el lector entienda el verso. Sin embargo, Corominas rechaza, como «menos verosímil» una palabra alternativa que encajaría plenamente en el contexto: porcionero; un cargo eclesiástico sinónimo de racionero y que, desde luego, tenía una potestad recaudatoria de fondos, de los cuales se reservaba una parte determinada debiendo distribuir el resto siguiendo las instrucciones recibidas de la superioridad. Lo cierto es que considera que los parcioneros, despenseros o mayordomos de convento «no son frailes propiamente dichos, a lo sumo frailes legos, […] aunque éstos son los que guiñan al mayordomo para que tome el dinero». Aún así, sigue encontrando oscuro el significado del verso pues no ve sentido a que los parcioneros “den de la ceja” a sus dineros para que pasen a las arcas de los frailes, lo que sería, según él, una «forma indirecta y figurada de decir que se los han llevado a una señal de cejas del prior». En consecuencia, afirma que el texto original debía querer decir que son los frailes los que “dan de la ceja” a sus parcioneros y que el verso tercero está también corrompido debiendo restituirse su texto para que se entienda que los despenseros toman prestos esos dineros allí donde están (do son), concluyendo así que con tales cambios queda aclarado el sentido del verso. Y de acuerdo con sus apreciaciones modifica la estrofa dándole la siguiente redacción:
«Comoquier que los fraires non toman los dineros,
bien les dan de la çeja do son sus parçioneros:
luego los toman, prestos, do son, sus despenseros;
pues que se dizen pobres, ¿qué quieren tesoreros?”
Los comentarios de estos dos editores nos muestran claramente el desconcierto que esta estrofa ha producido a todos los demás que la glosaron sin poder proponer una alternativa razonable. Nosotros lo vamos a intentar partiendo de esa primera idea que ya hemos apuntado y que Corominas había rechazado: nos encontramos no ante ‘parcioneros’ o copartícipes en alguna propiedad común sino ante porcioneros redistribuidores de fondos recaudados en catedrales, iglesias, monasterios, parroquias o cualquiera otra institución o circunscripción administrativa establecida por el derecho canónico medieval. El Tesoro de Covarrubias (1611) define “parcionero” como ‘el que tiene parte en alguna cosa’, pero no contiene una entrada para “porcionero”, palabra que se encontraba ya en desuso. Podemos no obstante encontrarla en su versión latina en el Glosario de Du Cange (1678), que define ‘Porçonarius’ como: “Particeps, pro Portionarius, minister ecclesiasticus qui decimas ejusdem paræciæ cum alio dividit” [“Partícipe, por Porcionero, ministro eclesiástico que divide los diezmos de la misma parroquia con otra”].
Visto lo anterior, si los porcioneros recaudan fondos de los cuales se quedan una parte para sí y otra la distribuyen, una idea metafórica le vendría directamente a la mente del poeta: estos eclesiásticos portan unas cestillas de mimbre para hacer sus colectas como las que en cada celebración eucarística se pasan a los fieles para que depositen su donativos. Y como los frailes de la estrofa no quieren tomar directamente dinero, bien lo reciben de esa cesta allí donde están sus porcioneros. Pero la palabra ‘cesta’ es fácilmente reconocible por cualquier copista, y no es creíble que de un modo natural fuera transformada en ‘ceja’: tenemos que encontrar un alternativa.
Y es alternativa existe: se trata de ‘encella’, palabra que hoy designa el recipiente poroso que se utiliza para hacer ciertos quesos, de forma que el suero se filtre por los agujeros quedando retenida la cuajada en el molde. Pero antiguamente tenía un uso mucho más amplio.Nebrija, en su Vocabulario español-latino (1492) traduce encella al latín como ‘fiscina, fiscella’; a su vez, en su correlativo Diccionario latino-español, traduce fiscina como ‘espuerta pequeña’ y fiscella como ‘esportilla o encella’. Cristóbal de las Casas, en su Vocabulario de las dos lenguas toscana y castellana(1570), hace equivalentes las voces encella y cesta al traducirlas juntamente como ‘fiscella’. En el Diccionario muy copioso de la lengua española y françesa, de Iean Pallet(1606) se define encella como ‘petit panier d’osier’, es decir, como ‘cesta pequeña de mimbre’. Y en el citado Glosario de Du Cange se recoge un acepción de fiscina, además de la que se refiere al molde para quesos, como instrumentum piscandi (instrumento de pesca) en referencia a un entramado de mimbres para capturar anguilas.
Como normalmente un error de copista viene propiciado por el uso de una abreviatura ya fuera por el autor o por otro copista anterior, podemos colegir que el uso de una virgulilla sobre la primera vocal para elidir la siguiente letra ene fue el origen de una corrupción cuyo proceso sería el siguiente:
[bien les dan de la] encella > ẽcella > cella > ceya > çeja
No hay, por lo tanto, que buscar referencias rebuscadas a muecas con las cejas, ni se hace preciso recurrir a transformaciones como las que lleva a cabo Corominas ahondando en la deturpación del texto original para que la estrofa recobre plenamente su sentido: a los frailes les dan dinero de la encella allí donde están sus porcioneros; luego toman ese dinero inmediatamente los despenseros de los frailes para comprar las provisiones del convento. En definitiva, los frailes son unos meros intermediarios que apenas ven el dinero que les dan, pero que consumen todas las cosas que pueden comprarse con ese dinero para llenar las despensas del lugar donde residen. Y por eso viene la crítica irónica del verso cuarto que cierra la estrofa: si los frailes deben estar sujetos al voto de pobreza, ¿por qué contar en sus monasterios con servidores llamados ‘tesoreros’?…
Con estas consideraciones, la estrofa 505 quedaría así reconstruida:
Comoquier que los frailes non toman los dineros,
bien les dan de la encella do son sus porçioneros;
luego los toman prestos sus omes despenseros:
pues que se dizen pobres, ¿qué quieren thessoreros?
Reproduzco a continuación la imagen de esta estrofa en los dos manuscritos que la recogen.












