Morir a manos de los nuestros
Los cinéfilos recordarán la escena de de Braveheart en la que William Wallace, tras la inesperada traición de los nobles escoceses en la batalla de Falkirk, sale en persecución del pérfido Eduardo I Zancos Largos. Un guarda personal del rey inglés se vuelve para defender a su señor del ataque del caudillo escocés, y cuando éste le desarma y le quita el yelmo para degollarle, se lleva la sorpresa de que se trata de Robert Bruce, heredero al trono escocés y última persona que debería estar defendiendo a su gran enemigo inglés. Mel Gibson consiguió representar la incredulidad y descorazonamiento de quien creía servir a un señor que, en el momento crítico, con la victoria al alcance de la mano, se demostró traidor a los suyos y servidor de su enemigo.
Salvando las distancias de tiempo y circunstancias, parecido es lo que han experimentado millones de españoles en demasiadas ocasiones durante las últimas décadas. Por ejemplo, cuando a Rajoy le tocó enfrentarse al golpe de Estado de 2017, en vez de sofocarlo contundentemente y aprovechar la ocasión para restaurar el imperio de la ley barriendo el régimen totalitario impuesto en Cataluña, se burló de toda España con aquel 155 de pacotilla que no sirvió para nada y que tardó muy poco en devolver el poder a los separatistas. El rey Felipe VI, por el contrario, cumplió con su deber y devolvió a los españoles la confianza en sus instituciones. Pero también aquello fue efímero, puesto que no ha tardado en demostrar, en el mejor de los casos, su impotencia para aguantar la arremetida golpista de izquierdistas y separatistas. Probablemente acabe pagándolo con su corona, pues pocos van a seguir apoyándole.
El eximio escritor francés Jean Raspail publicó en 1973 su novela Le Camp des saints (El campamento de los santos), que ha conocido desde entonces varias ediciones en español, la última de las cuales bajo el título de El desembarco. En 1996 Torcuato Luca de Tena le dedicó un laudatorio artículo, La invasión tercermundista, que sería inconcebible en el ABC woke de nuestros días. Lo único que a este humilde juntaletras se le ocurre decir sobre la novela de Raspail es que probablemente se trate del libro más importante que puedan leer los lectores del siglo XXI. Una vez rendida la sociedad y las instituciones francesas, y tras ellas las de los demás países europeos, ante la invasión de millones de afroasiáticos, el último puñado de resistentes, una veintena de civiles y soldados agrupados en una vieja aldea de Provenza, es masacrado por la fuerza aérea francesa puesta al servicio de los enemigos de Francia: «Al fin y al cabo, es mejor morir a manos de los nuestros».
Es comprensible que haya millones de personas en toda Europa que todavía no se han dado cuenta de que sus respectivos Estados son los peores enemigos de sus respectivas naciones. Pero poco a poco otros muchos van sacudiéndose la estupefacción y comprendiendo que, por primera vez en la historia, los gobiernos de los países occidentales no tienen interés en perpetuar la existencia de sus naciones. No sólo eso, sino que desean su desaparición.
El poder ejecutivo, el legislativo, el judicial, los medios de comunicación, los creadores de opinión de masas, todas las instituciones, entidades y personas con poder e influencia reman en la misma dirección hacia la autodestrucción de Europa. Porque Europa ha sido condenada a muerte para que otros vengan de fuera a repoblarla y refundarla según principios religiosos, jurídicos, morales y culturales muy distintos. En el mejor de los casos, de Europa sólo quedará la denominación geográfica.
En España somos expertos en despreciar a las víctimas y homenajear a los asesinos; en procesar a los defensores de la ley y adorar a los golpistas. Medio siglo de ETA nos ha convertido en campeones mundiales de esta vergonzosa disciplina. Y el trato privilegiado dado a los protagonistas del golpe de Estado catalanista ha puesto la guinda de la infamia.
Pero lo de ahora está a otro nivel. Por toda Europa los gobiernos, las policías y los jueces desprotegen y oprimen a los europeos y protegen y benefician a los llegados de fuera, criminales incluidos. No habrá que combatir contra ningún enemigo exterior. Serán nuestros gobiernos los que nos persigan. Nuestros medios de comunicación, los que nos difamen. Nuestros policías, los que nos detengan. Nuestros jueces, los que nos encarcelen. Nuestros ejércitos, los que nos disparen. Y quienes sigan sin comprenderlo, estén atentos a las noticias. Antes o después lo comprenderán.













Muy buen artículo.