11-S: Veintidos años de ignorancia
Guy Sorman.- Me temo que, al cabo de 22 años, todavía no hemos entendido lo que pasó el 11 de septiembre en Nueva York y Washington, y que, colectivamente, aún no hemos sacado las conclusiones correctas. Esta es mi hipótesis, obviamente discutible. La opinión común sobre este atentado es que Osama bin Laden había emprendido una guerra del islam contra Occidente y, de hecho, desde entonces, al menos aparentemente, esta guerra no ha terminado.
Hace 22 años, en respuesta al atentado, algunas voces aisladas sugirieron responder con una amplia operación policial en lugar de con una operación militar, y erradicar no el islam ni el islamismo, sino solo los grupos terroristas. Esta habría sido la respuesta inteligente, que habría recibido el apoyo de los mundos musulmanes y habría evitado confundir terrorismo, islamismo, islam y musulmanes. Desafortunadamente, el Gobierno estadounidense de entonces y sus sucesores, George Bush, Barack Obama y Donald Trump, adoptaron la estrategia opuesta contando inicialmente con el apoyo de la OTAN: rediseñar los países musulmanes basándose en el modelo liberal y democrático de Occidente.
Así es como el atentado del 11-S, además de las víctimas directas, ha causado desde entonces millones de muertos, civiles y militares, en Afganistán, Irak, Siria, Líbano, Yemen, Libia, Níger, Burkina Faso y Mali. Pero sin un resultado positivo, ya que ninguno de estos países se ha convertido en una democracia liberal y tampoco se ha erradicado el denominado terrorismo islámico. Para comprender nuestro error colectivo, debemos remontarnos a las fuentes del atentado del 11-S. ¿Qué quería Bin Laden? Convertirse en el califa de los musulmanes, su jefe espiritual y político, inspirado por Mahoma y sus sucesores inmediatos. Para lograrlo, era necesario -primera etapa- conquistar los lugares sagrados del islam, La Meca y Medina, en manos de la dinastía saudí. Una dinastía que, según Bin Laden, solo existe gracias al apoyo de Estados Unidos.
Por tanto, el 11 de septiembre, el enemigo no era Estados Unidos, ni Occidente en sí, sino Occidente únicamente porque apoyó y sigue apoyando a la mayoría de los tiranos impíos y corruptos de los mundos musulmanes. En lugar de entrar en este análisis complejo y poco discutible, los dirigentes occidentales y la opinión pública, que no esperaban otra cosa, prefirieron amalgamar terrorismo, islamismo, islam y musulmanes; una guerra de civilizaciones, aunque fuera imaginaria. Esta amalgama no se ha disuelto: la inmigración de musulmanes en Occidente, que nunca fue recibida con entusiasmo, es ahora una fuente de desconfianza. La escasa disposición en estos momentos a acoger a los refugiados afganos lo demuestra: una guerra de civilizaciones, fría y local.