Carta de amor de los periodistas a Pedro
Antonio R. Naranjo.- Hace algo más de un año de la carta de amor de Pedro Sánchez a Begoña Gómez, con la que intentó ser Richard Gere salvando a Debra Winger en «Oficial y caballero», aunque la cosa le salió más parecida a «Los amantes de Teruel».
De hasta qué punto es capaz de utilizarlo todo nuestro Romeo de Hacendado da cuenta que se marchó a reflexionar simulando que, sobre su esposa, solo pesaba una campaña de bulos infectos, cuando ya le constaba su imputación formal por presuntos delitos incompatibles con el victimismo.
En realidad no salió en defensa de la captadora de fondos; la utilizó para zafarse del incendio político que él mismo se había provocado por su codicia política y personal, su falta de escrúpulos y atroz arrogancia, que suele ser el disfraz de la inseguridad.
Sánchez cesó en sus funciones sin decir la razón, fabricando un escenario ficticio de hastío y dolor para evitarse uno de dimisión, que es lo que reclaman los hechos concernientes a su esposa, su hermano, Ábalos y otros hierbas malas de su jardín personalísimo.
La habilidad para, en lugar de dar explicaciones, ponerse a pedirlas, es incuestionable en el personaje, capaz siempre de encontrar el relato para convertir todas sus tropelías, ya incontables, en una oportunidad para España: condonarle la deuda a Cataluña, liberar a etarras, amnistiar a Puigdemont, perseguir a jueces, acosar a periodistas, ignorar al Congreso o pisotear las urnas son, en su lengua hipócrita, un mal menor o incluso una ventaja para garantizar el progreso colectivo.
Pero nada de ello sería posible sin otra carta, en forma de manifiesto, que también escribió un grupo de periodistas, en el mismo género epistolar romántico pero con un destinatario distinto a nuestra Jackie Kennedy de extrarradio: la que remitieron Silvia Intxaurrondo y compañía a los ciudadanos, pidiéndoles que se sumaran a sus filas y se rebelaran contra un «golpe mediático y judicial» que, nada menos, aspiraba a conculcar la decisión de los ciudadanos con sus votos.
La teoría de la «máquina del fango» y del lawfare, es decir de la guerra sucia mediática y judicial, nunca hubiera prosperado sin la complicidad de esa caterva de paniaguados que amplificaron el mensaje del presidente del Gobierno y le ayudaron a abrir una causa general contra toda disidencia, sin especificar nunca qué, quién y cuándo fabricaba un caso artificial concreto para acabar con la democracia.
Ese bochorno se ha mantenido en el tiempo y, pese a las abrumadoras evidencias de que, al menos, estaba justificada la apertura de investigaciones judiciales en el entorno personal y político del presidente y eran impecables las informaciones periodísticas al respecto, no ha habido una rectificación, sino todo lo contrario.
Los mismos que defendieron el asalto al poder de Sánchez en 2018, con un vestido parecido al del búfalo del Capitolio, que después justificaron su supervivencia gracias a partidos que el propio PSOE calificaba de peligro para España y que finalmente han avalado la conservación del poder a cambio de la rendición constitucional ante los enemigos del país; siguen sosteniendo que todo lo que le pasa al pobre Pedro enamorado es consecuencia de un contubernio fascista contra el que está justificado todo.
Que un marido le escriba una carta de amor a su mujer es hasta tolerable, aunque haya en ella tanta verdad como en cualquiera de las promesas públicas del autor. Pero que los periodistas se la escriban a un presidente es tan lamentable e insólito como que los policías se la hagan a los ladrones o las víctimas de una violación a su agresor.











