VOX
“Los hombres y los pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van”. José Ingenieros.
La democracia es tan “el menos malo de los sistemas” que hasta ha permitido que un indigente moral e intelectual, como es Pedro Sánchez, se pueda mantener, como mínimo, hasta dos legislaturas como Presidente del Gobierno de España.
Por otro lado, también permite que políticos de partidos que están abiertamente, no sólo contra el sistema democrático, sino, y, además, contra España, se sienten en el Parlamento español, vivan del presupuesto nacional, y allí, defiendan sus ideas antiespañola y antidemocrática.
Esto, mejor expresado, lo defendía el filósofo español Ortega y Gasset en “La rebelión de las masas”, de esta manera: “El liberalismo es el principio de derecho político según el cual el poder público, no obstante ser omnipotente, se limita a sí mismo y procura, aún a su costa, dejar hueco en el Estado que él impera, para que puedan vivir los que ni piensan ni sienten como él, es decir, como los más fuertes, como la mayoría. El liberalismo -conviene hoy recordar esto- es la suprema generosidad: el derecho que la mayoría otorga a la minoría y es, por lo tanto, el más noble grito que ha sonado en el planeta. Proclama la decisión de convivir con el enemigo: más aún, con el enemigo débil”.
Todo esto sólo tiene un nombre: Grandeza.
En un sistema así, no hay duda de que, lo más elemental que cabe, es el respeto más absoluto a todas las opciones políticas y a los ciudadanos que, por cada una de esas opciones se decanta a la hora de emitir su voto. Esta es una de las claves para que el sistema pueda gozar del calificativo de grandioso.
Pero por eso mismo, por mor de esa grandeza, los políticos y los partidos políticos en que están encuadrados, deben intentar estar a la misma altura que el Sistema. Y si esas minorías no saben o no quieren darse cuenta y, con desagradecimiento sin límites, se dedican a ir abiertamente y contraviniendo las leyes, contra el sistema y el Estado que lo sustenta; contra esa traición, contra esa deslealtad, el gobierno de turno, debe, en pura justicia, aplicar todo el rigor de la ley, a los rebeldes y desleales. De no hacerlo, caería en el peor delito en que puede caer un político: en traición.
La crítica, sobre todo, la crítica al partido que en cada momento gobierne, es la base y el sustento de dicho sistema. Es lo que le da sentido. Es la clave del sistema democrático. Lo lógico, lo exigible, lo deseable es que tales críticas se centren en las cuestiones que se deriven de las actuaciones puramente políticas de los políticos rivales, y ya sabemos que tales actuaciones pueden tener repercusiones no sólo políticas, sino también, económicas, sociales, penales y de todo tipo. Es más, tienen también repercusiones morales. Y como tal, cabe criticar a tal o cual político, puntualmente. Yo mismo, al comienzo de este artículo he calificado al señor Sánchez de indigente moral; y es bien sabido que el escritor Pérez Reverte, lo calificó, (y que dado su prestigio como escritor, ha llegado a toda España) como hombre falto de escrúpulos. Y son incontables las críticas que se le han hecho en ese sentido, por muchas personas y por muchos medios.
Por lo tanto: ¿críticas a la gestión de un gobierno? sí ¿Criticas a sus actuaciones políticas, económicas, sociales, incluso morales, a determinados políticos a título personal, en casos puntuales? también.
¿Pero qué pasa, cuando esas críticas son sólo de tipo moral y no van dirigidas a uno o más políticos, de una manera puntual, sino que van dirigidas al colectivo entero, a un partido concreto? Me refiero, ahora, al descalificativo que Vox utilizó contra uno o más dirigentes del Partido Popular, sino contra el colectivo, contra el propio partido como institución.
Y ¿qué pasa cuando esas críticas morales, además, vienen de un partido, cuyo fundador, hasta poco antes, había figurado con diversos cargos públicos, en el partido al que tan severamente vitupera?
¿No les parece que ante tan lamentables, tan infantiles, tan ridículas críticas, merece la pena detenerse un momento, para analizarlas, aunque sea dentro de los límites de una persona que, como yo, aunque en un momento, colaboré activamente con el Partido Popular, pero que desde hace tiempo está fuera de política, y por lo tanto con las carencias de que pueda adolecer?
Los calificativos a Mariano Rajoy de “Maricomplejines”, y a su partido, es decir, al Partido Popular de “la derechita cobarde”, son tan ignominiosas, que sólo puede causar asco hacia las personas que las promovieron y a las que las han secundado.
Yo mismo, hace ya algunos años, en artículo periodístico en “Alerta Digital”, denunciaba tal ignominia, y, entre otras cosas al respecto, decía: “Y después de haber dedicado tiempo, esfuerzo y sobre todo, asumir esos riesgos ciertos en defensa del Partido Popular, al cabo de bastantes años, cuando uno siente un cierto orgullo por pertenecer a ese partido, viene Santiago Abascal, con una mentecatez, que raya en la insensatez, y nos tacha de cobardes. Semejante osadía, sólo puede obedecer a un superlativo grado de resentimiento contra el partido, al que durante bastantes años perteneció”.
Y ahora la pregunta pertinente: ¿a qué puede deberse; cuál puede ser el sustento moral e intelectual, para que desde un partido se promuevan tan ridículas, tan infantiles calificativos, contra un adversario político?
¿Quizás pecó Rajoy de cobardía y complejo, cuando promovió un recurso ante el Tribunal Constitucional, que ganó, para que a Cataluña se le suprimiera el título de nacionalidad, concedido irresponsablemente por el PSOE de Rodríguez Zapatero?
Quizás, igualmente, pecó de cobardía y complejo en las siguientes y sucesivas tomas de decisión:
1. En la última y mayor crisis económica, desde la democracia, rechazar el Rescate de la economía española, y acertó, con lo cual evitó que, a los pensionistas y funcionarios españoles (como en Grecia), les supusiera una merma en sus pensiones y emolumentos de más de un veinte por ciento.
2. Cuando, por decirlo de una manera coloquial, puso al señor Artur Mas, de patitas en la calle, ante la amenaza de montarle un “poyo” si no accedía a sus peticiones económicas. Y aquí, conviene advertirlo: con esa decisión, ha sido el único político español que, en 200 años, ha sido capaz de no sucumbir ante las amenazas de los catalanes.
3. Cuando, teniendo que tomar decisiones valientes, aunque dolorosas, pero necesarias, arregló la maltrecha economía que nos dejó el señor Rodríguez Zapatero.
4. Cuando, ante el problema político más importe que ha ocurrido en España desde la guerra civil, tomó la decisión de aplicar el artículo 155 de la Constitución, con lo cual propició el enjuiciamiento de los implicados y su condena de encarcelamiento por malversación y la muerte del procés, dejando a salvo y muy alta la dignidad del Estado.
Entonces, si Rajoy, tal como acabo de contar, y son hechos objetivos, tomó tantas medidas importantes, con decisión, y, hay que decirlo también, con acierto ¿dónde está su cobardía?
¿No sería todo un montaje sórdido y de mal gusto, para tapar las propias vergüenzas del fundador de Vox? Veamos:
El señor Abascal, estuvo, desde los 23 años, en el Partido Popular, ocupando diversos cargos públicos. Lógicamente, en tal condición, debió asumir el protagonismo en innumerables actos públicos, en defensa de la política del Partido Popular. En dichos actos, ya se sabe: es imperativo la exaltación de las virtudes del partido por el que aspiras a ocupar ese cargo. La última actividad política que ostentó, fue como candidato con el número 1 de la lista. Y no salió.
Al quedar en la indigencia política, Esperanza Aguirre, lo colocó, y parece ser, que muy bien, en un organismo de la Comunidad autónoma. Llegada la gran crisis económica, a Rajoy no le quedó más remedio que suprimir los organismos menos importantes. A partir de ahí, creó su partido y tuvo suerte; porque dada la situación de crispación, originada artificial e intencionadamente por ese nefasto hombre de la política que es Rodríguez Zapatero y continuada, por su acólito, también nefasto político, Pedro Sánchez; fundamentalmente por esos motivos, una parte de la derecha se radicalizó y cayó y se instaló en la nostalgia y encontró acomodo en su partido.
Y esta división de la derecha ha llevado aparejado uno de los acontecimientos más importantes, si no el más importante: ha provocado que Pedro Sánchez haya podido gobernar, con lo cual el señor Rodríguez Zapatero y el propio señor Sánchez están recogiendo los frutos de esa su labor perversa: con el nacimiento de Vox, han conseguido plasmar de forma efectiva su estrategia política, al tener un reflejo, donde peor lo podía tener para la derecha y mejor para ellos: en las urnas.
Por supuesto mi absoluto respeto y consideración a cualquier votante de Vox. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Cada uno puede y debe votar a quien tenga por conveniente. Si he traído a colación este hecho es, en primer lugar, porque es una realidad palmaria; y en segundo, por la gran repercusión que ha tenido y tiene, de una manera trascendental y definitiva, en los resultados electorales.
Ahora, cuando realmente la política en España está en manos de un chiquilicuatre; aunque sólo sea por comparación, Rajoy, a posteriori, tendría que haber conseguido, como mínimo, un cierto reconocimiento a su labor. Sin embargo, se calla, con tal de no tener que reconocer errores propios. Es más, como última acusación contra él, se le crítica y se le echa en cara que, habiendo tenido mayoría absoluta, no hubiera cambiado la ley electoral. Y es que no se enteran: la ley electoral sólo se puede cambiar con el consenso de los partidos políticos y exigiría, casi con toda seguridad, una modificación de la Constitución. Y, además, es lógico. Señores, la democracia si es un sistema serio, determinadas decisiones no pueden estar al albur del gobierno de turno. Si me interesa cambiar el sistema electoral, lo hago; si no, no lo hago. Lo dejo como está.
Después de tan corta vida de Vox, y después de que, en ese tan corto espacio de tiempo, haber sufrido la crisis provocada por la salida de Macarena Olona, después, también de la salida del ala liberal del partido, Vox, en palabras de ex-dirigentes de esa ala liberal, en un medio televisivo, ha quedado como último reducto donde acoger al ala conservadora del catolicismo; a los franquistas y falangistas. Y no se trata de ser conservador o no en el catolicismo. No se trata de ser franquista o antifranquista. No se trata de ser falangista o anti-falangista. Se trata de que esas personas, ideas y hechos vivieron y ocurrieron, hace casi un siglo. Y la vida se vive hacia adelante.
Y este, señores, es el señor Abascal. Son tantos los años, los meses, las semanas y los días, durante los cuales, ha ofendido al Partido Popular que, espero que, a la vista de lo relatado sobre él, y basado en los datos objetivos, también antes relatados, no se ofendan, si por una sola vez, digo que, en el señor Abascal, se dan todas las circunstancias precisas para que, con expresión al uso, el mismo pueda ser calificado como un “desecho de tienta del Partido Popular”.
Y aquí tenemos al Partido Popular hoy, que se encuentra en el centro de esta situación política, flanqueado a su izquierda por un descerebrado y a su derecha, por un resentido.
Pero, la diferencia que existe entre el Partido Popular y Vox, es grande; muy grande; insalvable.
Y por resumirlo en muy pocas palabras, la diferencia; la gran diferencia que separa al Partido Popular de Vox, es la misma diferencia que separa a sus respectivos fundadores, es decir, a Don Manuel Fraga del señor Abascal.











