AD. Si repasamos la prensa digital, raro es el día en el que no aparecen grandilocuentes titulares sobre la selección marroquí en el Mundial. La rendición moral e intelectual hacia Marruecos de la llamada élite periodística española es evidente y mucho más que en otros países.

Se le está dando a Marruecos una importancia vital como nación a partir de los resultados de una selección deportiva. Parece que el éxito futbolístico de los alauitas sea el signo del progreso nacional y la prueba de su excelente planificación que ha permitido tener a su equipo en semifinales.

Sin embargo, se está obviando una incómoda realidad. De los jugadores del combinado marroquí sólo dos de ellos han nacido en Marruecos y juegan en equipos marroquíes. Marruecos cuenta con ¡14 jugadores que nacieron en Europa! Es el caso de Yassine Bounou, Munir Mohamedi, Romain Saïss, Achraf Hakimi, Noussair Mazraoui, Sofyan Amrabat, Selim Amallah, Amine Harit, Ilias Chair, Bilal El Khannous, Hakim Ziyech, Sofiane Boufal, Zakaria Aboukhlal y Walid Cheddira.

Decimos más: si estos jugadores no hubieran tenido la suerte de nacer en Occidente y sí en Marruecos, la mayoría de ellos no serían hoy futbolistas.

Sin embargo, se les considera el resultado de una excelente planificación deportiva. Como si hubiesen nacido allí. Y no es así. El éxito, una vez más, corresponde a las naciones europeas. Si los jugadores marroquíes hubiesen vivido  en su país de origen, en el mejor de los casos, serían probablemente jugadores irrelevantes de algún equipo local. Y es que son eso: futbolistas de medio pelo, muy motivados, eso sí. ¿Qué jugador de Marruecos tendría cabida en una selección como la española?

Ciertamente, hay que reconocerles el mérito de que han creado un conjunto muy competitivo y muy aguerrido. Fuertes físicamente, con una técnica bastante limitada, hacen pocas cosas, pero las hacen muy bien y por eso, como se ajustan a un guión muy inteligente, han alcanzado las semifinales. Se trata de una selección muy dura de batir, pero sus miembros han sido jugadores educados en Occidente gracias a las oportunidades que estas naciones, a las que tal vez odien cordialmente, les han brindado.

Por tanto, el supuesto el mérito de la selección alauita se nos antoja nulo. Es sobre todo en Francia y España donde estos jugadores han nacido, se han criado, educado y han llegado donde han llegado gracias a unas oportunidades que seguramente su país de origen nunca les hubiese dado. Sin embargo, ningún periodista español se ha atrevido a decirlo.

En esta rendición intelectual y en esta terca fascinación hacia todo lo que provenga de Marruecos, parece que el triunfo de la selección sea el éxito personal de Mohamed VI. Ese obsequioso arrobamiento que le muestra la prensa europea no deja de tener los trazos del declinar de nuestra civilización, que fue fuerte cuando estaba convencida de su intrínseco valor. Cuando se generan dudas, cuando se impone el relativismo, cuando a una pieza sinfónica de Beethoven la élite intelectualoide le da el mismo valor artístico y cultural que a una danza masai del centro de África, ahí empieza el declinar de nuestra civilización: No demos a Marruecos un mérito que no tiene. Es de los países donde esos jugadores han crecido humana y deportivamente.

La fascinación hispana por lo extraño, por lo de fuera, por lo extranjero, nos acompaña a lo largo de nuestra historia. Es el “mito de la extranjera” que surgió en los años del desarrollismo turístico franquista: Cualquier moza foránea valía muchísimo más que cualquiera de las nuestras ante los lascivos ojos de los pueblerinos que las deseaban. Por ello, valoremos lo que tenemos, porque cuando perdamos lo más importante -la población autóctona-, lo habremos perdido todo.