La cosa está muy chunga en Haití
Jorge Sanz Casillas.- Se habla poco de Haití, cuando están sucediendo allí cosas tremendas, propias de un Estado fallido. Sé que Haití cae lejos. Pero vale la pena dedicarle un instante, pues ejemplifica cómo se puede caer en la degradación total de la política:
En Haití, el fiscal general está acusado en tribunales de guerra sucia contra una rival política del presidente. Para defenderse, al fiscal no se le ha ocurrido idea más chiflada que ordenar a sus subordinados que busquen material para desacreditar al cuerpo de policía que lo investiga. Lo nunca visto: ¡un fiscal que intriga contra la poli! Además, el partido del presidente ha sido pillado en una operación contra los mandos policiales que investigan sus casos de corrupción.
El presidente de Haití, que gobierna sin haber ganado y en alianza con partidos que aspiran a romper el país, está con la mugre hasta las cejas por tres casos de corrupción. El primero salpica a su propia mujer, que se dedicó a aprovechar el cargo de su marido para hacer negocietes. El segundo caso lo protagoniza el hermano del presidente, un músico un poco friki al que el mandatario enchufó a dedazo con un puesto público a su medida. El tío ni se molestaba en ir a currar. El tercer caso es el del antiguo hombre fuerte del presidente. El pájaro trincaba de las adjudicaciones públicas y llegó al extremo de asignar empleos ministeriales ficticios a sus novietas, una de ellas una profesional de la alcoba.
Estarán flipando con las burradas que pasan en Haití y se preguntarán: «¿Y el presidente no cae?» Pues no. Él replica que todo son «bulos» esparcidos por jueces y periodistas ultras, una cacería política.
Las cosa está muy chunga en Haití. El gobernador del Banco Central haitiano es un exministro colocado a dedo por el presidente. Su primera medida ha consistido en que los informes del Banco Central no critiquen al Gobierno. La presión ha sido tan cantosa que el responsable de estudios de la institución ha dimitido.
La intromisión del Gobierno en la vida económica haitiana es constante, al puro estilo de los regímenes bananeros. Ante la posible unión de dos bancos privados, cuyos dueños son sus accionistas, el Gobierno se ha inventado un referéndum populista para vetar la fusión.
El presidente de Haití ha puesto bajo su férula a la mayor empresa de telecomunicaciones haitiana. Ha arramblado con 2.200 millones de la caja pública de todos para convertir al Estado en primer accionista de la compañía. El último presidente de la era privada fue llevado a Palacio por unos motoristas y cesado allí.
A estas alturas de mi relato empezarán a pensar que todo es una ficción (o que me he soplado tres pacharanes). Cosas así no ocurren en ningún país. Pues seguimos:
El presidente del Tribunal Constitucional de Haití es un leal fámulo del presidente del Gobierno, por lo que la alta corte falla siempre a su favor, hasta el extremo de que en una alucinante decisión borró de un plumazo las penas de corrupción por el mayor robo de dinero público de la historia de Haití, protagonizado por el partido gubernamental. Por su parte, el ministro de Justicia se dedica a amenazar a los jueces y prepara una reforma para que adeptos del Gobierno puedan entrar sin méritos en la carrera judicial, a fin de colonizarla. El escándalo es tal que los jueces haitianos van a ir a la huelga.
«¿Y los haitianos tragan con todo? ¿Son tan gilis que no echan a ese gobierno?». Pues así es. Guarda relación con que la maquinaria de propaganda del régimen que mangonea Haití es implacable. La televisión pública actúa como si estuviese diseñada por Goebbels: jabón sin límites al poder. El presidente ha elegido hasta al cómico de cámara para la hora de máxima audiencia. El organismo de encuestas del Estado lo dirige un militante del partido del Gobierno, que truca por sistema los sondeos para que el presidente aparezca siempre como ganador. También están falseados los datos del paro, pues el partido gubernamental se ha inventado una jerga que le permite fumarse a 800.000 desempleados, convirtiendo así un fracaso en un éxito.
Hay más. En Haití, el Gobierno depende en el Parlamento de un prófugo de la justicia haitiana, escondido en Aruba. El Ejecutivo envía allí emisarios para plegarse a las ocurrencias del delincuente. Un fugitivo toma decisiones que afectan al futuro de todos los haitianos, debido a la extrema debilidad del Gobierno, que ya ni se molesta en aprobar los presupuestos. Haití lleva dos años sin cuentas públicas.
Las mentiras del presidente ya se dan por normales. Hace unas semanas una empresa controlada por el Gobierno hizo una burrada con el mix energético y dejaron a Haití un día entero a oscuras. El presidente tardó seis horas en dar una explicación, que resultó una sarta de trolas.
En fin, ¡qué cosas pasan allá en Haití! Que tranquilidad vivir en España, país estable del primer mundo, un Estado de derecho y una democracia saludable, donde la ley se cumple, la limpieza pública es inexcusable y el gobernante que miente se va a su casa.












Haití es la única nación del mundo que está consagrada a Satanás, y eso muy pocas personas lo saben, y el resto, ni lo saben ni lo quieren saber. Recuerdo que comenzó a conocerse un poco en España a principios de los noventa y así lo escribí: Un sujeto que era cardenal de la Iglesia católica –Iglesia católica es desde el primero al último de los bautizados-, le dijo a un sujeto que era sacerdote y exorcista oficial: “Los dos sabemos que Satanás no existe, que todo es una superstición. Yo no creo que Satanás exista y espero que nadie… Leer más »