AD.- Poco podía imaginar José Antonio Primo de Rivera que su profetismo político llegaría hasta nuestros días. Ya en 1935, durante una entrevista cinematográfica filmada en Chamartín de la Rosa, aparecía el fundador de la Falange, bajando por una escalinata, ataviado con una elegante gabardina clara y afirmando lo siguiente: “España ha venido a menos por una triple división: por la división engendrada por los separatismos locales, por la división engendrada entre los partidos, por la división engendrada por la lucha de clases. Cuando España encuentre una empresa colectiva que comprenda todas esas diferencias, España volverá a ser grande como en sus mejores tiempos”.

Más de ochenta años después, los resultados electorales manifiestan que José Antonio no se equivocó. Precisamente es la división de la partitocracia española la que condena a la nación a un sinfín de cochambrosos pactos en los que los candidatos a la presidencia venderán hasta a su madre, y no digamos a su misma Patria. Y son los separatismos locales los que han dejado el futuro de España en manos de sus peores enemigos. También la lucha de clases perdura en esas dos Españas resucitadas por la ley de Memoria Histórica: los prejuicios atávicos heredados de la propia tribu han pesado más que la objetividad de los hechos: una nación pervertida moralmente, arrasada demográficamente y arruinada materialmente por sus inmundos gobernantes.

Son ellos los que con su propaganda mediática y con su adoctrinamiento ideológico han arrancado del pueblo español cualquier inquietud o planteamiento trascendente y, arruinando la tradición católica que conjuntó la nación española, la han convertido en un rebaño de chanchos satisfechos, que se contentan con una cerveza, un bocadillo de choped y un patinete. Con esos mimbres no es necesario un pucherazo para amarrar una elección. Puestos a hacer pucherazos hubiese sido mejor amañar una mayoría absoluta del PSOE y no un resultado cuasi empatado, que abre un abanico de posibilidades a cuál más endemoniada. No. El pueblo español ha elegido lo que se merece.

La derecha formada, tanto hoy como ayer, por señoritingos pijos y peseteros no tiene nada que ofrecer, más que el engaño de un patrioterismo hueco, vasallo de la OTAN, brazo armado de esa Agenda 2030 que dicen combatir. Ahí está Abascal y su patulea aplaudiendo con las dos orejas al corrupto Zelenski que ha sacrificado la juventud ucraniana en el ara de pedófilo Biden y de los intereses de las industria armamentística norteamericana. Y es que la élite política de nuestra nación – de la que ya forma parte VOX con todos sus exfalangistas- está de acuerdo en casi todo. Y digo casi, porque las diferencias políticas e ideológicas son de mera estética: Del “OTAN NO, BASES FUERA” de la antigua izquierda, se ha pasado al silencio obsequioso del cornudo que, además de poner la cama, paga la bebida.

Por ello, nuestro único consuelo en esta triste circunstancia es recordar al mejor hombre de España. A ese que entregó su vida en el sucio paredón del presidio de Alicante, de cara a la madrugada, con la mirada puesta en Dios y en la Patria: “En un movimiento poético, nosotros levantaremos este fervoroso afán de España; nosotros nos sacrificaremos; nosotros renunciaremos, y de nosotros será el triunfo, triunfo que –¿para qué os lo voy a decir? – no vamos a lograr en las elecciones próximas. En estas elecciones votad lo que os parezca menos malo. Pero no saldrá de ahí vuestra España, ni está ahí nuestro marco. Esa es una atmósfera turbia, ya cansada, como de taberna al final de una noche crapulosa. No está ahí nuestro sitio. Yo creo, sí, que soy candidato; pero lo soy sin fe y sin respeto. Y esto lo digo ahora, cuando ello puede hacer que se me retraigan todos los votos. No me importa nada. Nosotros no vamos a ir a disputar a los habituales los restos desabridos de un banquete sucio. Nuestro sitio está fuera, aunque tal vez transitemos, de paso, por el otro. Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo, y en lo alto, las estrellas. Que sigan los demás con sus festines. Nosotros fuera, en vigilancia tensa, fervorosa y segura, ya presentimos el amanecer en la alegría de nuestras entrañas”.

Y recordamos estas luminosas palabras para vergüenza eterna de aquellos que, renunciando a sus ideales por un plato de lentejas, banquetean en el Parlamento Europeo como si tal cosa. Porque, al decir de José Antonio, han elegido la palmadita derechoide para morir de nausea y no la bala marxista que les hubiera dado una dignidad de la que ahora carecen por traidores.