El suicidio occidental
Xavier Rius / LG.- Al final será verdad lo que decía Toynbee, el historiador británico (1889-1975): «Las civilizaciones no mueren, se suicidan». El Parlamento catalán aprobó la semana pasada una declaración institucional de condena del incendio de la mezquita de Piera, previsiblemente provocado.
Piera es, para que se hagan una idea, una localidad de 17.000 habitantes a cincuenta y pico de kilómetros de Barcelona. Hasta aquí todo correcto. El centro islámico
resultó completamente calcinado el pasado día 12, a pocos días de su inauguración. La comunidad musulmana ha recaudado ya 60.000 euros para su reconstrucción. Por la misma regla de tres, la cámara catalana podría haber condenado la agresión al abuelo aquel de Torre Pacheco (Murcia) o las quemaduras graves a una menor en Canarias. Ambas agresiones cometidas por magrebíes.
Si no lo ha hecho es, supongo, porque quedan fuera de lo que consideran su ámbito natural, los llamados «Països Catalans». El territorio con el que nos deleita cada día el mapa del tiempo de TV3. Comprende, por supuesto, las Islas Baleares y la Comunidad Valenciana. El sueño húmedo del independentismo. Por ejemplo, no tuvieron inconveniente en aprobar otra declaración —firmada como la anterior por Junts, ERC, la CUP e incluso el PSC—, cuestionando la decisión del Ayuntamiento de Alicante que «elimina el valenciano como lengua propia de la ciudad». Pero lo que criticó de la citada declaración es el buenismo imperante.
El texto fue leído por el secretario segundo de la Mesa el republicano Julià Fernández, que ostenta el récord de cargos efímeros: dos años alcalde de Sabadell (2015-2017) y apenas unos meses como consejero de Territorio con Pere Aragonès (de octubre del 2022 a junio del 2023). Y eso que era de los suyos. La declaración remarcaba que el incendio en cuestión ponía en peligro «la convivencia y la cohesión social». A mi entender, había también algo de hispanofobia subyacente. Como en los mejores momentos del proceso. Aquí eran partidarios del «volem acollir» y el «refugees welcome» para marcar distancias con el resto de España. En plan, veis, nosotros sí que somos solidarios. «Cataluña ha sido históricamente un país comprometido con los valores de la acogida», insistía la cámara autonómica.
Evidentemente, sin citar, aprovechaba para colar una velada alusión a VOX —y a Aliança Catalana— al expresar «la preocupación creciente» de la cámara por «los discursos de odio» que, a su juicio, son cada vez «más fuertes y agresivos contra la comunidad musulmana y las personas migrantes». La declaración sirvió, por otra parte, para saber que ya hay en Cataluña un 6,8% de población islámica y «319 centros de culto». Aunque desde luego deben ser más: los sin papeles no salen en las estadísticas y los nacionalizados dejan de salir. Esto va también por localidades y barrios. Algunos ya superan el 20% o más.
Yo, que vengo de una tradición laica y casi agnóstica, siempre recuerdo una crónica del entonces corresponsal de El País Ignacio Cembrero, del 3 de agosto del 2011, sobre las trabas que había puesto Argelia para legalizar la Iglesia protestante. En Occidente, por supuesto, no encuentran tantas dificultades. Al contrario.
La mencionada declaración añadía que la mezquita en cuestión era un «espacio de socialización para muchos vecinos». Tengo igualmente mis dudas porque suelen ir solo musulmanes. Y, además, hombres. Mientras la alcaldesa, la socialista Carme González, lo grababa todo con su móvil. Supongo que para poder colgarlo después en las redes. El texto concluía que Cataluña siempre ha estado a favor de «la igualdad de trato y la no discriminación». Me vino a la cabeza en esta ocasión que el último gobierno de Esquerra aprobó los burkinis en las piscinas públicas. A pesar de que se definía como «feminista». Y terminaba finalmente destacando «la normalidad y convivencia que siempre han definido» Piera. Tampoco lo veo claro porque, en mayo, atacaron el centro de menas de la localidad tras un enfrentamiento entre menores extranjeros y jóvenes de la localidad. Por supuesto, como el anterior, totalmente condenable. Pero ello indica que hay tensiones. Y que, con frecuencia, una cosa es lo que dicen las instancias oficiales —incluso algunos medios de comunicación— y la otra lo que piensan los vecinos o una parte de ellos. Sospecho que mayoritaria.
Como dijo en aquella ocasión el presidente de VOX en Barcelona, Joan Garriga, que visitó el municipio: «Si no existiese un problema con la inmigración, nosotros no tendríamos dos concejales». La alcaldesa reaccionó en esa ocasión de la misma manera que ahora: diciendo que era un «caso aislado» y cargando contra «los discursos de odio».
Lo he dicho más de una vez, pero me van a permitir que me repita: estamos sentados encima de un barril de pólvora. En estos temas, no hay nada peor que cerrar los ojos o mirar hacia otro lado. El gran error del pensamiento políticamente correcto y «buenrollista» es considerar a los inmigrantes magrebíes como españoles porque, en su inmensa mayoría, se sienten marroquíes. Basta ver con quién van cuando hay un partido de fútbol entre ambas selecciones.













Según los nacionalistas catalanes, el problema son España, los españoles y los colonos castellanoparlantes que fueron enviado por Franco a Cataluña para exterminar a la raza catalana.
Yo ya he hecho acopio de palomitas para ver le degollina que se viene. La sopresa la tendrán los catalanes cuando se enteren en el último minuto que serán los moros los que les van a rebanar el cuello. Y no será necesariamente en sentido metafórico.
Nada me satisface tanto como asistir al castigo de los malvados. Dios escribe derecho aun en renglones torcidos.
Cuando las civilizaciones son fuertes, resisten el embate de los bárbaros. Cuando llega la decadencia, las puertas se abren y los muros se derrumban. Mientras en Roma prevalecieron las virtudes viriles de austeridad, severidad, sobriedad, entrega al Estado, rectitud, Roma resistió los embates de los bárbaros que presionaban las fronteras, intentando pasar por alguna brecha. Cuando los romanos se entregaron a la molicie,a la corrupción, al egoïsmo, a la perversión, ya no había fuerza ni voluntad de resistir ni de defender el Imperio, no había agallas ni energía para oponerse a la violencia de los bárbaros, que ellos si conservaban… Leer más »