Tu es Petrus
“Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam”
Ésas son las palabras de Cristo. No dijo: Tu es ecclesia mea, et super han molem (turbam, gregem…) collocabo petram meam. Y menos aún dijo, Aedificabo Ecclesiam meam, et supere eam col.locabo hanc cúpulam. El sujeto primario y fundamental (que es su cimiento o fundamento) es Pedro. Sobre Pedro, la edificación de la Iglesia, y no sobre la edificación de la Iglesia, Pedro.
Éste es el cimiento de la eclesiología, es su piedra angular. Y efectivamente, al llegar al conflicto, que es donde finalmente se clarifican y se consolidan las doctrinas, es preciso despejar cualquier contradicción entre la autoridad suprema del papa y la tan traída y llevada colegialidad, sinodalidad o comoquiera que se llame la conversión de la Iglesia en una monarquía parlamentaria: el papa sometido a la voluntad colectiva. Pero claro, hay que preguntarse antes de seguir adelante: ¿la Iglesia está formada por sus miembros o por su doctrina? ¿Entonces no será que el Papa es el guardián y custodio de la doctrina, y no los obispos y cardenales guardianes del Papa? Porque si en la Iglesia católica (la de la sucesión directa e inequívoca de Pedro) decae la doctrina de Cristo, ¿qué es lo que queda? ¿Cuál es en ese caso la función del Papa, y para qué sirve tanto cardenal?
Es muy clarificador detenerse a examinar o al menos contemplar el acto fundacional de la Iglesia y del papado.
Estamos en el capítulo 16 del evangelio de Mateo. En este mismo capítulo tenemos el Tu es Petrus y el Vade retro, Sátana dirigido también por el Maestro a Pedro por poner trabas a la Redención. En este episodio tenemos dos evidencias: primera, está con los 12 y a los 12 les pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” Y es Pedro solo el que responde, a lo que sigue el Tu es Petrus. Jesús no dice: “Vosotros sois el colegio apostólico”, etc., sino que dice Tu es Petrus. Y la segunda, que Jesús es plenamente sabedor de las debilidades y de las defecciones de Pedro (ahí está el Vade retro, ahí la triple negación antes del canto del gallo); y, sin embargo, Jesús opta por la persona, no por la asamblea, no por el colegio apostólico, opta por el dudosísimo Pedro.
El tremendo problema es que les cuesta infinito a los pastores no dejarse arrastrar por el mundo. Y en todas las épocas, empezando por Constantino el Grande, es exorbitante el precio que pagan por dejarse arrastrar por el mundo. Hoy es la “democratización” de la Iglesia por la parte organizativa: el nombre eclesiástico de esa adaptación a las actuales exigencias organizativas y socializadoras del mundo, es el de sinodalidad. Se trata de la irresistible tentación de copiar en la Iglesia el modelo de monarquía parlamentaria: al monarca se le consiente que lo sea sólo si se somete a la voluntad del parlamento. Un parlamento, por cierto, el eclesiástico, en el que los más audaces pretenden someter a votación los 10 mandamientos, los dogmas, la liturgia, la moral, el depósito de la fe y todo lo que se vaya ofreciendo. Pero sin haber sido elegidos los príncipes electores.
Hoy es por ahí por donde soplan los vientos, y ayer soplaron en otras direcciones: las que en cada momento fue marcando el mundo. Y de ahí no nos movemos, por más que se sucedan los siglos.
Porque no es el papado, sino la sinodalidad lo que amenaza con romper hoy la Iglesia; no sólo eso, sino que son justamente los dispuestos a someterlo todo a votación para cambiar la Iglesia a su gusto, los que reivindican la sinodalidad por encima del papado, del Tu es Petrus, colocando al papa como el máximo “representante” de la Iglesia; con un papel meramente representativo, reinando (simbólicamente, claro está), pero no gobernando; tomando parte en todos los sínodos que se celebren sin que necesariamente tengan que ser universales (es decir católicos) porque cada una de las “iglesias locales” tiene derecho a su autonomía, a su propia sinodalidad, que el papa tendrá que esmerarse en articularla con todos los demás sínodos autónomos, para hacer de todos ellos esa deseada Iglesia universal: Ut unum sint. Porque también en la Iglesia, parece que cada uno va tras su cuota de poder, igual que fueron ayer los príncipes, tanto los mundanos como los eclesiásticos, tras su principado y tras su reinado.
Cambian los modos, pero la sustancia es la misma: los que aspiran a ser reyezuelos de su pequeño reino también eclesial, éstos, obviamente, defienden la sinodalidad por encima de la autoridad del papa: porque con su sinodillo local se montan su iglesiucha local.
Pero la unidad de la Iglesia (no sólo orgánica, sino también doctrinal) sólo es posible si el Pontífice está por encima del sínodo universal, de todos los sínodos locales y hasta del concilio. Si sobre el papa recae el mandato divino del Tu es Petrus y éste asume su responsabilidad, sobre esa piedra tenemos asentada la unidad de la Iglesia.
Este choque entre la legitimidad del sínodo (o concilio) y la legitimidad del papa es el que ha dado lugar a las mayores crisis de la Iglesia. En eso se encontró Benedicto XIII, el Papa Luna, y precisamente para dar respuesta a ese tremendo dilema en el que él estuvo implicado, desarrolló el tratado de eclesiología jerárquica mejor articulado y más profundo producido hasta entonces en la historia de la Iglesia.
Siendo pues ésa la fuente más cristalina de la doctrina sobre la eclesiología institucional, y atendiendo sobre todo a la vibrante actualidad del problema, he decidido construir mi tesis doctoral sobre los tratados de Benedicto XIII al respecto, examinando la cuestión de facto de la época, que es la que finalmente se impuso a las cuestiones de jure que tan brillantemente planteó el Papa Luna; y en la medida de lo posible (porque la perspectiva es mucho menor), examinaré también las tentativas actuales de su aplicación de facto, aparcando una vez más las consideraciones de jure planteadas por este eclesiólogo insigne; con el tremendo peligro que tal procedimiento entraña para la defensa de la integridad de la Iglesia.
¿El Papa o el Concilio? El Papa, dictaminó Benedicto XIII. Porque Cristo no dijo: Tú eres mi concilio, y sobre ti edificaré mi Iglesia, sino Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. El Papa por encima del Concilio e infinitamente más por encima de los conciliábulos.
Por decirlo bien sencillo, Jesús al fundar la Iglesia vio claro que era más fácil para Dios (y resulta que también lo es para el hombre) lidiar con los defectos de una persona y con los problemas que por tal motivo plantea, que lidiar contra los defectos de una sociedad. Y eso es así porque, tanto para el bien como para el mal, la persona tiene la muerte como límite improrrogable; mientras que, bajo esa perspectiva, la sociedad es inmortal. De ahí las guerras que duran generaciones, los cismas que se enconan, aunque mueran todos los que los han provocado, los problemas que castigan larguísimamente a la humanidad.
No sólo eso, sino que además en la sociedad, en los colectivos, en el pueblo, que se da la forma jurídica de democracia, la responsabilidad se diluye, desaparece. Puesto que al final es el recuento de votos anónimos (irresponsables, por tanto) el que ejerce el poder. El pueblo, el colectivo, la democracia puede cometer los crímenes más horrendos y caer en los absurdos más ridículos, que nunca resultará responsable: ni siquiera resultará necia.
Todos los políticos ponderan la sabiduría del pueblo. El pueblo es sabio, aunque incurra en las mayores estupideces.
Nunca un tirano ha sido tan halagado y adulado como el pueblo. Es que además los votos le hacen omnipotente; y el sistema jurídico, irresponsable. “El pueblo” está por encima de la ley de Dios, por encima del bien y del mal, por encima de la sensatez y de la insania. Por eso, Jesús no dice vosotros sois mi Iglesia o mi colegio apostólico, o mi colegio cardenalicio y sobre vosotros pondré a Pedro”; sino “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.
Y a todo eso hay que añadir otra variable maléfica: la manipulación, la tergiversación y la adulteración más desvergonzada de “la voluntad del pueblo”, ya sea seleccionando a sus “representantes” con criterios que predeterminan el resultado de cualquier votación, o directamente creando y destruyendo votos a conveniencia. Eso pasó en la Iglesia (ahí está el baile de los colegios cardenalicios a la medida del poder que los manejaba), pasa también hoy (con los pucherazos y manipulaciones de los sínodos y las sinodalidades), y eso pasó y pasa de forma cada vez más desvergonzada en el mundo que nos sirve de modelo.
La época que he elegido para estudiar el empleo de los concilios (en griego, sínodos) para minar la autoridad del papa e incluso para poner y quitar papas, es la del gran Cisma de Occidente; y he elegido la gran personalidad que resplandeció desde el punto de vista de la doctrina eclesiológica, Benedicto XIII, el Papa Luna. He elegido ese tema y esa época porque siendo muy poco variable la condición del hombre, al cabo de tantos concilios estamos donde estábamos. Estamos en los intentos inauditos por someter al papa a la “superior autoridad” de los concilios y de los sínodos.
Si comparamos la veneración que expresa Benedicto XIII a la inviolabilidad de la doctrina y de la santidad de la Iglesia (cuya alteración, obviamente, no estaba en ese momento en manos del papa ni de ningún concilio), con la tremenda democratización que supuso el Concilio Vaticano II (que en algunas ocasiones actuó “contra” la autoridad pontificia); y sobre todo si añadimos su aún más tremenda resaca, está claro que desde entonces hasta el momento actual, la Iglesia ha pegado un cambio (un cambiazo) que la ha dejado irreconocible. La distancia es abismal.
Entonces ni siquiera el papa se atrevía a alterar el depósito de la fe y la moral de la Iglesia. Hoy en cambio -la democracia todo lo puede-, proliferan como setas después de la lluvia, teólogos de las más peregrinas teologías, contemplados por todos con mal empleado respeto, y que se atreven a proponerlas en los sínodos, en los que cosechan gran cantidad de votos: tantos, tantísimos que amenazan con liquidar el depósito de la fe de la Iglesia, su milenaria liturgia y su inveterada moral. Pero como el procedimiento es de lo más democrático…, es decir, como manda el mundo, pues les da lo mismo someter a votación los mandamientos de la ley de Dios. Y del mismo modo que se someten al consenso sinodal los mandamientos de la ley de Dios, se debilita cada vez más la ley en que se sostiene el funcionamiento de la Iglesia: el Derecho Canónico. Un debilitamiento que revierte en debilitamiento de la misma Iglesia. Como se debilitan los Estados en los que se destruye la seguridad jurídica.
Y es que, desde siempre, la misma Madre la Iglesia -afirmará dolorosamente el “excomulgado” papa Luna- por todas partes miserablemente es combatida por las infructuosidades externas de las persecuciones y los conflictos interiores de los vicios. A la vista está la perenne verdad que acompaña a la comunidad eclesial a lo largo de los siglos…. Sin embargo y a pesar de todo, el anciano pontífice expresará su confianza de que quien nos eligió para este ministerio nunca abandona a la Iglesia, su esposa, sino que siempre la gobierna e instruye, y a vosotros, fieles padrinos (cardenales y eclesiásticos leales), os confía su custodia en los conflictos de las presentes guerras, para que, siendo él mismo quien la dirige, si se presenta el caso, la conservéis y entreguéis sin mancha al verdadero Esposo.
Tu es Petrus; no, vos estis Ecclesia…