¿Y no es Silvia Intxaurrondo una agitadora ultra?
Edurne Uriarte.- Izquierda y nacionalistas han iniciado esta semana una reforma del reglamento del Congreso para que la Mesa, es decir, Armengol, pueda vetar a los periodistas que les incomoden. Algo inconcebible hace pocos años, pero parte de la normalidad cotidiana en la deriva iliberal del Gobierno sanchista. Y que entra dentro de esa campaña que califica como «máquina del fango» a los medios que informan sobre la corrupción socialista o a los críticos de la degradación del Estado de derecho.
«El Congreso aprueba una reforma para expulsar a los agitadores ultras», tituló El País, en apoyo al argumentario exhibido por el PSOE y sus socios para perseguir la libertad de información en el Congreso.
Con la habitual manipulación propagandística del concepto ultra, que la izquierda aplica a todo lo que le desagrada. Y sin pararse a pensar que bien podría aplicarse, entre otros muchos, a propagandistas del sanchismo como Silvia Intxaurrondo, ultra como la que más, ultrasocialista en su caso. Y agitadora especialmente relevante, más que nada, porque ejerce desde la televisión pública y lo hace a todas horas. Cada una de sus intervenciones es agitación prosanchista contra la oposición.
En las elecciones de 2023 tuvo un papel estelar en la agitación contra la oposición, cuando montó aquel número contra Feijóo en una entrevista a pocos días de las elecciones, y que fue bombardeada por todos los medios y redes de la izquierda. Para agitación ultra, ultrasocialista, hay pocos ejemplos que la superen, y financiada con dinero público. Para que luego nos hablen de desinformación. Aquello fue una campaña de desinformación en toda regla, que tuvo en su eje a esta periodista y perfecta representante de la agitación ultra. Como tantos otros menos conocidos en numerosos medios de comunicación.
La estrategia de la izquierda para perseguir la libertad de expresión es la misma en todas partes: consiste en descalificar como ultra, fascista y generador de odio a todo aquel que les critique. Fueron los apelativos que usaron socialistas, comunistas y nacionalistas el martes en el Congreso. Incluido Rufián, ese defensor del golpismo que da lecciones de lo que él llama democracia. Y que forma parte de toda la degradación iliberal de la izquierda en las democracias occidentales.
The Economist dedica su último número a lo que titula como «El problema de la libertad de expresión en Europa», pero le falta añadir una conclusión obvia a todos los datos de ataques a la libertad que relata, y es que la gran mayoría son protagonizados por la izquierda. Y eso que The Economist descuida el caso español, del que solo parece conocer lo que considera excesiva protección del Rey, y ni tiene en cuenta esta última medida del Congreso, ni la campaña de Pedro Sánchez contra las redes sociales, ni su persecución a los medios críticos, ni las campañas de desinformación como las del CIS de Tezanos.
Pero, en efecto, hay un creciente problema con la libertad de expresión desde una izquierda radicalizada que se niega a aceptar que ha perdido el monopolio de la comunicación y de la opinión pública. O agitas como Silvia Intxaurrondo o eres un ultra y fascista que provoca odio.
El Debate












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