El fútbol femenino es un coñazo
Antonio Naranjo.- Cuatro atletas españolas llevan meses arrasando a las mejores selecciones del mundo en los relevos cortos y largos, con carreras increíbles que dejan a varios metros a jamaicanas, inglesas, australianas, sudafricanas y americanas. Que pasen las siguientes, circulen.
Casi nadie las conoce, pero son formidables y se llaman Paula Sevilla, Eva Santidrián, Daniela Fra y Blanca Hervás: ganaron el Mundial hace unas semanas en China y provocan el pánico en todas sus rivales. Corren, para que nos hagamos una idea, como el Carl Lewis o la Florence Grifith dominantes, pero con una simpatía, una humildad y un desparpajo que ni ellos tuvieron.
Se las ha conocido un poco por sus gestas, no por sus polémicas, ni sus comparaciones con sus colegas masculinos, ni por sus injerencias federativas, ni por nada que no sea lo que hacen como nadie: correr, más que nadie, con una belleza desprovista de los aditivos artificiales que no necesita un espectáculo puro, sin cuotas, auténtico: nadie ve solo a mujeres, solo se ve a atletas.
Al fútbol femenino no le ocurre lo mismo: el empeño político en compararlo con su versión masculina provoca que, efectivamente, acabemos comparándolo y, claro, salgan perdiendo: el campo les queda grande, la portería inmensa para parar un penalti y pequeña para meterlo y las carreras, goles, pases, regates y palomitas no resisten las de un jugador juvenil de equipo medio.
A eso le han añadido polémicas absurdas, también comparativas, sobre sus retribuciones, obviando que desgraciadamente valemos lo que producimos y que los sueldos disparatados proceden de alimentar beneficios descomunales, y no del género del deportista. Por eso un jugador del Cádiz gana menos también que uno del Real Madrid. O sobre la seleccionadora, que no tiene al parecer mérito alguno en llegar a una final pero es la única culpable de perderla.
O, el origen de todo, sobre el célebre beso del gañán de Rubiales a Jenny Hermoso, tan zafio y digno de despido como incompatible con el delito de agresión sexual, alimentado por las mismas sentinas ideológicas que luego miran para otro lado con el incremento de los delitos sexuales derivado del medievalismo machista de algunas confesiones, convencidas de que la mujer es un trapo a su servicio y que hay que respetar sus costumbres.
El deporte femenino puede ser tan bonito o más que el masculino, siempre y cuanto el acento no se ponga en el sexo: una nadadora, una tenista, una gimnasta o nuestras atletas son mujeres, claro, pero todo el mundo ve en ellas a unas maravillosas deportistas que hacen heroicidades porque son las mejores, sin ningún otro contexto, excusa o pretensión enlazada con discursos tediosos incluidos en proyectos horribles de ingeniería social.
Las futbolistas españolas caben en ese epígrafe, tal vez, aunque nada de malo tiene decir que el fútbol femenino es un coñazo, sin que salten las alarmas de género para proscribir al autor de la proclama: tampoco me gusta el waterpolo, la hípica o el remo, en su versión masculina, y no pasa nada.
Pero no llegará a esa estantería, salvo cuando juegue España y lo de menos es quién lo haga y a qué, si en lugar de jugar se empeñan en decirnos que son como Ronaldo y que solo un facha, machista y ‘señoro’ se aburre con ellas y con sus constantes tonterías extradeportivas.












NI es fútbol ni es femenino
Buenísimo artículo de D. Antonio, como siempre. Yo solo ví los penaltis, del partido de las niñas. Los penaltis también es el fútbol. También se pierde o se gana por los penaltis. Hasta títulos continentales. Vaya millonada ahí invertida para nada.
El consuelo: las inglesas iguaaaal, las british sólo fueron un penalti mejor.
De verguenza el espectáculo. Bueno ni eso. De recreo, diría mejor.
Ahora hermanas, crucificadme. Alea iacta est.