Ayuso y los besos de Judas
Jorge Sanz Casillas.- Estamos tan entrenados en la mentira, tan acostumbrados a que los políticos digan una cosa para hacer la contraria, que entre todos han convertido a Isabel Díaz Ayuso en una especie de icono pop. Habituados a la trola y la hipocresía, su manera de estar en política y en la vida misma resulta disruptiva, toda una rareza. Ayuso dijo que si le hacían usar traductor para entenderse con otros presidentes autonómicos, con los que comparte idioma, se levantaría de la mesa. Y lo hizo. Otros dijeron que «con Bildu no se pacta nada» y ahí los tienen, viviendo en Moncloa con los votos del filoterrorismo. Qué cosas.
La izquierda ha envenenao tanto este país que hay gente a la que le parece mal que pidamos hablar español entre españoles. Ocurre con otras materias, como la biología. Pretenden que no digamos que solo hay dos sexos (hombre y mujer) o que solo hay dos especialistas si la cosa se pone fea (urólogo y ginecólogo). Pero aquí seguimos, defendiendo que la ciencia es una cosa y la ideología es otra.
Se sorprendieron también porque Ayuso le negó los besos a Mónica García, médico, madre, ministra y beneficiaria hasta hace dos inviernos del bono social térmico (se conoce que no le llega con lo que gana). Ayuso le negó el saludo y le recordó las cosas que dice de ella. E hizo bien. El primer paso para acabar con los insultos en política es no fingir normalidad ante ellos. No tiene mucho sentido que de lunes a jueves te pongan a escurrir y el viernes te soben los carrillos aprovechando que hay cámaras delante. Entiendo que Ayuso no tiene ningún motivo para hacerse la simpática delante de la izquierda madrileña, que le llama «asesina» con una facilidad sonrojante. Una izquierda, por cierto, que dice conocer la cifra exacta de mayores muertos en las residencias de Madrid pero aún no ha hecho la cuenta del número total de muertos en España, que supera ampliamente los 100.000 previo paso por dos estados de alarma inconstitucionales que impidieron a mucha gente despedirse en condiciones de sus muertos. Y todo mientras Francina Armengol (hoy tercera autoridad del Estado) empinaba el codo en la noche mallorquina.
La payasada de los auriculares, que solo en el Congreso nos cuesta cuatro millones de euros al año, se vino abajo casi al mismo tiempo que Ayuso protestaba por ello. Mientras en la conferencia de presidentes hablaban en español por los pasillos para ponerse auriculares al entrar en la sala, Aitor Esteban y Jordi Turull (PNV y Junts) hablaban de sus cosas sin necesidad de intérprete. ¿Hasta cuándo hay que seguir tragando con tanta estupidez? Y sobre todo: ¿hasta cuándo hay que seguir pagándola? Porque esa es otra opción: si usted quiere hacer el ridículo, adelante, pero no me lo cobre. «Complejos de pobres», que diría Ábalos.












Menos teatro, que para “besos de Judas”, el que ella da al Protagonista del Calvario, con su indiferencia en el desgraciado caso del Valle de los Caídos.