Prohens rinde cuentas en Baleares
Miquel Segura.- El 28 de mayo del 2023 Baleares dio un giro hacia el centro-derecha. Ante los asombrados ojos de los miembros del «gobierno Frankenstein» que los isleños tuvimos que soportar durante ocho largos años –el «armengolato»– aparecieron, en una para ellos aciaga noche, unos resultados electorales que no dejaban resquicio a la esperanza: la aritmética parlamentaria mostraba, como un grito angustiado, su dura realidad: no había posibilidad alguna de volver a tejer un pacto de «todos contra el PP». Marga Prohens, a cuatro escaños de la mayoría absoluta, sería presidenta sí o sí. El cambio era inevitable y un largo respiro de alivio recorrió las islas de norte a sur.
En vez de realizar el preceptivo examen de conciencia y consiguiente propósito de enmienda, Armengol y compañía optaron por clamar a los cuatro vientos que lo que estaba a punto de llegar a Baleares era «un pacto con la extrema derecha» que, según ellos arrasaría con la Ley de Normalización Lingüística –pactada por Gabriel Cañellas con toda la izquierda allá por 1984, ha llovido– y, en general, la «política de progreso» que había sido su pendón y enseña; decían que los isleños nos podíamos preparar: un pacto de gobierno PP-Vox nos retrotraería a las tinieblas del medioevo. Ese pacto, por supuesto, nunca llegó. Prohens, a través de largas, hábiles y farragosas negociaciones, se convirtió en la primera dirigente del PP en llegar a presidenta en solitario. La abstención de Vox, que tuvo, naturalmente sus compensaciones, lo hizo posible.
Recuerdo el día de la toma de posesión de Marga Prohens –el 10 de julio de 2023– como uno de los más calurosos de mi existencia. La recién elegida presidenta apareció radiante a la entrada de «Sa Llotja» –una preciosa muestra del gótico civil, edificio construido por Guillem Sagreras en el siglo XV para servir como Sede de Mercaderes– mientras los numerosos invitados nos fundíamos bajo el calor del verano mallorquín. En su discurso, la novel presidenta trazó las líneas de su programa de gobierno, dibujadas sobre las vías de la moderación, el entendimiento y el diálogo.
Han pasado dos años desde entonces y, en el ecuador de la legislatura, Prohens –con los Presupuestos aprobados y un horizonte más que despejado– acaba de rendir cuentas ante la ciudadanía balear. Resulta que, no sin dificultades derivadas del hecho de gobernar en minoría, la dirigente popular se presentó con los deberes casi hechos. Nada menos que el 93 % de las medidas o compromisos propuestos en su programa de gobierno han sido cumplidos o puestos en marcha. Prohens rechazó el autobombo pero, fiel a la idea que reza que ‘el dato rompe el relato’, facilitó una larga relación de cifras y porcentajes que demostraban que no había comparecido para proclamar eslóganes y consignas –a los que tan acostumbrados nos tenía Armengol– sino a «pasar cuentas», expresión muy mallorquina que traducida literalmente al castellano pierde buena parte de su sentido original- con el electorado que veinticuatro meses atrás le había dado su confianza a través del voto. Me encantaría transcribir los datos aportados por la presidenta, pero me temo que este artículo no dé para tanto. Apuntaré tan solo que el apoyo a la economía familiar de los isleños, concretada con una sustancial rebaja de impuestos, la conciliación y el acceso a la vivienda –nefasta herencia de la política de la izquierda– son los objetivos que han tenido un mayor grado de cumplimiento.
Frente a esta realidad –reconocida incluso entre grupos e instituciones no excesivamente proclives al PP– la izquierda balear ofrece un panorama desolador, en consonancia con el lúgubre paisaje del socialismo obrero y español sometido a los caprichos de «su Sanchidad». Francina Armengol –todavía responsable del PSIB-PSOE– ve cada día más alejado su sueño de regresar a las Islas para arrebatar el cetro a la mujer que le ganó en buena lid. Su número 2, el ínclito Negueruela, inspector de Trabajo en excedencia que durante su mandato como consejero de Turismo sembró el terror entre los pequeños y medianos trabajadores del sector, es hoy una figurilla política amortizada, que va y viene entre Herodes y Pilatos para simular una labor de oposición que no sabe ejercer. El resto de coaligados –Més per Mallorca i Menorca y un Podemos que aspira revivir el espíritu marchito del 15-M– van dando bandazos cómo pueden, agitando el estandarte de la turismofobia y la persecución de todo lo que sea iniciativa privada y espíritu emprendedor. Así están las cosas en el ecuador de una legislatura que está cambiando las Islas Baleares. Con todo, no cabe bajar la guardia. Quedan dos años muy difíciles, con grandes retos en un horizonte nada lejano.
*Miquel Segura es escritor y columnista











