De parejas, suegros, madres y hermanos
Mayte Alcaraz.- Tener un suegro dedicado a la trata en saunas para la prostitución no es imputable al yerno. Ni tampoco a la mujer de éste. Tener una familia política que, en lugar de poner una guardería o una tienda de frutos secos, invierte su patrimonio en abrir locales donde ellos y ellas venden sus cuerpos dejando una jugosa comisión para el patrón proxeneta, puede ser una deshonra -en mi familia lo sería- pero no es achacable a los descendientes de esos avispados empresarios. Pero si al suegro dedicado al negocio le tapa un yerno presidente del Gobierno que vende a sus votantes, que es un imperativo abolir la prostitución y que presenta al consumidor de sexo de pago como un violador amparado por la ley, pues el respetable se escama. Cómo no hacerlo.
¿Puede ese yerno abolicionista dar lecciones de moralidad cuando ha tenido entre sus filas a señores que pagaban por esos servicios sexuales? ¿No sería mejor ahorrarse los sermones morales si luego las biografías familiares y políticas son nefastas y contradicen de principio a fin los relatos políticos? ¿No habíamos quedado, según el credo socialista, que lo personal es político y lo político personal? ¿No nos habían dicho desde Moncloa que el hábito sí hace al monje y que, si un señor se monta en un barco con otro que en un futuro sería juzgado por narcotráfico, termina siendo él mismo un narco? ¿No nos habían insistido Sánchez y los suyos que Isabel Díaz Ayuso es muy mala porque vive en un ático pagado por su novio investigado por la justicia? Entonces, ¿el dinero del novio sí es denunciable pero el del padre político, del que en buena lógica disfrutó su hija, es más limpio que la patena? ¿No dijo la izquierda que estaba bien corear aquello de «¡qué pena me da que la madre de Abascal no pueda abortar!»? ¿Es menos respetable la pobre madre del líder de Vox, que nada pinta aquí, que el padre de la mujer del presidente?
Ahora resulta que el malo es Núñez Feijóo contra el que Sánchez, Montero y toda su recua han alzado el dedo acusador para denunciar negocios turbios de su mujer, patrañas que tuvo que desmentir hasta el periódico que los publicó. ¿Es la mujer del presidente del PP sujeto de protección como el suegro de los prostíbulos? ¿O contra ella se pueden disparar bulos y contra el padre de Begoña Gómez no se pueden lanzar evidencias? Claro, si un político como Pedro Sánchez se llama a sí mismo limpio, si pone la prueba de la ética en la intimidad del adversario -Feijóo es responsable de las sospechas infundadas contra su esposa o su hermana y Ayuso lo es de las tergiversaciones contra su padre, su hermano y el origen del dinero del piso de su pareja-, pues entonces no tiene que quejarse si él es juzgado con relación a ese criterio tan justo.
Si Sánchez expulsa a altísimos dirigentes de su partido porque conforman la nómina de clientes de un lupanar, si incluso prohíbe a sus militantes acercarse a un prostíbulo, sería conveniente saber si su economía mejoró gracias a los ingresos que generaban los clubes de los Gómez. Y, si fue así, y ese negocio no era sospechoso, ¿por qué su suegro lo abandonó en cuanto su yerno se hizo conocido y postulante a líder socialista?
Claro que las acusaciones de Feijóo en el Congreso la pasada semana serían impensables en otra época de la historia de España. Ojalá el sanchismo no hubiera roto todos los consensos, el decoro, el respeto y el sentido de Estado. Jamás lo hizo Felipe contra Suárez, ni Aznar contra Felipe, ni Zapatero contra Aznar, ni Rajoy contra Zapatero, pero sí Pedro contra Mariano. Cómo olvidar aquel insulto del hoy presidente al que entonces lo era, llamándole indecente en un debate electoral. Él marcó el camino. Él chapotea con fruición en la basura política. Luego él no puede ahora hacerse el ofendidito. En todo caso, somos los ciudadanos los que nos sentimos asqueados de que, bajo sus mandatos malditos, todo lo bueno que teníamos se haya ido al garete.
Y, sobre todo: lo sucio no está en hacer saltar al debate público lo que ya se hablaba en la trastienda política y habían publicado algunos medios. Lo sucio está en hacer caja de esas turbias transacciones. Y si sucio es lucrarse, más sucio es callarse, y, más sucio aún decir que la prostitución es una suerte de esclavitud mientras los dividendos de esa actividad podrían no serte ajenos.











