David se va pero la jueza no
Mayte Alcaraz.- Coincidí con David Sánchez (David Azagra en los ambientes) hace no mucho tiempo. Estaba sacando un vale del aparcamiento regulado en Madrid a las puertas de un hospital público. Había aparcado su utilitario y se disponía a aflojar un par de euritos para que Almeida no le pusiera multa mientras Ayuso lo atendía. Minutos después volví a encontrármelo dentro del sanatorio tapado con una mascarilla quirúrgica. Le observé huidizo, temeroso de ser reconocido, vulnerable a cualquier muestra ciudadana de rechazo. Me recordó a su hermano. Con la diferencia de que el pequeño de la familia no iba pertrechado de un equipo de seguridad para blindarle de la ira popular.
Sentí cierta conmiseración por la persona. Quise entender por qué extraño motivo alguien que no ha hecho carrera política, ni ha mostrado ninguna inclinación por gestionar lo público, sino que ha emprendido una carrera profesional, con mayor o menor acierto, termina tomando los atajos del favoritismo y del «tú no sabes con quién estás hablando» para ganarse no la vida a secas, sino la vida padre. Lo pensé en su día con Urdangarin, un deportista de élite con escasas lecturas, que terminó creyéndose el Adam Smith de los negocios simplemente porque había matrimoniado con la hija de un Rey. Seguramente el campeón de balonmano hubiera vivido de cine toda su vida con el peculio acumulado y la posición institucional de su mujer. Pero no, su nuevo estatus familiar le abrió puertas e influencias que le reportaban euros a mansalva. Solo había que chascar los dedos y los presidentes autonómicos y los alcaldes se rendían ante el yerno real. Terminó con los huesos en Brieva.
Con Azagra, y salvando todas las distancias, que las hay, ha pasado algo similar. Si este director de orquesta, como se ha empeñado en defender el Gobierno, tenía un currículum envidiable, forjado en teatros tan reputados como el Mikhailovsky de San Petersburgo o en escuelas como las de Lucerna, Milán y Siena, si además se marchó a ejercer su vocación con una carrera en ICADE de Comillas en el bolsillo, cualquiera hubiera apostado porque se le iban a rifar las principales orquestas mundiales y españolas, públicas y privadas. El talento de un maestro es un imán para los grandes teatros.
Sin embargo, David terminó poniéndose a cubierto bajo la obscenidad de un puesto público amañado. Regresó a España para colocarse, a rebufo del poder de su hermano, como coordinador de Actividades de los Conservatorios de Música de la Diputación Provincial de Badajoz, institución que a priori no parecía tener una demanda de proyección musical equiparable a Viena o a Milán. Pero allí hocicó David. Metafóricamente hablando. Porque ni siquiera conocemos dónde ha vivido: si en Portugal o en Badajoz. Tampoco sabemos ¡ni sabía él! dónde trabajaba exactamente, ni siquiera supo ubicar la fantasmal Oficina de Artes Escénicas, su segundo cargo en Extremadura, a falta de ningún otro contrato musical en el resto del planeta.
Es sorprendente que con todo ese bagaje artístico que su hermano y sus ministros le reconocen tuviera que sentar sus reales en un puesto creado a dedo por un presidente de diputación socialista, también imputado. Empieza a ser una grosera costumbre que los parientes del poder crean que esta es una república bananera situada en el sur de Europa, donde trincar fondos públicos está chupado si tu credencial es el libro de familia. Lo mismo que le ha ocurrido a su cuñada, la brillante directora de cátedra Begoña Gómez, que codirigía un máster sin tener licenciatura. Ni alumnos. Solo tenía patrocinios de empresas reguladas. Por su marido, en concreto.
Ahora David Barenboim se va y parece que tocado personalmente. Es una pena que no haya encontrado ninguna empresa que quisiera implementar su ambicioso programa de ópera. Pero tiene que saber que el proceso judicial sigue y que hay una jueza en Badajoz, de nombre Beatriz, que olfatea un aroma a tráfico de influencias de alguien que concurrió –es un decir– a un curro hecho a su medida en el que no tenía ni que fichar. (Yolanda Díaz tendría que patentarlo).
Seguramente David se sentará pronto en el banquillo. Pasará lo que tenga que pasar. Pero espero que de la misma manera que aguardó aquel día –como todo quisque–, a sacar su boleto para aparcar en zona regulada y no se consideró exonerado de recibir la multa, entienda a partir de ahora que ir por el mundo como el hermanísimo del presidente puede conducirle a tener que sentarse un día ante una instructora en Badajoz que –a diferencia de él– no le debe su puesto a Pedro. Y con ella no vale lo de llamar al primo de Zumosol, en este caso hermano, para que te defienda.