Anatomía de una sociedad enferma
¿Cómo es posible que 25 años después, el funcionario de prisiones que fue secuestrado por la banda terrorista ETA se haya convertido en un peligroso fascista y sus inhumanos secuestradores sean hombres de paz que obtienen cualquier cosa del gobierno central? La respuesta es así de simple: la española es una nación enferma que se halla en estado moral comatoso.
La estafa del sistema democrático encuentra su corolario en una opción falsamente patriótica y cuyos máximos dirigentes se han enriquecido de forma escandalosa. Así que no es extraño que esta nueva castuza vitoree a los Borbones en actitud de cortesano rastrerismo, y que no se atreva a alzar la voz y decirle a los españoles que esta democracia es un timo; que dentro de este sistema solo hay futuro para unos pocos; que sin soberanía económica no puede haber independencia nacional; que votemos a quien votemos, siguen manejando los hilos las mismas élites de siempre.
Debemos asumir también la realidad de que, tras varias décadas de perversión del sistema educativo, el español medio de hoy es un potencial imbécil que conforma una masa mayoritariamente brutalizada, sin más objetivos vitales que el resarcimiento de sus instintos animales y aparentar que vive mejor que el vecino.
Los españoles de hoy no se diferencian mucho de los monos alienados. Los españoles de hoy carecen de pensamiento profundo, de cualquier inquietud intelectual auténtica. Cuando nos hayamos extinguido los últimos que empezamos a estudiar antes de la Constitución de 1978, la transformación se habrá completado y ya solo quedarán en España clanes de brutos reducidos a la tarea de consumir drogas y telebasura.
Todo cuanto acontece en la cloaca española era fácilmente predecible en la medida de la paulatina descristianización que trajo aparejada la Constitución del 78. Sabían que el pueblo español, al renunciar a la inspiración evangélica, se desnaturalizaría y se debilitaría, perdería la fe en sí mismo, se arredraría ante los enemigos de su ideal, entre otras razones porque el ideal ha dejado de ser más fuerte que el miedo que se promueve desde las instituciones; un miedo que adopta muchas y proteicas manifestaciones: egoísmo, drogas, consumismo desenfrenado, homosexualismo, abortismo, feminismo, hedonismo, mestizaje cultural, desistimiento ante los enemigos de nuestra civilización, bulimia de telebasura y pornografía…abolición del hombre.
¿Hace falta explicar más alto lo que se esconde tras estas iniciativas “culturales” que brotan al amparo de esta repugnante democracia, convertida en vivero de golfas, cabrones, ladrones, corruptos, maleantes, degenerados, criminales, psicópatas, resentidos, amorales y toda esa fauna residual que vivaquea de aquí para allá al acecho de la destrucción de cualquier ideal humanista que aún nos ampare y proteja?
Algunos se refieren a esta situación como de una vuelta al pasado más oscuro, el de la II República. Pero, no, no es la vuelta a la II República, es la vuelta a la situación anterior a la II República que formó el caldo de cultivo para que sobreviniese aquel periodo oscuro de nuestra historia. Recordemos que los ataques a la Iglesia, a sus templos, a sus símbolos y a los católicos no empezaron el 14 de abril de 1931, sino que ya se sucedieron durante los años 1929 y 1930. Y las autoridades mirando hacia otro lado y el jefe del Estado –el rey- mirando hacia otro lado, así pasaron las cosas que pasaron y así pasan las cosas que están empezando a pasar.
En España ha nacido una laicidad, un gentucismo secular fuerte y agresivo similar al de la década de los años treinta.
Si el supremo arte de gobernar consiste en mantener el orden y la armonía compatible con un amplio margen de progreso y libertad, un poder civil que no conduce a ello, sino que nos lleva a una situación de ineficacia y postración del Estado, sin ningún juicio sobre las causas incidentes, es un poder fracasado.
Cuando estamos abocados a una tragedia económica sin precedentes, se hace urgente reparar en las causas que nos han llevado a este desastre. De entrada, la responsabilidad de la población española parece lo suficientemente grande como para ahorrarnos cumplidos y expresiones de bienquedismo. Un pueblo que ha perdido el valor hasta de defenderse de cualquier agresión externa es un pueblo que no tiene derecho a la supervivencia. Pura razón natural tras 40 años de oligarquía partitocrática. Lo que tenemos es una masa adormecida, amorfa, hueca, vacía, grotesca, extremadamente manipulable. De ella no se podrá sacar nunca nada bueno, nada positivo. Al igual que otros europeos, pero en grado mucho mayor, los españoles han llegado al último capítulo de la decadencia y la degradación. Este es un organismo en putrefacción avanzado. La carne agusanada de este cuerpo es lo único que realmente se mueve y tiene vida. No es extraño que Sánchez pueda garantizar su futuro económico bajo las cenizas de un sistema que lo ha calcinado todo a su paso.
Es seguro que las próximas generaciones de españoles pagarán dramáticamente los excesos de estos años, ya que lo que se dibuja en el horizonte es una sociedad empobrecida, envilecida y en las garras de un puñado de lobos con los instintos salvajes intactos. Carecemos de defensas para pertrecharnos contra lo que se le viene encima. Y lo peor es que hay gente que no parece ser consciente. A base de manipularnos todos estos años, a base de inducirnos a todos los vicios y taras, a base de inculturizarnos, de rebajar nuestros instintos al nivel de las cloacas, han logrado atrofiar cualquier gesto de rebeldía, de sentido crítico, de espíritu rebelde.
El panorama es sencillamente aterrador. Estar a favor de la familia y la religión es dictadura, pero orinar sobre los crucifijos es libertad de expresión. Si no es el fin de los tiempos, debe ser el ensayo.
Las democracias liberales son las causantes de los grandes males de Occidente. La codicia de nuestros políticos, o el afán obsesivo por mantenerse en el poder y rodearse de bienes y dinero, es la causa principal de los problemas de España y de gran parte de Europa. Las democracias liberales animalizan a las poblaciones y exacerban los peores vicios de la chusma, rebajan sus instintos al nivel de las cloacas y las convierten en inofensivos cobayas para sus experimentos de ingeniería social a través de la implementación de normas que hasta la jerarquía católica acepta sin rechistar.
El objetivo de suplantar la moral natural por la que conciben algunos de los personajes más depravados del planeta, está en el ADN de las democracias liberales, un tsunami devastador que destruye los fundamentos de la moralidad humana y desune a las personas y los pueblos.
Solamente desde un rearme moral y político podríamos evitar que dos mil años de fecunda civilización acaben en el basurero de la historia. Pero para eso necesitamos héroes con la gigantesca grandeza humana necesaria para revertir el curso de los acontecimientos. ¿Y dónde están esos héroes? Desgraciadamente en ninguna parte porque hace mucho tiempo que dejaron de existir.
Desesperanzada y lúcida reflexíon.
Perfecta enumeración de los ismos de moda: “…egoísmo, drogas, consumismo desenfrenado, homosexualismo, abortismo, feminismo, hedonismo, mestizaje cultural, desistimiento ante los enemigos de nuestra civilización, bulimia de telebasura y pornografía…abolición del hombre”
La abolición del hombre, como profetizara CS Lewis, es lo que resulta cuando se cae en el relativismo y el desprecio a los valores superiores trascendentes, entre ellos la solidaridad y el patriotismo como respeto a la tradición y al legado de los antepasados, y se conculca, de forma deliberada y dirigida por el estado, la ley natural.