Gámez contra Gámez
Kepa Tamames.- Hay al menos dos Gámez ilustres en la reciente historia española. Y por «ilustres» debe entenderse ―por cuanto a este artículo concierne― «conocidas», dejémoslo ahí. De la que más se habla ahora es de María, quien presentara su dimisión como directora de la Benemérita hace no tanto, al estar su marido imputado (ahora lo llaman «investigado», por dulcificar el escenario, pero no cambia este un ápice) por una cosa bastante fea, aunque ciertamente frecuente: quedarse con lo que no es suyo, sino de todos. María eclipsa estos días a Celia en los buscadores, a pesar de que fuera aquella musa artística de toda una nación, o casi. Y en tiempos bien convulsos, además.
Yo ni creo ni dejo de creer en eso de las casualidades. Supongo que haberlas haylas. Pero ambas Gámez ―entiendo que sin relación familiar alguna― tienen ciertos puntos en común, digámoslo así, por aquello de que los extremos se tocan. ¡Lo que hay que ver!
Es esta Gámez protegida del PSOE, el mismo partido al que dedicaba aquella otra Gámez cierto chotis en plena posguerra, con tanta guasa como rabia contenida: Era en aquel Madrid de hace dos años | Donde mandaban Prieto y don Lenín | Era en aquel Madrid de la cochambre | De Largo Caballero y don Negrín | Era en aquel Madrid de milicianos | De hoces y de martillos y soviet | Era en aquel Madrid de puño en alto | Donde gritaban todos a la vez.
Se dice de la Gámez contemporánea que tiene un marido rico, o mejor diríamos de «enriquecimiento rápido», porque no se entiende que aun recibiendo más que generosos sueldos ambos vivan en la abundancia de cash y de propiedades comunes. Del cónyuge no gestante sabemos que, junto con varios hermanos ―la familia unida delinque unida― se dedicó a desviar fondos públicos a través de una de esas empresas pantalla que el ciudadano estándar no sabría montar ni con asesoramiento mafioso, pero que otros dominan a la perfección sin especial esfuerzo y aun menos disimulo. Hacerse con cuatro pisazos en poco más de una década no está nada mal, me parece a mí. De lo que aportaba la cónyuge gestante al patrimonio común sabemos menos… o, caso de conocerlo, los medios callan a coro ―o casi―, los muy cucos. Pero llega a mis oídos que a la señora le descubrieron tiempo atrás cuentas orondas en paraísos fiscales, y de esto tales mass media ni mu. Qué cosas, ¿verdad?
Así pues, me dispongo a contarlo yo, aunque sin desvelar nada nuevo, pues ya se ofreció la información al detalle en un canal de cierta plataforma popularísima, con lo que me escabullo de la justicia como sigiloso ofidio. A mí que me registren.
A nombre de «Gámez Gámez, María» existen unas cuentas bancarias abiertas en entidades extranjeras, en uno de esos denominados «paraísos fiscales» de los que tanto se habla, adonde se desvía el dinero que uno/una quiere ocultar al fisco patrio. Ojo, porque, visto lo visto, cuesta a veces desaprobar tal comportamiento. Pero lo que no es de recibo es que los mismos que nos embuchan lecciones de ética política mañana y tarde se dediquen a hacer con sus vidas particulares justo lo contrario de lo que predican. ¡Como para correrlos/as a gorrazos, ya me dirán!
Pues sí, al parecer doña María pudiera ser la titular de numerosos depósitos a plazo en la entidad bancaria Investec Bank (Isla de Jersey, Oficina Principal), en cuenta abierta allá por marzo de 2021: quince montantes, a razón de 50 000 euros cada uno; en total, tres cuartos de millón a su disposición. Así me compro yo medio paseo marítimo de Málaga. Y cabe decir que la pasta estuvo antes en Luxemburgo, de donde emigró al Canal de la Mancha. Y con toda probabilidad no será su destino final, pues esto va de banco en banco, hasta la retirada final.
Se preguntará el lector ―y hará bien― que, conocedor de estos [supuestos] hechos, por qué no corre un servidor a denunciarlo al juzgado más próximo. La respuesta es sencilla: por evitar la reiteración, pues el tema está ya denunciado, con nombres y apellidos, ante la Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT), que es donde se denuncian estos asuntos. Va para un año de dicha notificación, y los denunciantes siguen esperando a que al menos se les agradezca el detalle, además de a que tan alta institución actúe. Solo tendría que solicitar a la entidad bancaria en cuestión la veracidad de los datos, mediante lo que técnicamente se denomina, creo, «comisión rogatoria». Tan fácil como eso, dada la gravedad del escenario. Los denunciantes no se lo pueden poner más fácil, pues aportan en su escrito toda suerte de detalles: entidad, dirección, modalidad, fecha de inicio, fecha de cancelación (vigente), identificador, saldo a fecha equis, filiación completa del titular. ¿Qué más necesita la AEAT para ponerse el buzo de trabajo? Con todo mascadito y medio digerido, piensa uno que con una simple llamada telefónica esto se aclaraba bastante. Pero uno es de naturaleza ingenua, y así me va.
Volvemos al chotis de doña Celia, cuya letra hacía referencia a las pancartas que de fachada a fachada inundaban el Madrid asediado, soporte textil que cayó como fruta madura así que se vio entrar en la capital a las tropas enemigas (¡sin pegar un solo tiro, oiga!): ¡Ya hemos pasao!, decimos los facciosos | ¡Ya hemos pasao!, gritamos los rebeldes | ¡Ya hemos pasao!, y estamos en el Prado | Mirando frente a frente a la señá Cibeles | ¡Ya hemos pasao!
Son las dos Celias apropiado ejemplo de una España medio descacharrada desde hace un par de siglos, y desde entonces parece que los tiempos de paz apenas hayan sido meros interludios para retomar fuerzas, abonar odios, resentimientos, y volver a la pelea, a la goyesca lucha a garrotazos. O casi.