José Luis Restán.- En su saludo navideño a la Curia Romana, el Papa ha dicho que la palabra “humildad” es la que más nos ayuda a adentrarnos en el misterio que celebramos estos días. Todos, si nos despojamos de nuestros ropajes, cargos y títulos, de nuestras seguridades, en suma, somos enfermos necesitados de curación, y la Navidad es la memoria viva de esto. Al final, como dice Jesús en el Evangelio, ¿de qué nos sirve ganar el mundo entero, si nos perdemos a nosotros mismos? La escena de Belén sale al paso de esa incómoda pregunta. Porque lo que verdaderamente necesitamos no son los grandes éxitos profesionales, o las comodidades, que bienvenidos sean, sino Aquel que puede responder a nuestra exigencia de verdad, de justicia y de felicidad. Como nos recuerda el Papa, “la gracia que salva es gratuita, no se reduce al precio de las cosas de este mundo”

En otro momento, Francisco señala que el humilde vive guiado por dos verbos: recordar y generar. Recordar no es repetir, ni vivir mirando al pasado: es reavivar en el corazón el don que hemos recibido, y que nos ha permitido recorrer nuestra historia. Pero el humilde también mira al futuro: con esa memoria llena de gratitud, empuja hacia delante, hacia lo que no conoce, y lo hace con la seguridad que le dan sus raíces, su pertenencia a una historia, al pueblo de Dios en camino.

La humildad es comprender que no tenemos que avergonzarnos de nuestra debilidad. Sin humildad, concluye el Papa, buscaremos seguridades, y quizás las encontremos, pero no encontraremos lo que nos salva, lo que puede curarnos. Miremos al establo de Belén: Jesús nos enseña a mirar nuestras miserias con la misma ternura con que se mira a un niño pequeño, necesitado de todo. Feliz Navidad para todos.